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Sociedad|Sábado, 19 de enero de 2002

El salto de la inmobiliaria al cambio

Por Alejandra Dandan
Es difícil presentarlo por el nombre, pero además para él es un problema. Es uno de los que anda más sueltos de cuerpo en las calles del Bajo que por estos días están más agitadas que la Bolsa. También es uno de los que mejor conoce las reglas del juego y de los que aprendió que la única posibilidad de seguir vivo en este universo es con buenas compañías. Flaco, casi tan largo y desgarbado como un Larguirucho, se dedicó en los últimos diez años a desarrollar un negocio inmobiliario. Lo hizo en los últimos diez años porque a partir de diciembre optó por un cambio de rubro. Antes de salir a la calle para insertarse entre los engranajes de la bicicleta financiera, se tomó unos días de vacaciones como para entender dónde correr. Los tornados económicos y el decreto que liquidó a la era convertible paralizaron todo su negocio: “Nadie vende ni se puede hacer ninguna transacción, pero ni siquiera un alquiler porque nadie se quiere meter ahora con los dólares.”
Decidido a escapar del hundimiento, sondeó entre sus socios quién estaba dispuesto a meter el cuerpo en la calle. Dos de ellos lo siguieron primero. Ahora son cuatro los que se mueven en bloque, entre las organizaciones de tipo cooperativo que indefectiblemente terminan armándose entre sus nuevos colegas. Es tan difícil permanecer solo como soportar las presiones de los más fuertes que llegan al terreno de combate amparados por las casas de dinero sucio, eso que aquí se conoce como las cuevas. Por eso él tiene pinta de duro. Aprendió a serlo cuando se metió en esta pequeña zona donde ahora se ha convertido en lobizón. Ahora sabe cuándo cerrar un negocio y cuándo meterse a un bar para cuidarse mejor.

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