¿Es la Historia un eterno volver a empezar? Estamos, de hecho, ante la inminencia de lo que podrÃa ser otra gran crisis alimentaria. El Ãndice de precios de los alimentos de la FAO volvió a su nivel más alto a finales de 2010. La sequÃa en Rusia y las restricciones a la exportación adoptadas por el Gobierno, asà como las cosechas inferiores a lo esperado en los EE.UU. y Europa, y posteriormente en Australia y Argentina, fueron los factores desencadenantes de un proceso de aumento vertiginoso de los precios de los productos agrÃcolas en los mercados internacionales.
Ciertamente, la situación actual es diferente de la de 2007-2008, aunque los recientes fenómenos climáticos podrÃan reducir significativamente las producciones agrÃcolas de la próxima temporada. Los aumentos de precios afectan principalmente a los sectores del azúcar y las semillas oleaginosas y menos al de los cereales, que suponen el 46 por ciento del consumo mundial de calorÃas. Las existencias de cereales, que eran de 428 millones de toneladas en 2007/08, son actualmente de 525 millones de toneladas. No obstante, se hace gran uso de ellas para responder a la demanda.
El aumento y la volatilidad de los precios continuarán en los próximos años si no se abordan las causas estructurales del desequilibrio del sistema agrÃcola internacional. Seguimos reaccionando en el plano de los factores coyunturales y, por tanto, se sigue haciendo gestión de las crisis. Los problemas fundamentales se señalaron en 1996 y 2002, en las Cumbres Mundiales sobre la Alimentación de la FAO. En aquellas ocasiones, se recordó especialmente a las más altas autoridades del mundo el incumplimiento de los compromisos adquiridos. Si se mantienen las tendencias actuales, el objetivo fijado por los lÃderes mundiales de reducir a la mitad el número de personas que tienen hambre en el mundo para 2015 sólo se alcanzará en 2150.
A pesar de las advertencias del Sistema Mundial de Información y Alerta de la FAO y de las transmitidas a través de los medios de comunicación, no ha habido ningún cambio decisivo de polÃtica desde 1996. Sin embargo, aún hoy en dÃa, casi mil millones de personas padecen hambre en el mundo.
Tenemos que recordar con firmeza las condiciones de un suministro suficiente de alimentos para una población que no deja de crecer y necesitará, en el curso de los próximos cuarenta años, un aumento del 70 por ciento de la producción agrÃcola en el mundo y de un 100 por ciento en los paÃses en desarrollo.
A continuación tenemos el comercio internacional de productos agrÃcolas, que no es ni libre ni justo. Los paÃses de la OCDE proporcionan un apoyo equivalente a unos 365.000 millones de dólares anuales a sus agricultores, y las subvenciones y protecciones arancelarias a favor de los biocombustibles tienen el efecto de desviar unos 120 millones de toneladas de cereales del consumo humano al sector de los transportes. Las medidas sanitarias y fitosanitarias unilaterales, asà como los obstáculos técnicos al comercio, suponen un freno para las exportaciones y, en particular, para los paÃses en desarrollo.
Por último, tenemos la especulación exacerbada por las medidas de liberalización de los mercados de futuros de productos agrÃcolas en un contexto de crisis económica y financiera. Estas nuevas condiciones han permitido la transformación de los instrumentos de arbitraje del riesgo en productos financieros especulativos que sustituyen a otras inversiones menos rentables.
La solución al problema del hambre y la inseguridad alimentaria en el mundo pasa, por tanto, por la coordinación eficaz de las decisiones, que deberÃan abarcar tanto la inversión como el comercio agrÃcola internacional y los mercados financieros. En un contexto climático aleatorio marcado por las inundaciones y las sequÃas, es necesario poder financiar las pequeñas obras de control del agua, los medios de almacenamiento en el ámbito local y las carreteras rurales, asà como los puertos pesqueros y los mataderos. Sólo de esta manera será posible dar seguridad a la producción de alimentos y mejorar la productividad y la competitividad de los pequeños agricultores con el fin de disminuir los precios al consumo y aumentar los ingresos de las poblaciones rurales, las cuales representan el 70 por ciento de los pobres del mundo. Además, se debe llegar a un consenso en las negociaciones ya demasiado largas de la Organización Mundial del Comercio para poner fin a la distorsión de los mercados y a las medidas comerciales restrictivas que agravan los desequilibrios entre la oferta y la demanda. Por último, es urgente la introducción de nuevas medidas de transparencia y reglamentación para hacer frente a la especulación en los mercados de futuros de productos agrÃcolas.
La gestión de crisis es indispensable y es buena, pero su prevención es mejor. Sin decisiones de naturaleza estructural a largo plazo con la voluntad polÃtica y los recursos financieros necesarios para su aplicación, la inseguridad alimentaria se mantendrá con una sucesión de crisis que tendrá graves consecuencias para las poblaciones más pobres. Ello dará lugar a inestabilidad polÃtica en los paÃses y amenazará la paz y la seguridad del mundo. Los discursos y las promesas de las grandes reuniones internacionales, si no van seguidos de hechos, no hacen sino aumentar la frustración y las rebeliones. Es hora de adoptar y aplicar polÃticas que permitan que todos los agricultores del mundo, tanto de los paÃses en desarrollo como de paÃses desarrollados, dispongan de ingresos decentes mediante mecanismos que no creen distorsiones del mercado. Estos hombres, estas mujeres y estos jóvenes tienen que poder seguir trabajando en condiciones dignas para alimentar a un planeta que pasará de los 6900 millones de habitantes actuales a 9100 millones en 2050
* Director general saliente de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Su reemplazante, elegido la semana pasada, fue el brasileño José Graziano Da Silva.
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