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Domingo, 18 de febrero de 2007
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Nota de tapa

Látigo y...

Por Claudio Scaletta

La versión más aceptada de la historia sostiene que, en un año electoral, el Gobierno necesitaba bajar los decibeles en el conflicto con el campo. Cuando el látigo no da para más, dicen, los caminos para calmar a la fiera son dos: seducir con algún alimento o los mimos. Quizá haya pensado en esto el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, cuando le encargaron que apague el incendio en la relación con el sector.

La disputa, además, se produce en un contexto de expansión sectorial y altos precios internacionales. Una nueva cosecha record despunta en el horizonte, lo que significa exportaciones al tope y lluvia de divisas para los empresarios. Una coyuntura semejante no debería ser ámbito de conflicto para la relación campo-Gobierno. Esta era la idea fuerte que rondaba las mentes del Gobierno mientras, sumergidos en sus propias internas, dos de las cuatro entidades del campo mantenían la amenaza de lock-out. El conflicto había llegado demasiado lejos y comenzaba a no convenirle a nadie.

Limpiando la mesa

El menú del que disponía Fernández para resolver el intríngulis no desbordaba de ofertas. El actual modelo económico no habilita mayores concesiones en materia de retenciones, a lo sumo dejar de pensar en nuevas subas. Recaudación y en particular precios internos, son puntos innegociables. Una realidad que –sin bajar las banderas– la dirigencia sectorial comenzó a asumir.

Descartada la oferta de máxima, en la lista seguían algunas soluciones; unas simbólicas, otras más concretas.

El campo se había mostrado muy contrariado con algunos funcionarios. Primero con el secretario del área Miguel Campos, de escasa llegada a Néstor Kirchner y quien, al igual que su amigo Roberto Lavagna, había acusado de llorón al sector, a la vez que desarmado viejos negocios con la Cuota Hilton. Luego con Felisa Miceli, de quien dijeron carecía de relevancia en la toma de decisiones. Y por supuesto, en particular el sector ganadero, con Guillermo Moreno. En el sector sostienen que al secretario de Comercio, siempre eficiente a la hora del látigo, se le fue la mano. El “exceso de control” en el Mercado de Liniers, ámbito no precisamente asociado con conceptos como la libre competencia, estaría provocando transacciones en negro aun dentro del mismo mercado, lo que iría a contrapelo incluso de la añeja lucha gubernamental por transparentar su funcionamiento. Los operadores respetarían sólo formalmente los precios bajo control, pagando el sobreprecio por debajo de la mesa. En materia de precios minoristas esto significa que los aumentos llegarán a las carnicerías.

Así las cosas, a Campos le tocó la poco grata función, que esperaba hace tiempo, de hacer de fusible. Miceli quedó golpeada, porque tenía buena relación con Campos y porque otra vez le pusieron en una secretaría clave a Javier De Urquiza, un hombre que todos relacionan con el ministro de Planificación, Julio De Vido. Pero no le fue tan mal, ya que pudo retener a casi toda la segunda línea de la Secretaría. De Moreno dicen que está “tocado”, aunque seguramente más por el disgusto del Indec que por Liniers. Sin embargo, fuentes muy cercanas a Néstor Kirchner dijeron a Cash que Moreno sigue contando con todo el respaldo presidencial.

El gesto simbólico, no obstante, cerró el oxígeno a las llamas. La llegada de Javier De Urquiza fue bienvenida por la dirigencia. Pero también de pan vive el hombre. El martes pasado, en el cóctel de asunción del nuevo secretario, el titular de una de las entidades que se mostraron más combativas le puso límite temporal a lo meramente gestual. Copa en mano y con la pera apuntando a De Urquiza afirmó: “Este tiene hasta el viernes antes de que lo empiecen a putear”.

Intocables

“El viernes”, por el pasado 16, no fue un día tomado al azar, sino el programado desde el recambio en Agricultura para el anuncio del “paquete de medidas” para el sector. Más allá de las reuniones por los detalles, la dirigencia rural sabía que la agenda sería acotada y que los mimos estarían por debajo de los deseables tras el largo período de rigor y abstinencia.

La tarea más ardua fue transmitir a la dirigencia rural que las dos medidas que más la irritan, retenciones y restricciones a las exportaciones cárnicas, no son en concreto políticas agropecuarias, sino parte estructural del programa macroeconómico. Es este carácter el que las hace intocables más allá de cualquier lectura ideológica o de transferencias intersectoriales de recursos.

Lo “tocable”, entonces, era el resto de la agenda. Los anuncios confirmaron muchos de los pedidos que las entidades le habían llevado a Fernández. Entre ellos:

Por ahora nada más, pero en la conferencia de prensa en la que se hicieron los anuncios, De Urquiza insistió en que la agenda quedaba abierta, que la relación con el sector sería un proceso dinámico y –sin dar mayores precisiones– que se abordarán los problemas de las economías regionales, de la agricultura familiar y del transporte de cargas de cereales.

Luna de miel

En público y en privado la dirigencia agropecuaria se mostró satisfecha con los anuncios, pero también escéptica y con un dejo de querer más. Seguramente la luna de miel no durará mucho y no tardará en cumplirse el vaticinio del cóctel. La piel de De Urquiza deberá endurecerse. Según muestra la historia, “el campo”, su dirigencia, es un actor acostumbrado a manejar todo el poder en su sector. Hoy, en cambio, quedó fuera de las decisiones políticas de fondo. Pero muchos se preguntan si la pulseada jugada con el Gobierno, como lo saben algunos ganaderos, no provocó más daños que beneficios. Quizá tomar la mano tendida y velar un tiempo las armas pueda ser beneficioso para todas las partes.

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