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Domingo, 21 de agosto de 2011
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El Reino Unido registró la peor caída del nivel de vida desde la posguerra

Círculo vicioso

Por Marcelo Justo

Desde Londres

Con la libra esterlina, el Reino Unido se ha salvado del torbellino de la Eurozona, pero no de una pesadilla autoinfligida. La coalición conservadora-liberal demócrata que lidera el primer ministro David Cameron se encuentra en medio del programa más drástico de recorte presupuestario de la Unión Europea. Los disturbios que sacudieron Londres y otras ciudades británicas son una muestra de las tormentas sociales de esta ortodoxia a rajatabla, pero el impacto no se limita a las desventuras de pobres y excluidos: la sociedad en su conjunto está sufriendo el megaajuste. Según el respetado Instituto de Estudios Fiscales, el Reino Unido experimentó en los últimos doce meses la peor caída del nivel de vida desde la posguerra.

El modelo económico de los últimos 30 años está en crisis. El crecimiento basado en el consumo gracias al crédito barato tocó su límite. La deuda privada supera los dos billones de dólares. La pública ronda esa cifra, equivalente a casi el 70 por ciento del PIB, por el rescate del sector financiero y el estímulo a la economía que lanzó el pasado gobierno laborista para evitar una crisis como la del ’30. Con un déficit fiscal del 11 por ciento, la coalición conservadora-liberal demócrata liderada por Cameron apostó a un programa de austeridad invocando el fantasma de la crisis griega y la necesidad de mantener la confianza de los mercados. El ajuste, anunciado en junio del año pasado, consiste en un recorte equivalente a 130 mil millones de dólares en cinco años. El objetivo es eliminar el déficit en 2015.

El programa de ajuste fue un salvavidas de plomo para una economía que empezaba a dar tímidas señales de recuperación el año pasado luego de una caída del 4,9 por ciento en 2009. En el último trimestre de 2010, el PIB registró una caída del 0,7 por ciento que el gobierno atribuyó, con una elevada dosis de imaginación, a las fuertes nevadas de diciembre. En los dos primeros trimestres, el crecimiento se situó entre el 0,5 y el 0,7 por ciento. El ingenio oficial volvió a deslumbrar. La boda del príncipe Guillermo y Kate Middleton a fin de abril, que había despertado expectativas de crecimiento vía mayor consumo, pasó a justificar el pobre desempeño: muchos días feriados, mucha productividad perdida.

El gobierno deposita su confianza en una salida exportadora. La tesis tiene dos problemas. La reestructuración económica thatcherista en los ’80 ha reducido al sector industrial a un 13 por ciento del PIB. Además, la crisis de las economías desarrolladas está afectando el comercio mundial. La devaluación de la libra, que perdió un 20 por ciento de su valor respecto de la moneda de su principal socio, los países de la Eurozona, ha servido para sostener las exportaciones.

En su informe del 10 de julio el Banco Central de Inglaterra volvió a rebajar las perspectivas de crecimiento para este año de 1,8 a 1,4 por ciento. Como van las cosas, el pronóstico sigue siendo optimista. El gobierno ha convertido el ajuste en un artículo de valor religioso: abandonarlo sería una herejía. Vedada la expansión fiscal, ahogado el consumo, los instrumentos de política económica que le quedan son reducidos. La tasa de interés no se ha movido del 0,5 por ciento anual en los últimos 22 meses. A pesar de ser el nivel más bajo desde la posguerra, el crédito no fluye ni a los consumidores ni a la pequeña o mediana empresa

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