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Sociedad|Miércoles, 25 de febrero de 2009
Una partida que buscó ser sigilosa

Puño derecho en alto

Richard Williamson viste un sobretodo negro, pantalones negros, anteojos negros, gorro negro y lleva un portafolios, también negro. Parece un agente de la CIA pero es sólo un hombre casado con Dios, que camina rápido por el sector de embarque del aeropuerto internacional de Ezeiza. Cuando un periodista acompañado por un camarógrafo lo persigue por los pasillos, se da vuelta, gruñe y muestra el puño. Lo acompañan dos seguidores, poco amistosos. Estas son las últimas imágenes del obispo británico ultraconservador expulsado del país, principalmente, por negar el Holocausto.

“Lo importante es que se fue, no queremos decir a dónde”, se limitó a comentar ayer Christian Bouchacourt, superior sudamericano de la Fraternidad San Pío X, que reúne a los seguidores de Marcel Lefebvre. Bouchacourt no tuvo otra que suspenderlo luego de que se conocieran las afirmaciones de Williamson, a quien había puesto como director del seminario Nuestra Señora Corredentora, en La Reja, a unos 40 kilómetros de Buenos Aires.

Los lefebvristas habían dicho que el obispo se marchó el lunes, pero en verdad, Williamson dejó el país ayer a las 14.30 en un vuelo de la compañía British Airways con destino a Londres. Para despistar aún más, el propio Williamson se presentó espontáneamente en el mostrador de la compañía aérea y allí mismo compró el boleto, de forma que no figuraba en las listas de pasajeros elaboradas previamente por esta empresa. Claro que antes tuvo que pasar por las oficinas de la Dirección Nacional de Migraciones, donde se topó con una guardia periodística.

Desde la fraternidad que lo invitó al país dijeron ayer no querer más “escándalo mediático, ni que esto cause más daño a la comunidad (religiosa) y a la sociedad toda”. Faltaban seis días para que venciera la cuenta regresiva de la expulsión, también motivada por irregularidades en la documentación mediante la cual ingresó en el país en 2003. Aunque la razón central fueron sus declaraciones a la televisión sueca en la que aseguraba que las cámaras de gas no existieron y que entre 200 y 300 mil judíos, y no seis millones, habían muerto en los campos de exterminio nazis.

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