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Sociedad|Domingo, 28 de diciembre de 2003
ALEJANDRO CAPANEGRA

Una sociología del turismo en Argentina

Por A. D.

Los precios, los aumentos forzados del verano, el boom turístico que define como un boom coyuntural son algunos temas explorados por Alejandro Capanegra, profesor de la UBA especializado en sociología del turismo. En diálogo con Página/12, Capanegra desmenuza el paisaje del próximo verano. Analiza tendencias, usos y costumbres del turismo argentino, habla de la desaparición temporal del turista de exportación pero rechaza categóricamente la idea de su muerte. Para Capanegra, el turista for export es el arquetipo del turista argentino, una cuestión cultural: un modelo construido a través de los años de explotación del desarrollo del país agroindustrial. Recién ahora, con el estímulo a las políticas de sustitución de importaciones podría comenzar a gestarse un nuevo paradigma turístico: el de aquel que prefiere por elección veranear en el país. Para Capanegra y para buena parte de los especialistas en turismo, ése es el gran interrogante que se definirá esta temporada: la prolongación a largo plazo de las vacaciones made in argentina.
Capanegra es exactamente eso. Uno de los que estudian los movimientos turísticos desde la sociología. “Aunque suene extraño –dice–, lo que hago específicamente es génesis, procesos y efectos del turismo.” Desde ese lugar analiza la estampida del 20 % de los precios.
–¿Por qué existe esa maniática costumbre de aumentar?
–La planta turística argentina, los veraneantes, apuntan ahora a los destinos domésticos como Córdoba, Mar del Plata o el resto de la costa. Pero en realidad los operadores apuestan a otra cosa: a ver cómo se benefician con el incremento de la estadía y del gasto. Los aumentos de precios son normales, son los generadores de una inflación de temporada: es típico de la actividad turística.
–La Secretaría de Turismo de la Nación asegura que éste será el mejor verano de los últimos cinco años. ¿Quiénes son los turistas made in Argentina?
–Es la clase media media, la que se encuentran en Blaistein buscando artículos para reformar el baño, la casa. Porque ahora hay un poquito de alguna reactivación. Son los de Gesell. Los de Pinamar se fueron siempre y se siguen yendo. El que alquila ahí se puede ir a Brasil por la misma plata. ¿Por qué no se va? Porque todavía está con dudas o todavía no comparó. El pasaje en avión está caro, pero pasar una temporada en Valeria del Mar resulta más caro que hacerlo en Praia do Rosa en Brasil.
–Pero se habla de un boom.
–Lo que existe ahora es una explosión del turismo, pero un boom coyuntural: viene creciendo desde que se acabó la convertibilidad. Pero la explosión no fue ni es una decisión del turista ni tampoco producto de políticas públicas. Si bien siempre se bregó por el desarrollo del turismo interno, comparativamente siempre fue una actividad estructuralmente deficitaria. La coyuntura la podrá transformar en un fenómeno creciente si existe una articulación real entre políticas públicas y los prestadores de servicios. No sólo tienen que aprovechar la temporada, necesitan generar un cambio subjetivo, que es un cambio cultural. Deberían pasar de la cultura de la renta a la de un capitalismo industrial.
–La exportación de turistas es el fantasma de los prestadores de servicios de veranos. ¿Los últimos años de estadía en el país tenderán a modificar esa costumbre de veranear fronteras afueras?
–Es una característica de neto corte cultural. Se ve entre los uruguayos también. El carácter cultural de la fuga de turistas típico de los ’90 responde a un determinado tipo de desarrollo económico. Nosotros históricamente ponderamos más lo hecho del otro lado de la frontera. Nuestro único modelo de desarrollo fue el agroexportador, el turismo no secomporta de manera diferente. No sólo exportamos materia prima, exportamos también al consumidor local.
–Frente al modelo agroindustrial, existe ahora una política de estímulo a la sustitución de importaciones. ¿Esto tiene correlato en los hábitos del turismo?
–Exacto. En este contexto todavía la opción no es natural: está forzada por las circunstancias. Que esto pase a ser un hábito depende de ciertas políticas públicas y de los oferentes. Si uno siente que en la costa le meten la mano en el bolsillo, no vuelve.
–En algún momento, Mar del Plata era exactamente eso: un hábito. ¿Respondía a políticas públicas distintas?
–La primera gran oleada del turismo, por ejemplo, coincidió con la crisis del ’30 y coincidió, al mismo tiempo, con cuestiones de políticos sociales. Durante la Década Infame comenzó la instauración de tiempos libres para la población y también para la clase media con cierta posibilidad de comprar servicio y acceso al tiempo libre. En 1934, esa clase media empezó a ir a Mar del Plata, era la grasada que llegaba a la zona donde veraneaba la aristocracia. El reconocimiento legal de las vacaciones anuales pagas no era para todos: se las concedieron a los empleados públicos. El peronismo, más tarde, extendió el derecho a todos los asalariados del país, antes que en Francia.
–En términos de evolución histórica, ¿los flujos fueron crecientes hasta los ’90?
–Siempre fueron crecientes, pero las diversas crisis fragmentaron el flujo. Los argentinos comenzaron a viajar al exterior. El primer flujo se trazó en los `60, pero las primeras inversiones hacia el exterior y especialmente en Uruguay comenzaron en los `50, cuando Mar del Plata se masifica y paralelamente comienza a surgir Pinamar y Punta del Este.
–Los últimos años mostraron una contracción del flujo de turismo a Punta del Este, justamente por la política de precios.
–Punta siguió creciendo hasta la segunda mitad de los ’80 y se empezó a masificar. Sus pobladores se asustaron, pero lo advirtieron cuando ya tenían adentro al gran público masivo. Volvieron a intentar diferenciarse y ahí apareció San Ignacio como una opción más exclusiva. Siempre existe la ocupación de un territorio que marca la diferencia. Y la puerta de acceso son los precios en los servicios y la propiedad de la tierra.

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