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Sociedad|Jueves, 21 de enero de 2010
Vive en la playa junto a esculturas de arena

Un cultor del arte efímero

Por Soledad Vallejos
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Rodrigo cuida permanentemente sus esculturas de arena.

Desde Mar del Plata

“Estoy dando arte efímero en escultura de arena. Mi trabajo es para ustedes y su apoyo mi motivación.” El cartel, manuscrito sobre cartulina azul, tiene por fondo un cocodrilazo (con dientes, sonrisa, todo) de arena, que Rodrigo hizo en los primeros dos días de enero. Así, cuenta, pasó las últimas cuatro temporadas, porque durante el año hacen “lo que venga”, explica Romina, su mujer, que en un rato abandonará la sombrilla verde desde la que vigilan las esculturas (al lado del cocodrilo yace una tortuga gigante en pleno work in progress; luego irán sumándose más, tal vez hasta llegar a diez, como el año pasado) para ir a buscar a sus hijos, a la colonia de la escuela.

Estos años de experiencia le han servido para entender las dinámicas de las playas del centro. Por ejemplo, que la arena del club Alfonsina (entre el centro y Punta Iglesias) les resulta benéfica, porque “es más linda, tiene ambiente más agradable, pasa más gente, nos ven”. También, que este no suele ser su mejor mes. “Es que el que está en enero viene puchereando, no llega a cubrir todo, no te da plata. Pero el que viene en febrero tiene más poder adquisitivo, está más tranqui. Enero es más masivo, pero en febrero hay más plata”, según ha evaluado por los ingresos de la mantita frente al cartel azul que funge de arca. “Con lo que sacás de las esculturas, vivís en el verano, estás bien, pero no podés crecer. Eso sí, te podés dar pequeños gustos: ir a comer afuera, comprar algo en la rotisería”, explica Rodrigo. Pero aunque cueste, él está seguro de que esto es lo suyo, y agrega que el buda con la tabla de surf que puede verse a la entrada del balneario Abracadabra es suyo. “Lo que quiero es poder vivir de lo que me gusta, que es hacer esculturas. Sea con arena, con cemento o fierros, con cualquier material.”

Rodrigo y Romina cuidan las esculturas como si fueran chicos. Nunca las dejan solas. “En cuanto nos vamos las rompen”, dice Romina. Por eso cuando cae la noche, aunque ella y sus hijos vuelvan a la casa (“ellos son chicos, Tomás tiene 8 y Joaquina 3, no se pueden quedar acá aunque quisieran”), Rodrigo se queda bajo la sombrilla. “Descanso, sí, pero cuando no hay gente.” ¿Cuándo? “Entre las 4 y las 6 de la mañana. Pero a mí me gusta. La playa te cansa pero a la vez te da energía.”

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