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Domingo, 29 de noviembre de 2009
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El recorrido de la producción de manzanas y peras

Tristezas norpatagónicas

En la producción de manzanas, la Argentina pierde aceleradamente relevancia frente a sus competidores hemisféricos. En cambio, la vanguardia del negocio frutícola se reorienta hacia las peras. Se desarrollan mercados oligopólicos que perjudican a pequeños chacareros.

Por Claudio Scaletta
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Argentina es el primer exportador mundial de peras.

La semana que pasó, el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, llamó a su despacho a los empresarios que conducen el circuito frutícola norpatagónico. Según pudo saber Cash de los propios empresarios, fueron conminados a mejorar los precios que pagan por la producción primaria, una propuesta que deben presentar esta semana. Una vez más, el Gobierno hizo gala de cuál es su estrategia de acción política en mercados oligopólicos. Se trata de un paso adelante en relación al accionar reciente de la ex Secretaría de Agricultura, pero para saber si la acción es suficiente es necesario detenerse en el contexto.

La Argentina es el primer exportador mundial de peras. La zona de producción es casi exclusivamente la Norpatagonia. En este cluster exportador también se producen manzanas, fruta en la que Argentina pierde aceleradamente relevancia frente a sus competidores hemisféricos. En materia de comercio exterior, el circuito regional experimenta actualmente una reconversión hacia la “pericultura”. Pero la sola observancia del comercio exterior es engañosa. La pérdida de calidad global en manzanas, las condiciones de los mercados internacionales en la presente campaña y los buenos precios que los consumidores locales están dispuestos a pagar por las manzanas de calidad media se conjugaron para provocar dos efectos: el primero es la apertura de nuevos mercados internacionales para las frutas de menor calidad, como por ejemplo Argelia, lo que no es para festejar, porque su contracara es la pérdida de posiciones en los mercados de mayores precios, como los del norte de Europa. El segundo es la reorientación hacia el mercado interno de frutas que antes se exportaban.

En términos de producción y comercio exterior, entonces, se observan dos componentes: la vanguardia del negocio se reorienta hacia las peras y la pérdida de calidad y competitividad hemisférica en manzanas supone una “regresión” al mercado interno, lo que no quiere decir que no exista un remanente competitivo en manzanas. Visto desde la eficiencia en la producción, el proceso es un poco triste. El cluster norpatagónico es el más antiguo entre los proveedores de contraestación al Hemisferio Norte y gozó de la mayor relevancia internacional en el pasado. Hoy el circuito pierde mercados frente a otros competidores de contraestación, como Chile, Brasil y Sudáfrica. Los empresarios que conducen el circuito, más allá de las ganancias individuales de algunos grupos, tienen poco para estar orgullosos.

Visto desde la organización social, las cosas no lucen mejor. La concentración de la producción y la centralización del capital fueron acompañadas también por una integración vertical internacional. Salvo excepciones, el grueso de las principales firmas empacadoras-comercializadoras que operan en la región son multinacionales vinculadas al capital comercial europeo, como Expofrut, Salentein, Dole o Moño Azul (ahora propiedad del grupo italiano Orsero). Entre las excepciones subsisten firmas de origen familiar que supieron formar conglomerados exportadores para competir con el gran capital supermercadista, pero sin dudas ya no conducen la corriente principal del negocio.

Estas empresas extienden su integración vertical a la producción primaria, pero también complementan comprando fruta de chacareros no integrados. En el pasado estos chacareros con explotaciones de entre 10 y 20 hectáreas fueron los sujetos sociales preponderantes. Dice la bibliografía histórica que alguna vez fueron más de 10.000, pero hoy no llegan a 3500. Muchos subsisten sólo en base a subsidios, los que estructuralmente funcionan como herramienta de contención social y para típicos manejos clientelares. Dejando de lado los casos de ineficiencia individual –que los hay como en cualquier actividad económica–, la causa de esta expulsión debe buscarse en lo que los empresarios llaman “el mercado”, aunque en rigor no exista tal mercado sino un oligopolio, con muy probable funcionamiento de cartel, en el que unas pocas firmas tienen la capacidad de fijar los precios primarios. En los años brillantes, como los inmediatos de la post-convertibilidad, no hubo mayores tensiones. En los menos luminosos, como el actual, todo el ajuste recae sobre los chacareros. Para colmo, el Estado nacional bajó en la presente temporada las retenciones del 10 al 5 por ciento. Como lo prevé la teoría económica para contextos oligopsónicos, nada de esta rebaja llegó a los precios recibidos por los productores. Los cálculos preliminares muestran que el conjunto de los chacareros recibió en la presente campaña 70 millones de dólares menos que lo invertido en la producción

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