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Sociedad|Sábado, 20 de noviembre de 2010
Opinión

Repensar y hacer la historia

Por María Ernestina Alonso y Enrique C. Vázquez *

“Jóvenes alumnos: (...) ¡Desgraciados los pueblos que olvidan! ¡Demos gracias al cielo, porque sabemos glorificar a San Martín; démosle gracias porque sabemos execrar a Rosas (...).”

Discurso de José Manuel Estrada, rector del Colegio Nacional de Buenos Aires, con motivo de la muerte del ex gobernador Juan Manuel de Rosas, el 24 de abril de 1877.

Un nuevo feriado nacional. Una nueva efeméride escolar. Bueno, no, nueva no: ya estaba incluida en el calendario educativo.

Pero nueva sí en un sentido, ya que el feriado y los debates públicos sobre qué y por qué recordar el 20 de noviembre, y sobre todo, por qué, ahora, han provocado que muchos docentes, en muchas escuelas, consideren necesario revisar qué decir en un acto sobre el Día de la Soberanía Nacional o repensar qué imágenes exponer en las carteleras alusivas a “la Vuelta de Obligado”.

Tal vez vuelvan a ser elegidas, para esos actos y carteleras, las palabras de reconocimiento que en su testamento José de San Martín tuvo para Juan Manuel de Rosas.

Escribió el Libertador, de puño y letra, en 1844: “El sable que me ha acompañado en toda la Guerra de la Independencia de la América del Sud le será entregado al General de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los Extranjeros que tratan de humillarla”.

Unas palabras que, durante décadas y hasta ahora mismo, complicaron y todavía complican a algunos historiadores, dirigentes políticos y formadores de opinión, interesados en definir “el mito de los orígenes de la Argentina”, y a quiénes considerar los “padres fundadores” de “la patria de todos los argentinos”, y en dar sermones sobre qué le hace bien o mal a “la patria”. Difícil de explicar, para ellos, el elogio del “prócer indiscutido” al “peor de los tiranos”.

Y ahora, de repente (¿de repente?), el 20 de noviembre es feriado nacional. Una decisión política tomada, según algunos, sólo para impulsar el turismo. Demagogia populista, según otros.

Sin embargo, el feriado invita a leer, otra vez (por primera vez en el caso de la gran mayoría de los jóvenes) aquellas palabras de José de San Martín y a repensar o pensar qué es la soberanía y, todavía más, qué es la patria.

¿Por qué en este noviembre de 2010 parece que estamos leyendo con ojos nuevos y con entendimiento nuevo las palabras del por muchos considerado “padre de la patria” a Juan Manuel de Rosas, casi por esos mismos muchos considerado “el peor de los tiranos”?

¿Será que la patria no tiene padres?

¿Será que la patria no necesita que algunos se encarguen de definirla?

¿Será que la patria la construyen, en el pasado como en el presente, personas comunes que hacen cosas extraordinarias en el tiempo que les toca vivir?

¿Será que empezamos a correr los velos que desde el 24 de marzo de 1976 oscurecían la memoria histórica, la historia referida en los discursos públicos, la historia elegida para contar en la televisión y en la radio y en los actos públicos, y en los afiches y en las pintadas, y en los monumentos construidos, y en los feriados establecidos por ley, y en la historia enseñada en la escuela?

Cuando se descorren esos velos, se puede ver la realidad social, magnífica y conflictiva, construida por varones y mujeres con necesidades, con intereses, con anhelos. Y en lucha, siempre en lucha: en dimensiones más cotidianas y personales, o en dimensiones más históricas y sociales.

Y todos anhelando vivir mejor. Que de eso se trata estar en el mundo haciendo la historia.

Cuando se descorren esos velos, y podemos ver que la historia ha sido y es lucha, y podemos reconocernos como constructores de la realidad social, entonces “soberanía” deja de ser una palabra a buscar en el diccionario.

Cuando los protagonistas de la historia se hacen cargo de ella, para construirla más justa, entonces, se apropian de la soberanía.

De una soberanía que, así, en los cuerpos de todos nosotros, protagonistas de la historia argentina y sudamericana, recobra el origen etimológico de la palabra: y nos hace “superiores”, en el sentido de estar y poder ver desde “más arriba”, cada vez más “abundantes”, más “excesivos”, más próximos a “vencer”.

* Historiadores.

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