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Sociedad|Jueves, 23 de febrero de 2012
LA ANGUSTIANTE RECORRIDA PARA ENCONTRAR A LOS FAMILIARES

Buscar respirando angustia

Se trepaban a las listas, se arremolinaban alrededor de médicos y funcionarios. Recorrieron todos y cada uno de los hospitales. También la Morgue. Muchos familiares todavía no habían encontrado respuesta y alentaban tanto la esperanza como el desmayo.

Por Soledad Vallejos
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La búsqueda en los listados no resolvió el problema de muchos que no aparecían por ningún lado.

“Iba al trabajo y no llegó nunca.” “No está en ningún lado.” “No responde el teléfono.” Hasta la noche de ayer, ni los hospitales porteños ni la Morgue Judicial ni el cementerio de Chacarita podían dar cuenta del paradero de una lista imprecisa en número, pero real de personas de todas las edades cuyos padres, madres, hermanos, amigos los buscaban en peregrinación constante por la ciudad. “Buscamos en todos los hospitales. Nada. Y vinimos acá para descartar lo peor, pero tampoco saben nada”, decía ante la puerta de la Morgue Judicial Sergio, que junto a Ana buscaba a su hermano, Jonathan Báez, de 28. En el Hospital Durand, María Luján preguntaba a un médico de la guardia si no era posible que allí hubiera un NN que fuera su hijo, Lucas Menghini Rey, de 20 años. “¿Qué entiende por ‘NN’?”, replicó el profesional, segundos antes de que alrededor se arremolinaran también Paola, en busca de Marcela Gómez, de 44 años, tía de su marido; un señor que ayudaba a un amigo a buscar a Miguel Angel Núñez, de 22; Carmen, que buscaba a su hijo Roberto López, de 43. Más allá, Diego y Viviana pedían al ministro de Salud porteño, Jorge Lemus, que algún mecanismo facilitara la búsqueda de Graciela Beatriz Díaz, madre de una amiga de ellos, y también la de los demás desaparecidos luego del accidente. Mediante un comunicado, la Embajada de Bolivia en Argentina informó que también una de sus funcionarias, Nayda Tatiana Lezano Alandia, se hallaba desaparecida. Llegando la medianoche, al ocurrir este cierre, la lista crecía y se multiplicaba en pedidos solidarios, en divulgación de fotos y teléfonos, en redes sociales y sitios de Internet.

“La estamos ayudando para que no tenga que recorrer todos los hospitales sola”, contaba Diego a este diario pasado el mediodía. El y su amiga Viviana montaban guardia ante el ingreso del Hospital Durand para aliviar las tareas durante las horas de incertidumbre a una amiga cuya madre, Graciela Beatriz Díaz, no aparecía “en los listados de heridos, en la Morgue, en ningún lado”. Cruzando la pequeña calle por la que las ambulancias entraban y salían para dejar, todavía a esa hora, personas heridas, un hombre recién atendido callaba. Enyesada la pierna izquierda, abierta la camisa a cuadrillé, sólo dijo su nombre, “Carlos”, y que esperaba a un familiar a quien aún atendían; a su lado, Rosa, una “psicóloga social” que se había acercado “voluntariamente, para colaborar hoy” no sabía mucho más. Miraban en silencio hacia el otro lado de la puerta, donde las frases referían distintas situaciones, distintos nombres, diferentes historias personales y edades pero una misma nebulosa: la incertidumbre acerca del paradero.

En la puerta del Hospital Ramos Mejía, María Elena Rolón buscaba a su hija, Sonia Torres; nadie podía darle noticias de ella. La escena se repetía en la puerta de la Morgue Judicial, donde el trámite implicaba revisar una lista de ingresos, y en la Chacarita, donde la verificación era con fotos. Mientras tanto, las redes sociales articulaban otra faceta de la busca. No sólo la actualización de listas oficiales de heridos se convertía en ocasión de publicar, como comentario, nombres y fotos de personas desaparecidas. También Twitter, bajo los hashtags “#Once” y “#Sarmiento”, se convirtió en auxiliar: fotos, nombres, teléfonos circularon desde temprano en la mañana para ampliar el campo de rastrillaje. Tarde en la noche, todavía nada se sabía de esas personas.

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