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Sociedad|Martes, 21 de agosto de 2007
SOLDADOS Y BLINDADOS CONTRA LOS SAQUEOS

Pisco, ciudad militarizada

Por Jorge Marirrodriga *
desde Pisco

Vehículos blindados de la Infantería de Marina peruana equipados con ametralladoras comenzaron a desplegarse el lunes por el centro de la ciudad de Pisco, la más afectada por el fuerte terremoto del miércoles. Es la respuesta del Estado a la situación de alarma creada por las constantes denuncias de los vecinos ante la inseguridad que se vive en toda la zona afectada por el sismo cuando cae el sol. Todavía no hay electricidad y las luces de las hogueras que los afectados encienden para tratar de calentarse en las frías noches no sirven para iluminar una ciudad que, debido ahora a los trabajos de desescombro, permanece desde hace seis días envuelta en una pesada nube de polvo de adobe.

“No tenemos luz en el perímetro de la fábrica y de noche se escuchan tiros a lo lejos. Nosotros hemos tenido que hacer también algunos de intimidación”, explica el jefe de seguridad de la fábrica de conservas Condesa, situada junto al barrio de los pescadores y que ahora ha detenido su producción. “Por lo general bastan unos cuantos disparos y se alejan de las tapias”, explica.

Por la ciudad son visibles patrullas compuestas por seis soldados equipados con material antidisturbios bajo el mando de un suboficial. Cuando llega la oscuridad cambian los escudos y las porras por armamento ligero. Los camiones cisterna que reparten agua potable van custodiados por parejas de soldados que en la mayoría de los casos se muestran incapaces de organizar el enorme tumulto que se organiza cuando el vehículo se detiene en las zonas anunciadas para repartir su carga. El Ministerio del Interior peruano asegura que ha desplegado en la zona a 1000 policías y 1200 militares.

Los soldados son muy jóvenes y en algunos casos denotan un escaso entrenamiento. Se han producido algunos disparos accidentales porque portan sus fusiles automáticos con el dedo en apoyado el gatillo, ajenos a las recriminaciones de los vecinos que les piden que no lo hagan. Pese a este despliegue militar, los disparos pueden escucharse en diversas zonas de la ciudad a la caída del sol.

Mientras, la luz mortecina que flota durante toda la jornada por efecto del polvo acumulado, se va apagando; las calles comienzan a quedarse desiertas. Muchas de ellas han sido bloqueadas por los propios vecinos con restos de tapias para evitar que puedan ser atravesadas por vehículos. Es una medida de protección que por ahora resulta efectiva. “Así evitamos que los chorros entren con los autos y se vayan al toque”, relata Juan Rubiños, mientras organiza a sus hijos adolescentes para que unos vayan a buscar agua mientras otros se quedan vigilando lo que queda de sus casas.

“No podernos movernos de aquí en todo el día”, explica Betty Pérez mientras señala una tela sujeta con cuatro palos en que se ha convertido en su hogar desde hace una semana. Tres sillones, un par de sillas viejas y una mesa es todo lo que le queda después del terremoto. Ella y su marido, que superan los 60 años, sienten desorientados y sólo quieren saber cuándo va a llegar la luz eléctrica.

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