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Domingo, 13 de diciembre de 2009
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El mito...

Por Federico Bernal
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El boom de la demanda mundial de granos y de cultivos industriales de las últimas décadas del siglo XIX, encontró en Canadá y en la Argentina dos países marcadamente distintos. Si la Argentina accedió a convertirse en el granero del mundo subordinando su industrialización y convirtiéndose en una semicolonia inglesa, Canadá aprovechó su potencial agrario para afianzar su incipiente industrialización y consolidar su unidad político-económica (unificando las ex colonias británicas al norte de los Estados Unidos) con fines defensivos, tanto geopolíticos como económicos. A la luz del conflicto abierto con la Resolución 125 y con el propósito de cuestionar el análisis del establishment cultural que destacan a Canadá como emblema de un Estado moderno que basó su desarrollo en un modelo agroexportador, Cash entrevistó a Ken J. Rea, profesor emérito de la Universidad de Toronto y uno de los expertos más prestigiosos en materia de historia económica de este país.

En Canadá existe la percepción de que la prosperidad del país se debe en gran parte a la explotación-exportación de recursos naturales. ¿Cuál es su opinión al respecto?

–A pesar de ser popular, este mito es peligrosamente dañino porque impide cualquier abordaje real al análisis del crecimiento económico de Canadá durante el siglo pasado. Nuestro país hizo la transición de una economía fundamentalmente rural basada en la explotación de la tierra a una industrial-urbana tan tempranamente como en el 1900. Sin embargo, aquello que sigue nutriendo la persistencia del mito de los “recursos naturales” es el hecho de que, contrariamente a muchos otros países, la industrialización de Canadá no implicó una declinación absoluta sino relativa de la participación del sector agrario en el PBI nacional.

¿Cómo fue ese proceso?

–La producción agrícola continuó expandiéndose mientras la producción manufacturera y las industrias pesadas –por ejemplo la siderurgia– comenzaban a despuntar. Asimismo, cabe destacar que las industrias primarias mantienen al día de hoy cierto grado de importancia pero circunscriptas a determinadas regiones del país. Así ocurre con la minería y la explotación forestal, principales fuentes generadoras de ingresos y empleo al norte de Ontario y Quebec. Claro que su impacto en la economía nacional representa una mínima fracción.

¿Cómo se debate a nivel académico este argumento?

–Se trata más bien de una tesis y que en Canadá se la conoce como la “Tesis de las Materias Primas” (Staples Thesis), formulada por Mackintosh e Innis en la década de 1920. Fue útil para explicar el desarrollo del país al inicio del período colonial (1800-1840) y pertenece a una rama teórica que observa en una economía de exportación de recursos primarios el motor excluyente del desarrollo. Pero esta línea teórica no encuentra ya más adeptos (o muy pocos) a nivel universitario. Y es por este motivo que no requiere refutación alguna, sino simplemente relegarla al cajón en el que almacenamos aproximaciones del estilo y que nos fueron ofrecidas en determinado momento de nuestra formación.

En Argentina, la escuela neoliberal sostiene que el país nunca estuvo mejor que durante el modelo agroexportador (entre 1860 y 1930) y que como consecuencia de haberlo discontinuado abandonamos la senda del desarrollo, que sí mantuvieron las “potencias agrarias” de entonces –Canadá y Australia–. ¿Está de acuerdo con esa afirmación?

–En primer lugar pienso que el crecimiento basado en la exportación de materias primas ha dependido de circunstancias que en la actualidad son de muy difícil replicación. Por ejemplo: una aparentemente ilimitada y continua incorporación de nuevas tierras (la expansión permanente de la “frontera agrícola”), la disponibilidad de una inmensa cantidad de mano de obra barata (producto de inmigrantes europeos de bajos recursos) y el acceso a un mercado de materias primas de rápido crecimiento en su demanda, como lo fue el británico.

¿Qué cambió?

–Desde la Segunda Guerra Mundial, el ambiente económico internacional dejó de favorecer a aquellas economías basadas en la producción-exportación de materias primas. En este sentido, el desenvolvimiento económico y el grado de diversificación industrial registrado por Canadá con anterioridad a la gran conflagración posibilitó su conversión en un importante exportador industrial desde entonces.

¿Cómo lo logró?

–Sólo lo pudo lograr gracias al pasaje de su principal rubro exportable: de productos primarios a productos manufacturados de alto valor agregado, como vehículos y sus partes, aeronaves y electrónica.

¿Es correcto suponer que la performance económica canadiense y la argentina entre 1880 y 1930 fueron similares por el sólo hecho de comparar las tasas de crecimiento de sus respectivos PBI per cápita?

–Desde mi punto de vista existieron un significativo número de diferencias a nivel institucional, de políticas públicas, de procesos políticos y estructura social entre ambos países. Estos elementos han sido desatendidos por muchos historiadores y sin dudas obligan mayor atención.

¿Cuáles?

–En términos geográficos (clima, tipo de suelos y requerimientos de transporte) la Argentina contó y cuenta con muchas ventajas en relación con Canadá. Y fueron justamente estas dificultades relativas las que en nuestro país promovieron el desarrollo de un paquete de políticas y prácticas que le permitieron una mejor adaptación y supervivencia de cara a los grandes cambios mundiales. Testigo de ello ha sido la mejor evolución y la mayor eficiencia de la agricultura de las praderas occidentales canadienses en relación con la de las pampas (sic) argentinas.

El programa denominado “National Policy” lanzado por el primer ministro John MacDonald en 1879 fue apuntalado por el diario oficial The Mail (17/03/1879) con estas palabras: “Nosotros (canadienses) tenemos un destino mucho más allá del primitivo llamado del trueque de trigo y ganado por productos de telares foráneos o la producción de talleres igualmente foráneos”. ¿En qué consistía la “National Policy”?

–En primer lugar, una aclaración. El término “National Policy” puede a veces confundirse con la política proteccionista tarifaria aplicada durante la segunda mitad del siglo XIX (etapa de la construcción nacional de Canadá) y destinada al fomento de la industrialización del oriente del país. Su efectividad es al día de hoy asunto de debate. Algunos especialistas, particularmente John Dales, argumentan su escasa efectividad aventurándose a concluir que no sólo no promovió el desarrollo canadiense en ese período sino que lo retrasó. Ahora bien y respondiendo la pregunta, la “National Policy” se trató en realidad de una estrategia de desarrollo nacional más abarcadora y densa. La tarifa proteccionista fue una parte de ella; las otras fueron: la creación de una unión federal (Confederación) entre todas las colonias separadas de la América del Norte Británica en 1867, la construcción (a cualquier costo político y económico) de un ferrocarril trascontinental y el poblamiento de las praderas occidentales. Mientras que semejante plan nunca fue formalmente articulado, existieron la coherencia y continuidad suficientes en la implementación de sus políticas desde su puesta en marcha y durante décadas.

¿Necesita Canadá hoy día de un nuevo programa económico?

–Los llamados a una nueva “National Policy” que han hecho algunos nacionalistas han de alguna manera fracasado ante la aceptación general de una política de integración económica con los Estados Unidos bajo los términos de los tratados de libre comercio de 1989 y 1994. Sin embargo, ello no ha implicado que los últimos debates sobre la política comercial canadiense se vean enmarcados en el gran e histórico debate nacional acerca de la reconciliación entre las aspiraciones nacionales de Canadá con nuestra geografía, nuestra cultura y otros aspectos semejantes, pero todos vinculados con la poderosa influencia del vecino al sur.

¿Cómo se han resuelto los debates en material industrial iniciados durante la década del 70, centrados en el dilema: industria pro-mercado basada en la explotación de recursos naturales o industria de alta tecnología y dirigida por el Estado?

–Los debates en torno de esta cuestión son como sus políticas propiamente dichas, han descartado cualquier acción o razonamiento vinculado con la preponderancia de las “ventajas comparativas”. De cualquier manera, estas discusiones sobre modelos, políticas, en una economía mixta como la de Canadá nunca terminarán. Aunque el péndulo oscila de un lado al otro, es justo y obvio señalar que los mercados siguen siendo imperfectos dada la presencia de los monopolios en sus diversas formas, las asimetrías en el acceso y la implementación del conocimiento, las fallas regulatorias, los factores externos y la continua proliferación de necesidades sociales insatisfechas por la incapacidad intrínseca de las fuerzas del mercado. A pesar de tratarse de un país relativamente estable y pacífico, encontrar un equilibrio entre una política industrial pro-mercado y una dirigida por y desde el Estado es crítico y muy difícil de lograr como consecuencia de la naturaleza del proceso político canadiense.

Las colonias británicas de América del Norte lograron su unidad política y económica en 1867. Lo propio ocurrió en 1901 con las colonias británicas en Australia. ¿Qué cree que hubiese ocurrido de no haber logrado esa unidad, es decir, de haber fracasado en el intento como sí ocurrió con las colonias hispánicas en América del Sur durante los siglos XIX y XX?

–Invita a postular una hipótesis contrafáctica en base a un modelo de desarrollo económico en las colonias británicas de Norteamérica, pero considerando el fracaso de su unificación en 1867. Por supuesto que de haber ocurrido esto, muchas de estas ex colonias hubieran sido simplemente absorbidas por los Estados Unidos, de igual forma que ocurrió con el norte de México. A propósito, la provincia de Quebec tal como hoy la conocemos: ¿estaría mejor o peor de no haberse logrado el proceso de unidad? No sabremos.

¿Cómo explica la presencia de oligarquías terratenientes como clases dominantes en la mayoría de los países latinoamericanos y su ausencia en países de igual origen colonial como Canadá, Australia y los Estados Unidos?

–La respuesta obvia radica en el sistema de tenencia de la tierra. A excepción del sistema peculiar de tenencia de la tierra en Nueva Francia de tipo semifeudal (siglos XVII, XVIII y primeras décadas del XIX), el patrón general de tenencia en la agricultura canadiense (de la misma manera que en Estados Unidos) se ha caracterizado por propiedades de pequeño tamaño ocupadas por dueños y no por arrendatarios. Si bien sufrimos de mucha especulación de tierras, especulación que ciertamente enriqueció a mucha gente, las políticas de poblamiento de las praderas occidentales encaradas por el Estado a finales del siglo XIX aseguraron la prevalencia del modelo de dueño-ocupante. Por esta razón, entre algunas otras, nunca tuvimos ni dejamos desarrollar una clase terrateniente “oligárquica”. De hecho, la mayoría de las familias más poderosas de Canadá hicieron su fortuna del comercio exterior e interno, la industria, los servicios públicos y las comunicaciones.

A propósito de cooperativismo agrario, ¿cuál es su papel protector de los pequeños y medianos agricultores en relación con la competencia de las grandes multinacionales del sector?

–Desde hace algunas décadas que el movimiento cooperativista viene declinando en Canadá. Y aunque por supuesto sobrevivirá de diversas formas, los principales mecanismos mediante los cuales se resguardarán los intereses de los agricultores familiares (así viene ocurriendo desde 1930) se definirán según el derrotero político que tome el país. El establecimiento del Canadian Wheat Board (CWB) en 1935 por el gobierno federal fue la mayor cristalización de tales mecanismos, que si bien se limitó a los productores de avena y trigo de las praderas occidentales, permitió y fomentó la proliferación de organizaciones de comercialización similares a lo ancho del país. Así sucedió con la leche y los huevos, entre muchos otros productos.

¿La oposición al CWB está creciendo?

–La oposición a las agencias u organizaciones cooperativistas ha crecido de manera notable, resultando en una lucha encarnizada que hoy se libra en todo el país. Entre quienes desean el fin del CWB tenemos no sólo a los productores disidentes que quieren abandonar este sistema, sino y fundamentalmente, a las grandes corporaciones de los agronegocios –mayormente extranjeras– que advierten en el cooperativismo la peor barrera a sus operaciones. El resultado es incierto, pero sospecho que el CWB podría terminar convirtiéndose en lo que su par australiano se ha convertido: una empresa privada. ¿Pero quién sabe? Vivimos en épocas turbulentas

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