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Domingo, 19 de abril de 2009
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El baul de Manuel

Aedes aegypti. Inseguridades

Por Manuel Fernández López

Aedes aegypti

El 27 de enero de 1871 ocurrieron tres casos de fiebre amarilla, en el barrio de San Telmo. Algunos dijeron “yo vivo lejos de ahí”, y no se preocuparon, entre ellos el presidente de la República, Domingo Faustino Sarmiento. En dos meses, morían más de 150 porteños cada día, y finalmente la epidemia mató al 8 por ciento de toda la población de la ciudad. El presidente y su vice, Adolfo Alsina, huyeron de la ciudad. Se determinó que, entre otros factores, las zanjas de aguas servidas, que cubrían la ciudad, habían sido criaderos del vector de la fiebre, el mosquito Aedes aegypti. El hecho empañó la presidencia del gran sanjuanino, y motivó la construcción de obras de salubridad, con el efecto de endeudar a la Nación por el empréstito utilizado; la posterior privatización de las obras con Juárez Celman, y su reestatización con Pellegrini. Hoy, lo que era Buenos Aires ayer, son el segundo y tercer cordón del conurbano bonaerense. Otro lugar, el mismo mosquito. Millones de frentistas de calles de tierra jamás tuvieron cloacas. La lluvia, a veces torrencial, más los efluentes domiciliarios, debían hacerse correr, y las zanjas a cielo abierto fueron las únicas obras factibles por los vecinos, dejados a la mano de Dios por las intendencias. Sin ellas habría sido imposible evitar que las aguas excesivas entrasen a los domicilios. Pero a menudo esas aguas no corren, y se estancan. Yo he visto como en esos estanques pululan abundantísimas larvas de mosquito. Y además, las altas temperaturas registradas este verano convirtieron a estas llanuras en tierras tropicales, un ambiente favorable al mosquito. ¿Qué hacer, en época electoral? Construir cloacas es un gasto que hoy compite con los gastos preelectorales. ¿Tapar el problema, negando el dengue, o ponerse al frente de un esfuerzo compartido? Y aun otra opción, la peor: recaudar recursos invocando el esfuerzo necesario, y luego usar los recursos recaudados para fines electorales. No sería la primera vez: recordemos las colectas para los combatientes de Malvinas. ¿Querrán esos intendentes reivindicarse de la común sospecha de vividores de la política, convertir esta tragedia en oportunidad y construir las cloacas que jamás ellos, ni ningún predecesor, se animaron a hacer? ¿O habrá por siempre argentinos de primera y argentinos de segunda? Y estos últimos, ¿votarán a quienes nunca les construyeron cloacas?

Inseguridades

La inseguridad de que se queja la mitad de los argentinos los pone al borde de un ataque de paranoia. La otra mitad, que no se queja, parece ser la causante de los problemas de la primera. De mi parte, nunca me asaltaron por sumas grandes, pero sí me quitaron sumas pequeñas; como mi ingreso es pequeño, empero, tales quitas conmocionaron mi intrascendente vida. Nunca recibí un impacto de bala en mi cuerpo –lo que sería una agresión tipo “shock”– pero sí recibí a menudo pequeñas agresiones —una suerte de gradualismo– que me llevaron del estrés al infarto cardíaco. Les cuento: el transportista escolar de mis chicos, una vez, me pidió “prestada” una suma inferior a mil pesos, pues con ella solucionaba sus problemas. El nombrado, a poco, desapareció, y con él mi confianza en los demás. Otro: mi madre hizo pintar su vivienda por un vecino de confianza, que terminó llevándose un fajo de dólares de baja denominación y algunas medallas de oro recibidas por la antigüedad en el trabajo. Otro: tomo un taxi, y al llegar pago con diez pesos; en seguida el chofer me devuelve el billete y dice: “Tiene cortado en el costado, aquí, ¿ve? ¿No tiene otro?”. Entrego otro, y me hace la misma historia, varias veces, hasta que lo amenazo con denunciarlo, pero gana él y pierdo yo. Otro: retiro plata del cajero automático y tomo el subte para ir al trabajo; durante el descenso, un grandote hace una maniobra que provoca apretujones; al minuto, idos subte y grandote, toco mi ropa y ya no tenía el dinero ni los documentos. El último: voy al banco en el que me depositan el sueldo; tiene tres cajeros automáticos; voy a uno y le pido extraer mil pesos; cuando marco “confirmar”, la pantalla se pone azul y aparecen unos signos en rojo en la parte superior: el aparato registra la extracción de mil pesos, que nunca salieron por el conducto correspondiente. Reclamo en el banco, y me informan que ese tipo de irregularidades son bastante comunes. Las sumas, en fin, nunca fueron importantes, cada caso no llegó a causar un infarto, y los causantes revistan en diversos sectores sociales: choferes, vecinos, cajeros automáticos, etc. Tampoco esta muestra tiene que ser representativa. Si así fuera, uno suscribiría el desafortunado juicio del presidente oriental Jorge Batlle sobre los argentinos. Yo no creo que “todos los argentinos son chorros”, pero que los hay los hay. P. S.: Cuando iba a cerrar esta nota, se cortó la luz.

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