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Sociedad|Sábado, 21 de febrero de 2004

El círculo vicioso es accidente, polémica inútil y nuevo accidente

Cuando el avión de LAPA cruzó la Costanera en lugar de levantar vuelo, la principal discusión giró sobre el mantenimiento del aparato y la capacitación de los pilotos. Pero la polémica no terminó ahí. ¿No era necesario, además, levantar el Aeroparque y concentrar los vuelos en Ezeiza? ¿No es peligroso un aeropuerto de tanto tráfico aéreo en medio de estaciones de servicio, clubes y una avenida de gran circulación como la Costanera?
Cuando en marzo del 2001 se hizo la audiencia pública luego del accidente, las posiciones quedaron nítidas.
Los intendentes del conurbano pidieron el traslado a Ezeiza y el cierre del Aeroparque. Algunos completaron la idea con el proyecto de un tren rápido desde Ezeiza. La Asociación Amigos del Lago de Palermo los apoyó.
La Fuerza Aérea, representada por el brigadier Horacio Oréfice, se pronunció a favor de dejar el Aeroparque donde está, aunque con menos movimientos y mayor inversión en seguridad. Oréfice es el actual presidente del Organismo Regulador del Sistema Nacional de Aeropuertos, Orsna.
En ese entonces el delegado del Orsna en la discusión fue Julio Semería, un ex comandante civil de Aerolíneas que a principios del menemismo se había opuesto a la privatización de la empresa. Semería propuso ganar terrenos al río, cerca del Aeroparque, con una pista de 3400 metros. Según Semería, esa solución mejoraría la operatividad de la terminal aérea, permitiría recuperar la pista actual como espacio verde y posibilitaría seguir con la Autopista Illia hacia el norte.
El Jorge Newbery quedó en su lugar, y la salida de la crisis económica intensificó su tráfico.
La discusión se había producido en caliente poco después del gran accidente de LAPA, en 1999.
Menem volvió en ese momento a plantear el plan de aeroísla que había fogoneado un grupo multinacional con el auspicio local del capitán Alvaro Alsogaray. Un gasto total de casi mil millones de dólares al que se sumaría el negocio inmobiliario de explotar los terrenos del Aeroparque.
Carlos Lebrero, de la Sociedad Central de Arquitectos, opinó que las actividades que se desarrollan en la Costanera, desde las torres cercanas a las estaciones de servicio, no son compatibles con el funcionamiento de una terminal aérea de primer nivel. Lo apoyó el decano de Arquitectura, Berardo Dujovne. Recordó que en la Ciudad Universitaria cursaban 30 mil alumnos.
Era jefe de Gobierno Fernando de la Rúa. Opinó que la ciudad podía seguir teniendo un aeropuerto propio. “Pero con vuelos más pequeños, destinados a distancias más cortas, y no grandes máquinas como las actuales”, dijo.
Ninguna de sus palabras se convirtió en hechos. Y luego, como Presidente, tampoco.

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