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Domingo, 30 de noviembre de 2003
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EXPLICACIONES DE LA CRISIS ARGENTINA

No hay una sola causa

Cash publica el anticipo del libro del economista Rubén Lo Vuolo, “Estrategia económica para la Argentina”.

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Rubén M. Lo Vuolo: “Los problemas venían acumulándose durante muchos años”.
Por RubEn M. Lo Vuolo

El advenimiento del siglo XXI coincidió con una de las crisis económicas y sociales más profundas de la historia argentina. Si bien los síntomas más notables emergieron con mayor virulencia hacia la segunda parte del año 2001, los problemas venían acumulándose durante muchos años, encubiertos bajo la aparente estabilidad de un régimen de organización económico y social inspirado en los dogmas más reaccionarios del pensamiento neoconservador.
No pueden reducirse a explicaciones únicas la naturaleza o las causas de la crisis, como pretenden los que la consideran como la simple expresión de una sociedad “enferma” y atacada por un virus (generalmente externo) que alteró su funcionamiento “normal”. La conclusión de este tipo de visión es que, para superar el estado de crisis, se trataría de identificar y, en su caso, neutralizar o extirpar dicho virus.
Así, algunos sugieren que la crisis argentina se explicaría por otras producidas en lejanas latitudes: el efecto Tequila, la crisis rusa y la asiática, la devaluación brasileña. El derrumbe simultáneo del régimen cambiario, monetario y financiero de la Argentina tendría similitudes con el de Corea de 1997, o bien se asemejaría a la crisis rusa y el desarrollo de “monedas paralelas” (bonos provinciales o sistemas de trueque). Desde una posición ideológica diferente, pero que también adopta explicaciones únicas y externas, la crisis argentina se expone como resultado de la “globalización” y de las políticas impuestas por los organismos internacionales de asistencia financiera que responden a los intereses de los países “centrales”.
Si bien este tipo de visiones toca temas relevantes para el análisis, tiende a diluir el centro de gravedad de la situación en elementos externos al régimen de organización social del país y a buscar explicaciones únicas del problema. De este modo no se alcanza a explicar, por ejemplo, por qué los mismos fenómenos internacionales afectaron de forma distinta a países con similares niveles de desarrollo y de la propia región de América latina. Las alteraciones del ambiente internacional siempre están intermediadas por los arreglos operativos locales, que son los que explican las particulares formas en que los procesos se presentan en cada caso. Por lo tanto, las explicaciones que imputan la culpa de la crisis del país a factores internacionales, son claramente insuficientes.
Otras argumentaciones sobre la crisis del país ponen el acento en cuestiones endógenas. Desde el pensamiento conservador, por ejemplo, se carga la culpa sobre el gasto público y el déficit fiscal. Sin embargo, la evidencia empírica muestra que la Argentina tiene un Estado de tamaño más bien mínimo y que el régimen de convertibilidad sobrevivió en gran medida por ese déficit y el creciente endeudamiento en dólares derivado del mismo. Además, el déficit registrado durante la década del noventa no se explica por el aumento del gasto, sino por erosiones de ingresos tributarios, como es el caso de la reforma de previsión social, la reducción de las contribuciones patronales o los llamados planes de competitividad. El gasto que subió fuertemente es el de los pagos de la deuda pública, pero ésa es la contrapartida lógica del modo en que se financiaba el ciclo económico de la convertibilidad.
Desde otra visión ideológica muy difundida, también se enfatizan problemas domésticos, pero acentuando las conductas de los agentes mejor posicionados en la distribución del poder económico: así, la crisis se debería fundamentalmente a los comportamientos de la “elite local” y a la disputa entre distintas fracciones de capital. Esta perspectiva postula que la crisis de la Argentina sería un episodio más de un proceso que perdura desde el golpe militar de 1976, cuyo dato central sería la trasnacionalización del capital concentrado y la destrucción de la “burguesía nacional” que habría existido hasta entonces. El argumento central es que la “revancha clasista”, iniciada en la última dictadura militar, habría retornado a un “sometimiento imperialista y oligárquico” del país por medio de la ruptura de la matriz distributiva (vinculada principalmente al proceso de desindustrialización). Por lo tanto, la salida de la crisis pasaría por retomar, adaptado a las actuales circunstancias, un “modelo de desarrollo” que supone una burguesía nacional que “rompía, en una alianza más o menos conflictiva con los sectores populares, su dependencia externa, se fortalecía y luego pasaba a conquistar el mercado mundial mediante la exportación de sus productos desde las unidades productivas ubicadas en el país. O un capitalismo de Estado que cumplía, en mayor o menor medida, las mismas funciones.
Este tipo de explicaciones es rico en tanto observa la perspectiva temporal y se centra en las contradicciones del proceso de acumulación y el papel de los agentes económicos locales. Sin embargo, e independientemente de la opinión sobre la visión que ofrece del proceso histórico del país, del marco de alianzas de clase y del propio entorno internacional vigente en el pasado, también muestra insuficiencias. Primero, reitera el sesgo hacia la identificación de una causa única de la crisis, en este caso la ausencia de una burguesía nacional; segundo, tiende a ubicar al Estado como un actor capaz de construir y hasta reemplazar clases sociales, ignorando en cierto modo algunas lecciones de la historia argentina e internacional en la materia.
En síntesis, desde mi punto de vista, la crisis argentina reconoce causas múltiples que no siempre pueden ordenarse de manera jerárquica sino más bien sistémica, y que abarcan elementos de diversa naturaleza, tanto endógenos como exógenos.

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