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Sociedad|Jueves, 5 de julio de 2012

El bosón no tiene (todavía) quien le escriba

Por Leonardo Moledo y Ezequiel Acuña
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Ya era hora de que los científicos de Ginebra contaran algo y con un timing bastante certero, mantienen la expectativa: ¿encontraron el esquivo bosón? Ñet (o ñet todavía) aunque algo había que decir para una platea que vive temblando y dudando de su endeble, vacilante realidad. No lo encontraron, pero lo sospecharon: efectivamente, las noticias dicen que después de varios años de trabajo con el Gran Colisionador de Hadrones (LHC) los resultados de la búsqueda del bosón de Higgs “no son conclusivos, pero sí bastante consistentes”, signifique esto lo que signifique.

¿Y qué significa? Que si bien no han constatado su existencia, han descartado su inexistencia: el bosón no tiene aún patente para entrar en el mundo del Ser, pero parece que ha sido excluido del No Ser. Lo que quiere decir que la cantidad de datos estudiados habría alcanzado para probar su inexistencia. Y como esto no ocurrió, digamos que, por lo menos, la no-existencia del bosón de Higgs está descartada provisionalmente.

Por lo cual las expectativas están puestas en que el próximo año de trabajo con el LHC, uno de los aparatos de investigación más impresionantes (y más caros), arroje datos definitivos sobre El.

Sobre El, así con mayúscula, porque ha sido bautizado como “la partícula divina”.

Hagamos, pues, un poco de teología de partículas: desde hace varias décadas la física de partículas elementales ha aceptado una teoría, sumamente exitosa en las observaciones experimentales, llamada Modelo Estándar, que describe, por un lado, los componentes fundamentales de la materia y la manera en que estas partículas interactúan entre sí, es decir, las fuerzas en juego.

Cuatro y sólo cuatro fuerzas fundamentales: quien desee una quinta fuerza deberá resignarse (o en una de esas esperar). A saber: la gravedad, la electromagnética, la interacción débil y la interacción fuerte. Las primeras dos son más conocidas y las últimas dos corresponden a la escala microscópica. En el Modelo Estándar, cada “fuerza” tiene asociada una o varias partículas de tipo bosón que interaccionan con otras partículas “transportando” la fuerza. Por ejemplo, en el caso de la fuerza electromagnética, el fotón es la partícula encargada de interaccionar con la materia para transmitirla: dos cargas que se atraen o rechazan intercambian fotones. La fuerza será más o menos intensa de acuerdo con la interacción de las partículas.

Y aquí entra el bosón de Higgs. Porque uno podría preguntarse por qué las partículas tienen la masa que tienen y no otra, por qué el electrón es dos mil veces menor que el protón. El Modelo Estándar propone entonces una fuerza o un campo de fuerzas que se encarga de darle a cada partícula su masa, indicarle si tiene masa o no tiene, y cuál es el valor. Este campo que impregnaría todo el espacio, inventado por Peter Higgs en 1964, tendría a su cargo una partícula que tiene que hacer el trabajo: el famoso bosón de Higgs, que es el encargado de otorgarles masa a las partículas elementales. ¿Cómo? Pues bien, si la masa es la medida de cuán difícil resulta acelerar un objeto y que A tenga el doble de masa que B quiere decir que hay que hacer el doble de fuerza para acelerar a A que para acelerar a B, se podría decir que A interactúa el doble que B con el bosón de Higgs. Es decir, como si el Higgs fuera una especie de “viscosidad” que impregna el espacio-tiempo y que “frena” a las partículas elementales otorgándoles un efecto equivalente a la masa.

De allí la importancia fundamental para la física actual de encontrar el bosón de Higgs, lo cual “cerraría” el Modelo Estándar (que lista la totalidad de las partículas elementales que existen) o replantear varios de sus postulados si no aparece. Y esta importancia fundamental es la razón por la cual dos proyectos experimentales en paralelo, Atlas y CMS, están abocados a la comprobación de su existencia con dos de los cuatro detectores alrededor del LHC. Según lo esperado, la masa del Higgs es por lo menos unas 120 veces la del protón, y por lo tanto hace falta mucha energía para crearlo, para, después, observarlo.

Porque según lo plantea la teoría, el bosón de Higgs se desintegra en otras partículas antes de recorrer siquiera una distancia equivalente al tamaño de un protón. Para probar que existe (o que no) se busca, precisamente, el producto de ese decaimiento del bosón. El tema es que dado el carácter cuántico de estos fenómenos, la mayoría de estos productos son generados por otros mecanismos más convencionales y la observación de los resultados está en muy pequeñas alteraciones en el espectro de producción. Incluso es probable que algunas de esas alteraciones sean producidas por fenómenos convencionales. Es por eso que para minimizar los márgenes de error es necesario recolectar y analizar una enorme cantidad de datos que den certera cuenta de la dichosa y escurridiza partícula: pescar el bosón es como escuchar un susurro en medio de un multitudinario festival de rock desde diez kilómetros de distancia. Distinguirlo, separándolo del ruido de fondo, no es por cierto fácil y sería aconsejable que el avisado lector no trate de hacerlo en su casa como pasatiempo del domingo.

Lo más importante de los anuncios del día de ayer es que los datos acumulados durante el último año por los dos equipos permitieron poner límites posiblemente más estrictos a la posible masa del posible bosón de Higgs. Según el equipo de tres mil físicos conocido como Atlas, debe estar en 125 billones de electronvoltios (un electronvolt es la unidad de energía que representa la energía cinética que adquiere un electrón cuando es acelerado por una diferencia de potencial de un voltio), es decir, 125 veces más que la de un protón y 500 mil veces la de un electrón. Por el otro lado, el CMS presentó una masa correspondiente a 124 billones de electronvoltios. Si la partícula existe, debe estar entre los 115 y los 130 billones de electronvoltios, que se trata de la región de masa a la que ambos equipos restringieron el rango debido a un exceso moderado de “eventos” en esa región.

Sin embargo, por ahora, el significado estadístico no es lo suficientemente grande. Todavía pueden tratarse de “fluctuaciones estadísticas” y no de pruebas genuinas.

Así las cosas, una aclaración sobre el nombre, tanto de partícula divina como de “máquina de Dios”. Son nombres figurados, claro está. Dios, por lo que sabemos, no entiende nada de partículas elementales, fuerzas fundamentales, átomos y esas yerbas. Más bien, y según lo que se desprende de las palabras de su Vicario en la Tierra, está demasiado ocupado prohibiendo los preservativos y manteniendo contra viento y marea el celibato sacerdotal.

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