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Domingo, 6 de febrero de 2011
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Modelo brasileño, fortalezas y debilidades

Según cómo se mire

Los éxitos de la gestión de Lula llevaron a una parte de la dirigencia argentina a idealizar las políticas del país vecino. Pero a la hora de las comparaciones, no todo es lo que parece.

Por Diego Rubinzal
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Aunque en Río hay fiesta, desde 2003 el crecimiento económico argentino duplica al brasileño.

La amplia mayoría de los ciudadanos brasileños rescata positivamente la gestión del ex presidente Lula. El aumento del salario mínimo, la reducción de la pobreza y la suba del presupuesto social son todos logros valorizados por la sociedad brasileña. En ese marco, ciertos sectores de la dirigencia política vernácula señalan al “Modelo Brasil” como un ejemplo a imitar.

Desde 2003 a la fecha, las tasas de crecimiento económico argentinas duplicaron a las registradas en el país vecino. Sin embargo, ese dato de la realidad no apaciguó las voces que proclaman la supuesta inferioridad del patrón de crecimiento argentino. Lo cierto es que “el modelo brasileño” está muy lejos de ostentar las virtudes económicas/sociales que algunos insisten en adjudicarle. Por ejemplo, el PIB per cápita local es algo más de un 30 por ciento superior al del gigante sudamericano (medido en paridad de poder adquisitivo).

Asimismo, Brasil exhibe uno de los repartos de la riqueza más desiguales del mundo. Mientras que el 10 por ciento de los brasileños con mayores ingresos se queda con el 42,7 por ciento de la renta total, el 10 por ciento de los ciudadanos de menores ingresos perciben apenas el 1,2 por ciento. Comparada con Brasil, la Argentina presenta mayores porcentajes de recursos –en relación con el PIB– destinados a educación y asignaciones sociales universales, mayor esperanza de vida y menor tasa de mortalidad infantil.

A su vez, el salario mínimo argentino casi duplica –en términos de poder adquisitivo– a su similar brasileño. Eso explica por qué el Indice de Desarrollo Humano (IDH) –elaborado por el PNUD– muestra a la Argentina mejor posicionada que la nación gobernada por Dilma Rousseff.

Por otra parte, la creciente importancia de capitales especulativos en las finanzas brasileñas genera algunos interrogantes sobre cuál será el comportamiento futuro de la economía verdeamarela.

Más allá de eso, la fortaleza brasileña reside en su entramado industrial. En términos comparativos, la industria brasileña tiene un desarrollo manufacturero –en los sectores tecnológicamente más complejos– muy superior a la Argentina.

En su trabajo “Estructura industrial y asimetrías de políticas. Argentina y Brasil desde el Tratado de Asunción”, los investigadores Bekerman y Dalmasso precisan que “entre los sectores que presentan mayor crecimiento relativo en Brasil con respecto a la Argentina se encuentran, entre otros, todas las ramas de bienes de capital, los equipos de informática y comunicaciones, el complejo automotriz, la aeronáutica”.

En cambio, la Argentina presenta una mejor performance relativa en sectores de menor contenido tecnológico (alimentos y bebidas, cuero y calzado, productos de madera, caucho y plástico). El origen de esa asimetría puede situarse cronológicamente en la década del ‘70. Mientras la Argentina se sumergía en el experimento monetarista de Martínez de Hoz, Brasil lanzaba su Segundo Plan Nacional de Desarrollo destinado a impulsar la industria química y metalmecánica.

La brecha continuó creciendo en la década del ‘90 porque, si bien los dos países aplicaron políticas neoliberales, los brasileños preservaron a sus sectores industriales estratégicos. La apertura comercial fue gradual y se protegió a la industria de alto contenido tecnológico. Aun subidos a la ola de privatizaciones y de fomento a la inversión extranjera, las autoridades brasileñas emprendieron las reformas económicas de una manera diferente a como la hicieron sus pares argentinos.

El gobierno de Brasil exigió a los nuevos concesionarios e inversores que cumplieran con determinados niveles de desarrollo de proveedores locales y el derrame de externalidades de conocimiento y productividad.

“Como consecuencia de esas medidas, si bien no pudo evitar cierta desarticulación y pérdida de valor agregado en sus cadenas productivas, Brasil logró atenuar los impactos negativos de la apertura sobre la industria en general y sobre algunos sectores estratégicos en particular, y no vivió un proceso de desindustrialización con quiebras masivas de empresas como el que se dio en la Argentina, donde la anemia estatal acompañó desde el principio al proceso de reformas”, relatan Bekerman y Dalmasso.

Esas diferencias también resultaron observables en los distintos tratamientos otorgados a los regímenes promocionales. La Argentina redujo los beneficios impositivos de las empresas radicadas en el Area Aduanera Especial de Tierra del Fuego. Por el contrario, los brasileños continuaron con los estímulos tributarios a la Zona Franca de Manaos. El cambio de rumbo de la política económica argentina abre nuevas perspectivas para achicar las brechas industriales existentes con el principal socio comercial

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