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Sociedad|Miércoles, 21 de septiembre de 2005
OPINION

Una falla en la sociedad

Por Luis Bruschtein
Los principales líderes del mundo han destacado la lucha que protagonizó Simon Wiesenthal para que los genocidas nazis dieran cuenta de sus actos ante la Justicia. Sin embargo, la importancia que todo el mundo reconoce ahora a esa tarea pone también en evidencia la falla profunda de las sociedades modernas que hicieron recaer esa responsabilidad pública en una víctima de los criminales perseguidos.
En cierto sentido, la existencia misma de Wiesenthal constituye una señal de culpa, de falta grave en la civilización del siglo XX porque la persecución de los criminales no debería haber sido una empresa particular y menos de una víctima directa. Su esposa y él tenían más de 80 familiares muertos en el Holocausto. Durante más de 50 años Wiesenthal, que era sobreviviente de Mathausen, se embarcó en la tenaz persecución de los criminales de guerra dispersos, refugiados y protegidos en todo el planeta. Si no fuera porque todo el mundo ya se había acostumbrado a asociar su nombre con la búsqueda de nazis, sería más fácil percibir lo injusto y anormal de esa situación. Injusto y anormal para él, para las víctimas del Holocausto y para la humanidad en general.
Lo cierto es que en 1947, cuando comenzó su búsqueda, si no lo hacía él, no lo hubiera hecho ningún gobierno. Los líderes mundiales se contentaron con declaraciones sobre el horror y, tras Nuremberg, trataron de dar vuelta la página de la historia. Estados Unidos y la URSS se disputaban a los científicos alemanes para los arsenales de la Guerra Fría y los criminales eran protegidos por intereses políticos, económicos y religiosos en todo el mundo. La persecución de los nazis y su presentación ante la Justicia aparecían como un dato molesto de la posguerra y la llamada reconciliación, en países donde las simpatías con el Eje habían sido marcadas, donde muchos de sus políticos y empresarios habían mantenido algún tipo de relación con el nazismo.
La lucha de Wiesenthal, ahora reconocida, fue solitaria. Y el apoyo de los gobiernos fue llegando –tardíamente– a medida que el tiempo desgastó la red de protección de estos criminales, como Adolf Eichmann en Argentina o Klaus Barbie en Bolivia, por mencionar a sólo dos de los 1100 que ayudó a capturar. No constituye motivo de orgullo que deba haber personalidades como Wiesenthal para emprender acciones de justicia elemental que interesan a la sociedad en general y que deberían ser ejecutadas por sus instituciones.

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