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Domingo, 11 de agosto de 2002
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DEL “FAST TRACK” AL CORRALITO

Corporaciones vs. estados

El “fast track” habilita al presidente de Estados Unidos a negociar acuerdos de libre comercio sin el paso previo por el Congreso. ¿Cuál es la estrategia de Argentina?

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George W. Bush, presidente de Estados Unidos, ya tiene el “fast track” en su poder.
Por Enrique M. Martínez

El sábado 27 de julio a las 3.30 de la mañana y por tres votos de diferencia –en el más puro estilo menemista– la Cámara de Representantes de Estados Unidos dio sanción definitiva a la legislación conocida como fast track, que habilita al presidente de Estados Unidos a negociar acuerdos de libre comercio sin el paso previo por el Congreso. Esta decisión se discute con pasión al interior de Estados Unidos: es saludada por el presidente de Chile o en Singapur, porque facilitará sus acuerdos bilaterales con el Norte; abarata las exportaciones textiles de Ecuador o Perú. En la Argentina, no alcanza siquiera a ser considerada por alguno de los candidatos a gobernar el país el año próximo.
Sin embargo, el fast track –sendero rápido– es uno de los hitos del triunfo de las corporaciones multinacionales sobre los estados nacionales. Y eso afecta a todo el planeta. A la Argentina, mucho. La puja entre corporaciones y estados tiene muchos años de vigencia y se ha ido inclinando a favor de las primeras hasta hacerse irresistible después de la caída del Muro de Berlín. El Estado norteamericano, con el gobierno republicano, resuelve el dilema, definiendo que lo que es bueno para las corporaciones es bueno para su país. Pero por más que se proclame, no es así. No puede ser así, por definición.
Con el sendero rápido las corporaciones podrán organizar su producción a escala planetaria, buscando reducir sus costos en base a los bajos salarios disponibles en el mundo periférico. Para atender ¿qué demanda? La del consumo del mundo desarrollado. Producirán en todos lados, pero venderán en el Norte. Este es el problema central.
El consumo de la periferia no será relevante, porque si lo fuera eso significaría que los salarios son altos y entonces no sería un incentivo instalarse. La periferia interesa para trabajar no para consumir.
Los sindicatos del Norte, por su parte, dan la pelea contra la medida porque pronostican –con razón– que desaparecerán allí todos los trabajos que puedan ser desplazados al mundo pobre y barato. Dan como ejemplo los 300.000 trabajos que se fueron para México a consecuencia del NAFTA, con la simultánea caída del salario real del 10 por ciento en México. Sólo ganaron las corporaciones.
A mitad de camino respecto de la posición más justa, esos sindicatos se oponen al sendero rápido y proponen el aumento de salarios y calidad de vida y trabajo en la periferia, a sabiendas de que su fuerza contra el primero es mucho mayor que para conseguir lo segundo. Y aún así perdieron...
Una economía mundial liderada sólo por las miles de iniciativas individuales de las corporaciones, buscando maximizar su ganancia a corto plazo, es y será fuertemente inestable. El balance comercial norteamericano será cada vez más deficitario, porque los productos que allí se consumen serán importados en proporción creciente. Su balanza de pagos se equilibrará en parte con las utilidades giradas por las filiales externas de sus corporaciones y en parte por el ingreso de capitales financieros de todo el mundo, que alguna vez se pondrán nerviosos y en parte ya lo han hecho.
La periferia, por su parte, tendrá más trabajo, pero sólo tendrá más consumo cuando parta de la miseria. Africa o India o buena parte de China cumplen con esa condición y por eso sus miles de millones de habitantes reciben una atención estratégica de la política externa norteamericana. La periferia del medio –nosotros, pero también el resto de Sudamérica– sólo podrá tener trabajo, en ese esquema, si resigna consumo, es decir si los salarios reales siguen cayendo, y además si eso sucede en paz. De lo contrario, no nos cerrarán las cuentas de ningún balance de pagos. Por insuficiencia en las exportaciones para pagar las importaciones y las remesas de utilidades e intereses de deuda, pero además porque la inseguridad del horizonte hará eterna la fuga de capitales. El corralitoargentino o el uruguayo o los que vendrán son consecuencia directa de este mundo profundamente desequilibrado, al que sólo pueden ordenar estados nacionales comprometidos con sus respectivas comunidades y que se animen a entender el problema de fondo y a actuar. Argentina, Brasil, Uruguay y Chile tienen la obligación y la oportunidad de definir un camino económico que cambie el destino descrito. Un camino que construya y fortalezca cadenas de valor regionales, donde nuestros recursos naturales y humanos puedan articularse con una autonomía relativa que el sendero rápido nos niega y negará. No es imposible.

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