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Sociedad|Martes, 12 de junio de 2007

Tensión y bronca

Por Carlos Rodríguez

Dos días bastaron para que muchos turistas, brasileños o europeos, aprendieran a insultar en castellano, usando expresiones típicas de cualquier porteño enojado. “Si quieres que te diga lo que siento, te lo digo: esto es una mierda.” Marissa, rubia y brasileña, estira sus labios de carmín para putear con el estilo de una chica de Mataderos. Un compatriota suyo, con cara de estar rindiendo un examen de argentinidad, agrega un escueto “la concha de la lora”. Y después se ríe. El más mediático es un señor de acento alemán o ruso, que desgrana una arenga política en un castellano rústico pero rotundo, no sin antes ponerse ante las cámaras de televisión. “Estuvo (se refiere a él mismo) dos días en esta mierda. La culpa la tienen ustedes, argentinos, por votar a este presidente.” Y el hombre se va hacia la salida del aeroparque metropolitano, mientras se alisa el traje. Ese fue el clima que se vivió, anoche, por la suspensión de los vuelos de Aerolíneas Argentinas.

Los únicos que rompen la norma son Catherina y Rodrigo, dos novios de Bogotá que no tuvieron mejor idea que venirse a la Argentina para pasar su luna de miel en las Cataratas del Iguazú. Los dos se pasean por el colmado y caliente hall de embarque de Aerolíneas y Austral cargando una botella de buen borgoña, más dos enormes copas de fino cristal. “Vamos a brindar y vamos a buscar algún rincón tranquilo, íntimo. No nos van a derrotar”, dice Rodrigo con cara de Lancelot. De fondo, munido de un megáfono, un hombre, este sí un auténtico argentino, convoca a la revolución permanente contra los que no los dejan volar: “Tienen razón los que dicen que somos culpables de lo que nos pasa. Nosotros elegimos a Menem, a De la Rúa, a Kirchner y a toda esta manga de políticos corruptos y chorros”.

Hasta las 19.30 de ayer, varias largas colas se formaron frente a las ventanillas de preembarque y ante una de las oficinas de la empresa. Era la única habilitada para dar alguna explicación y gestionar, los extranjeros o los que viven en el interior, un cuarto de hotel para continuar la espera para volar a Bariloche, Córdoba o Iguazú. Hubo gritos, empujones, discusiones fuertes con los empleados de la empresa que no tenían casi nada que ofrecer. “Hombre, esto es una verdadera garcha”, es la expresión a la que apela Juan Manuel, un español que se vino a pasear con la familia. “La estábamos pasando de puta madre, pero ahora nos quedamos con las ganas de ir a las cataratas. Y nadie nos dice una palabra de explicación. ¿Cómo son las cosas en este país?”

Matías, sentado en el piso, con su camiseta de Newell’s, habla con su familia vía celular: “Mami, no me esperes a cenar hoy tampoco”. A su lado, Lorena discute con la mujer que le dio la vida: “Mirá mamá, no me importa lo que diga la televisión. Lo que yo te digo es lo que vale: no puedo viajar, no me esperes”. Lorena es de Córdoba y se le nota. El clima se pone más denso, todavía, cuando una voz oficial dice por los parlantes de la estación aérea: “Aerolíneas comunica que están suspendidos todos los vuelos previstos para hoy por el conflicto con el personal”.

Se cierra del todo la esperanza de viajar. El abucheo tapa la segunda parte del mensaje. “Los pasajes estarán abiertos todo un año y podrán ser utilizados cuando dispongan, sin ningún tipo de condicionamiento”. Otro argentino levanta la voz en medio del griterío y llama a “romper todo”. “Tenemos que romper todo, no nos pueden tocar el culo de esta manera.” Las quejas siguen, igual que los insultos, pero nadie rompe nada.

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