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Domingo, 20 de febrero de 2011
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Reportaje a Jorge Katz, referente del estructuralismo latinoamericano

“Con la soja no alcanza”

El prestigioso economista de la Universidad de Chile asegura que la expansión de China provoca un cambio radical en las relaciones de comercio internacionales, del cual la Argentina y el Cono Sur pueden sacar buen provecho si usan esa plataforma para montar un plan de desarrollo.

Por Javier Lewkowicz
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“En el período neoliberal se destruyó el valor de muchos años de aprendizaje doméstico”, advirtió Katz.

El prestigioso economista de la Universidad de Chile, Jorge Katz, referente de la Cepal y de la escuela del estructuralismo latinoamericano, sostiene que las economías de América latina se enfrentan a un cambio en la dinámica del comercio internacional, fundamentalmente ligado al nuevo rol que cumple China. En diálogo con Cash, Katz explicó, según su concepción, cuál es la mejor forma de inserción para la Argentina en el transformado esquema global. De forma distinta a la clásica noción de sustitución de importaciones, plantea un modelo industrial innovador y en la frontera tecnológica, que se inserte en nichos surgidos a partir de las ventajas naturales del sector primario. Además, analizó la destrucción de capacidades en el sector industrial que dejó en el país el modelo neoliberal.

¿Cómo impacta en las economías de América latina el ascenso de China?

–Con el Consenso de Washington se forjaron dos modelos en América latina. En los países del Cono Sur se implantó el modelo procesador de recursos naturales, al que China le impacta de forma positiva, porque el país asiático expande la demanda y los precios suben muy fuerte, con lo que se genera en nuestras economías saldos comerciales positivos. Esto descomprime el problema histórico del estrangulamiento externo. En cambio, del Caribe hacia el norte se fue creando un modelo de maquila, de ensamble de insumos importados para revender en el mercado norteamericano. En el caso de México, es el armado de bienes durables, mientras que en otros países más chicos, la producción de textiles. A todos ellos China les pega del otro lado, los va desplazando del mercado, por lo que tienen creciente dificultad de generar empleo e insertarse competitivamente. China vive a 50 dólares mensuales de salario y México, a 400 dólares. Si se ensambla un producto del cual el 90 por ciento es importado, no es posible competir.

Hay posiciones encontradas en relación a si la evolución de los precios de los commodities es una burbuja o si en realidad constituye un cambio estructural en la economía mundial. ¿Cuál es su postura?

–Yo no creo que sea una burbuja. Se incorporaron al mercado mundial 1500 millones de personas, que es mano de obra a costo de subsistencia. Esto cambia todas las relaciones de comercio internacional. Por otro lado, hay investigaciones que marcan que la China costera, que es la que más se conoce hasta ahora, ya está derramando las mejoras de productividad sobre la China interior, y que esta última estaría comenzando a ser proveedora de componentes y piezas de la China costera. Ese es el mundo nuevo y está para quedarse.

¿Cómo se inserta la Argentina en ese mundo?

–Considero que en este momento hay que reinventar la estructura productiva, y hacerlo en el marco del mundo hacia donde estamos yendo. Esta discusión no se ha dado todavía en el país. Desde el Gobierno no ha habido una estrategia y tampoco una comprensión del mundo al que vamos.

Parte de esa falta de estrategia puede tener que ver con el punto desde el cual se partió, porque la prioridad en varios sentidos es todavía la reconstrucción después de 2001.

–Es cierto, 2001 dejó el infierno, un país destrozado. Pero de todas formas cabe resaltar que hay mundos, sobre todo en el Sudeste asiático, donde el Estado construye capacidades, como Corea, China, Singapur o Malasia. Ahí el Estado no va al Consenso de Washington, sino que se hace cargo de construir la estructura para insertarse en el mundo. Nosotros supimos hacer al revés. Se pretendió interpretar la economía argentina desde un esquema excesivamente rígido, que fue abrir, privatizar y desregular, poner en equilibrio los fundamentos y que eso le permita al país crecer.

¿Cómo se modificó la estructura productiva luego de años de neoliberalismo salvaje?

–Quedó destruido el valor de muchos años de aprendizaje doméstico, como la acumulación de capacidades que supuso la construcción de YPF y el laboratorio de investigación de Florencio Varela, que Repsol lo compró regalado. Lo mismo pasó con Aerolíneas Argentinas. Tristemente, la desregulación en la cual Argentina se metió destruyó todo eso. Esto no es lo que se hizo en el Sudeste asiático. Pero, curiosamente, tampoco lo hizo Chile, que construyó el salmón sin esperar que el sistema de precios lo generara. Puso un núcleo público-privado a diseñar la genética del salmón, el Estado construyó la primera planta salmonera, y luego le vendió el negocio al sector privado. Tampoco hicimos como en Brasil, que dijo: “Voy a hacer soja transgénica, pero voy a tener un equipo público de investigación y desarrollo para transferir conocimiento al aparato social, que Monsanto no lo va a hacer vía patentes”.

Entonces, ¿cuál piensa que es el mejor camino de aquí en adelante?

–Argentina exporta 2 mil dólares per cápita, un tercio de lo que venden los países que crecen rápido, que están en 5 o 6 mil dólares. Y no se puede hacer tres veces más soja. Por eso hay que reinventar y diversificar la estructura productiva. Por ejemplo, Argentina podría muy bien aprovechar la renta agrícola, que se expandió enormemente con los aumentos de precios internacionales, e inventar una industria de biocombustibles, porque el mundo va hacia una crisis energética. La renta agrícola es de 10 mil millones de dólares anuales, se debería también invertir en una planta de investigación y desarrollo, porque si se crece con los recursos naturales, que son entes biológicos, es necesario un modelo de organización particular.

Se refiere a la sustentabilidad del recurso.

–La pregunta es cuál es el límite de carga del recurso. En la Argentina, cuando se hace soja se talan bosques, lo que genera desertificación y se rompe la biodiversidad del territorio. No está mal hacer soja, pero hay que tener un elenco de 3 mil personas haciendo investigación sobre cómo se hace soja en el territorio argentino. De manera más general, la producción de los recursos naturales es probabilística, no determinística. La probabilidad la dan la genética y la biología, y la tecnología del exterior no resuelve la especificidad del recurso natural local. Es decir, no se puede aplicar localmente la tecnología finlandesa para saber cómo hacer bosques con el Iberá, para eso hay que hacer investigación y desarrollo a nivel local.

Pero el clásico problema remarcado por la escuela estructuralista es que el agro define un país con empleo para un tercio de los argentinos.

–Lo primario es dónde está la ventaja comparativa, pero ese es sólo el puente de iniciación para una buena inserción internacional y el aprendizaje doméstico. Detrás se genera una industria farmacéutica, química, metalmecánica. Cuando examino la cadena de valor de la soja, hay un montón de puntos, además del conocimiento, donde hay que generar industria metalmecánica, equipos, insumos intermedios, repuestos. Todo eso hay que hacerlo. Y ahí empieza una secuencia. Para usar agroquímicos, se necesitan plantas que fabriquen fertilizantes, medicamentos para el sector animal. El aparato productivo comienza a diversificarse. Un ejemplo concreto que ha traído resultados en la soja es la producción de buena maquinaria para siembra directa, que ahora se exporta. Con el recurso natural no alcanza, pero eso no quiere decir no hacer el recurso natural.

Pero Japón, por ejemplo, no de-sarrolló su industria de avanzada en base a una ventaja comparativa, directamente la inventó.

–Sí, Japón inventó sus ventajas comparativas. Si Japón en los años ’40 hubiera seguido el Consenso de Washington, hoy no estaría fabricando los mejores autos y motos del mundo. Ahí el Estado cumplió un papel fundamental. En Corea, por ejemplo, se utilizó mucho el control ex post de la entrega de beneficios. Se subsidió brutalmente a Hyundai, LG y Daewo, entre otros, pero se monitoreaba cada dos meses el cumplimiento de metas, e incluso fueron presos empresarios por incumplimiento. Acá se dieron subsidios y nunca nadie controló nada. Ojo, allí el Estado también se equivocó. Por ejemplo, Corea procuró desarrollar una industria naval y le fue muy mal. Pero con una que vaya bien, se pagan un montón de fracasos. Ante estos evidentes éxitos de las políticas de promoción por parte del Estado, el Banco Mundial inventó la terminología “intervenciones market-friendly”. Tal cosa en la teoría ortodoxa no existe. Sucede que una vez que se verifican los éxitos, se las llama market-friendly; la lógica es contrafáctica, no tiene sentido

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