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Domingo, 22 de enero de 2006
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QUE INCIDE Y QUE NO EN EL ALTO PRECIO DE LA ENERGIA

Petróleo y política

Por ahora, el panorama energético mundial no es tan grave como parece. Pero solamente por ahora.

Por Claudio Uriarte
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Mahmud Ahmadinejad quiere borrar del mapa a Israel y trasladar a sus judíos a Europa y América del Norte.

De Medio Oriente a América latina, un vendaval petrolero viene empujando desde hace meses la cotización del crudo hacia su marca histórica de 80 dólares por barril. Desde la reanudación por Irán de su programa nuclear y el deseo expresado por su presidente de “borrar del mapa” a Israel hasta el eje energético antinorteamericano que Hugo Chávez busca crear en América del Sur, desde la renovada incertidumbre israelo-palestina hasta los efectos destructivos de catástrofes naturales como el tsunami o el huracán Katrina en países productores como Indonesia, Estados Unidos o México, pasando por la aparentemente imparable voracidad energética de países industriales emergentes como China e India, el panorama resulta un cocktail bastante impredecible entre lo estructural y lo políticamente inducido. A países como Irán y Venezuela les conviene una inestabilidad política que asuste a los mercados y haga subir los precios, aunque esto también merezca tomarse con pinzas:

1) Los precios altos crean su propio correctivo en la forma de tendencias recesivas y una contracción de la demanda, tanto en países industrializados como en las nuevas potencias emergentes. Esto repercute fuertemente en las economías de los países productores, particularmente en aquellos que, como precisamente Irán y Venezuela, son fuertemente dependientes de sus exportaciones de petróleo. Pero la demanda, por el momento, no muestra signos de amenguar, pese a que el estado deplorable y descuidado de las refinerías estadounidenses no cese de ejercer una presión alcista sobre los precios. Dentro de esta situación, se diría que la curva de ascenso del precio del petróleo aún no ha intersectado con la curva de descenso de la demanda. Esto, en un mundo ideal, sería el punto en que el precio se racionalizara y alcanzara su proporción áurea, aunque tal cosa rara vez ocurre en el mundo imperfecto de la economía. Pocos recuerdan, por ejemplo, que, durante la mayor parte de la década del ‘90, el precio del barril de crudo WTI oscilaba en torno a 20 dólares (contra casi 70 ahora).

2) El tema no puede considerarse solamente desde la esfera económica, desde la oferta y la demanda. Las sirenas de alarma que hacen sonar Teherán y Caracas no tienen solamente el objetivo oportunista de hacer subir el precio (aunque eso influya), sino que se inscriben dentro de estrategias y ambiciones más grandes que son de neta naturaleza política. En el curso de las últimas semanas, Mahmud Ajmanidejad habló de borrar del mapa a Israel, negó el Holocausto, propuso el traslado masivo de los judíos de Israel a Europa y América del Norte y fue rompiendo casi cada compromiso con la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA). Cuando el G-3 (Alemania, Gran Bretaña y Francia), con el respaldo de Estados Unidos, amenazó con llevar el asunto al Consejo de Seguridad de la ONU, en busca de posibles sanciones, Irán contraamenazó con bajar su producción de petróleo y prohibir todo acceso de la AIEA al país. La primera amenaza no es creíble: Irán vive del petróleo y gran parte de su población vive en la miseria; not least, una reducción de sus ingresos por energía lo privaría de los mismos fondos que necesita para desarrollar su programa nuclear. Pero su segunda amenaza es más verosímil, como el resto de su amenaza nuclear: cuando el régimen de los ayatolás habla, habla en serio (como es el caso de Osama bin Laden). Pero es improbable que el Consejo apruebe las sanciones por la oposición de Rusia y China (las cuales, dicho de paso, colaboran con el programa iraní), por lo cual el camino queda expedito para que Irán siga adelante con sus planes y Estados Unidos y/o Israel y/o una combinación de Estado elijan el bombardeo selectivo de instalaciones nucleares como Natanz, a partir de lo cual el futuro (entre otros, el de los precios del petróleo) es una incógnita abierta.

3) Por suerte, el caso de Venezuela es infinitamente menos alarmante, limitándose a una redistribución de ingresos interna, el tendido de redes energéticas regionales autónomas y cierta sobredosis de retórica caribeña. Pero, con el equipo sobrerreactivo de George W. Bush en el poder, y mercados al borde de un ataque de nervios, nunca se sabe.

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