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Domingo, 18 de abril de 2010
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El “alter ego” de Lehman Brothers

Mundo Financiero

Por Carlos Weitz

Banca en la sombra

La expresión “alter ego” proveniente del latín se traduce literalmente como “otro yo”. A principios del siglo pasado la psicología catalogó este concepto como un desorden disociativo de la personalidad. La literatura reflejó esta problemática en numerosas oportunidades. Quizás uno de los retratos más ricos lo consiguió Robert Louis Stevenson cuando publicó en 1886 El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, donde el respetable Doctor Jekyll descubre una fórmula que le permite liberar a Mister Hyde, su maligno otro yo o “alter ego”. Esta semana, The New York Times publicó un artículo titulado “Lehman transfirió riesgos a través de una empresa alter ego”. La noticia hace referencia a operaciones financieras llevadas a cabo por el banco de inversión estadounidense cuya quiebra en septiembre del 2008 aceleró la crisis financiera internacional.

El relato cuenta que en 2001, cuando la burbuja financiera estaba empezando a inflarse, Lehman gastó siete millones de dólares en comprar una pequeña compañía financiera que luego se llamaría Hudson Castle. Durante años, esta empresa en apariencia independiente fue controlada por Lehman que olvidó mencionar este “detalle” a sus accionistas y al público en general. Las operaciones con su alter ego le permitieron a Lehman ocultar en sus balances inversiones por miles de millones de dólares. Para tener una idea de la relevancia de estas operaciones, la modesta Hudson Castle terminó siendo, al momento de la quiebra, el segundo acreedor de Lehman detrás de JP Morgan Chase.

Algunos analistas sostienen que este tipo de transacciones ayudaron a Lehman y a otros bancos a sacarse de encima inversiones riesgosas, situación que actualmente –a casi dos años la crisis– persiste, ya que los principales bancos siguen operando hoy en día con empresas de estas características sin que dichas transacciones se encuentren reflejadas en forma transparente en su balances. El artículo de ese diario norteamericano reproduce la declaración de un experto en temas contables: “Todos hablan de prevenir una nueva crisis, pero eso no será posible si no se entienden estas relaciones incestuosas. ¿Cómo puede alguien –reguladores o inversores– entender qué hay dentro de los balances de las instituciones financieras si para hacerlo debe penetrar 15 capas de profundidad para llegar a este tipo de transacciones?”.

El economista Paul Krugman ha señalado que el fin de la estabilidad norteamericana se debe al crecimiento de la denominada banca en la sombra (shadow banking), concepto que hace referencia a instituciones financieras que operan como bancos sin serlo y enfrentan regulaciones mínimas. La crisis puso de relieve el funcionamiento de este segmento financiero que se desarrolló a partir de la integración del sistema bancario con los mercados de capitales y con el crecimiento de productos financieros cada vez más sofisticados. El desarrollo de estos instrumentos complejos se debe, no sólo a la creatividad de sus inventores, sino también al inmenso poder de lobby de la industria financiera para defender sus negocios y a la falta de respuesta de los reguladores para contener los riesgos indeseados que estos productos generan. Actualmente, la Comisión de Valores de los Estados Unidos (SEC) está analizando distintas “tácticas financieras creativas” utilizadas por 20 compañías financieras estadounidenses, mientras que la comisión del congreso norteamericano responsable de investigar la crisis financiera discutirá estos temas el mes próximo. Sin embargo, cargar las tintas sobre los reguladores únicamente constituye una hipocresía. El sistema financiero cuenta con instituciones privadas diseñadas con el único propósito de proteger a los distintos participantes en el mercado. Ni las principales calificadoras de riesgo ni las grandes compañías de auditoría supieron, quisieron o pudieron advertir a los inversores de los riesgos de estos productos.

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