Para quienes intentan ver el conflicto del poder econ贸mico sojero versus el Gobierno con la cabeza fr铆a, tarea dif铆cil por estas horas, las preguntas m谩s urgentes son:
驴C贸mo puede ser que una minor铆a organizada sea capaz de poner en vilo la gobernabilidad de una administraci贸n recientemente legitimada en las urnas?
驴C贸mo puede ser que un gobierno que se mostr贸 por lo general seguro y arrogante frente a los opositores de derecha 鈥揾echa la excepci贸n de la irrupci贸n del ingeniere Juan Carlos Blumberg鈥 se encuentre ahora a la defensiva y concedente?
驴Cu谩l es el verdadero poder detr谩s de los sojeros?
驴Hasta d贸nde ser谩n capaces de llegar los cuatro jinetes del campo?
驴En qu茅 estado quedar铆a la actual administraci贸n si la movida logra torcerle el brazo y se da marcha atr谩s con las retenciones m贸viles?
La tarea de ordenamiento no es simple. Puede partirse de la existencia de un cambio de humor social. Basta escuchar la virulencia de algunos discursos para aceptar el indicio. La desestabilizaci贸n campera es acompa帽ada por una parte de la poblaci贸n, no todos inadvertidos. Una respuesta f谩cil es que el cambio de humor fue acicateado por los medios.
Puede ser. Ya en las 煤ltimas elecciones qued贸 claro que, frente a la desarticulaci贸n de los partidos tradicionales, la principal oposici贸n al Gobierno se encontraba en los medios de comunicaci贸n. Sin embargo, el discurso medi谩tico no puede operar en el vac铆o, deben existir disparadores reales.
Mientras el pavor provocado por la crisis de salida de la convertibilidad resultaba conjurado por el fuerte crecimiento y la recuperaci贸n de los indicadores sociales, todo march贸 sobre rieles y empujado por los buenos precios internacionales. Pero desde que la inflaci贸n comenz贸 a intervenir activamente en la puja por la distribuci贸n del ingreso, hasta el punto de eclipsar la recuperaci贸n de los indicadores sociales, el humor de la siempre pol铆ticamente inestable y voluble clase media local comenz贸 a cambiar. Es bastante probable que las mensualmente repetidas cifras oficiales sobre la evoluci贸n de precios hayan contribuido a la irritaci贸n general de los sectores urbanos, as铆 como a la degradaci贸n de la palabra p煤blica. Quienes ven c贸mo sus ingresos fijos son limados cotidianamente por los mayores precios no est谩n muy dispuestos a aceptar con alegr铆a que se les diga que su realidad en el supermercado es pura imaginaci贸n.
Los gerentes de la patria sojera supieron gestionar a su favor esta irritaci贸n. Catalizaron una sumatoria de peque帽os descontentos, algunos m谩s graves que otros. Esto explica la multiplicidad por la que dicen reclamar los representantes de los sojeros: un pa铆s federal, mejor infraestructura para el interior, m谩s coparticipaci贸n para las provincias, el bienestar de los productores m谩s peque帽os y hasta 鈥揇e Angeli dixit鈥 鈥渕ejores salarios para todos鈥. La demanda real, la que parece estar llevando a todo un pa铆s al borde de la histeria, sigue siendo, en cambio y solamente, la baja de un tributo que grava a un sector particularmente acomodado de la sociedad.
Si en la administraci贸n del Estado todo estuviese en orden, el contexto actual ser铆a incomprensible. Pero sumar las culpas s贸lo en la administraci贸n ser铆a quedar atrapado en el discurso campero. Frente al apoyo de una parte de la poblaci贸n y al cerrado acompa帽amiento de la prensa 鈥搃ncluso algunos supuestamente progresistas, pero caricaturescos en la coyuntura鈥, la patria sojera est谩 envalentonada. No s贸lo pretende marcar el tono que deben tener los discursos presidenciales, lo cual ser铆a un dato de color en otro contexto, sino que ya dej贸 en claro que su creencia es que puede ir por todo. Frente a la embestida, el Gobierno no tiene otro remedio que gobernar. No ser谩 simple.
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