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Domingo, 4 de diciembre de 2011
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¿Burguesía?

Por Claudio Scaletta
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El resultado de las últimas elecciones resolvió en parte la puja por el modelo de país, tensión revivida tras su potente reaparición en 2008. Muchos de los votos recibidos por CFK fueron a favor de la continuidad. Más estrictamente, un cheque en blanco bajo el supuesto fuerte de que la mandataria continuará con el desarrollo con inclusión. Quienes aún no pueden digerir estos resultados electorales esperan que, tal vez, la Presidenta renuncie a sus banderas históricas y regrese a la recta senda del endeudamiento y la buena onda con los organismos financieros internacionales. Esta perspectiva de subordinación al poder financiero es la que todavía ilusiona a quienes reclaman eufemísticamente por un país serio e integrado al mundo.

Contra toda esperanza, y aun dentro del tradicional hermetismo con que se toman las decisiones en el kirchnerismo, el discurso de la Presidenta en la UIA de hace dos semanas brindó un panorama explícito de lo que vendrá. A falta de mayores precisiones de otras fuentes, el discurso fue sobradamente interpretado. Pero importa rescatar aquí uno de sus aspectos centrales: la evidencia de la continuidad de cierto setentismo, mejor dicho: de ciertos problemas económicos propios de aquellos años. Tras la interrupción neoliberal de 1976-2001, con su destructivo patrón de acumulación de valorización financiera, la economía local vuelve a reencontrarse con muchas de las contradicciones que enfrentaba en la primera mitad de la década del ’70, cuando se hablaba de un supuesto agotamiento del modelo de industrialización sustitutiva.

Por supuesto, el contexto internacional e histórico es bien distinto: el centro está en crisis, la periferia en pleno desarrollo, los términos del intercambio resultan favorables a los emergentes, la guerra fría es un recuerdo lejano y no existe la excusa de organizaciones que pugnan por la toma del poder por las armas. Lo que se parece a los ’70 es otra cosa: los desafíos del desarrollo económico y sus restricciones y, también, la puja entre distintas alianzas de clase por definir la continuidad de uno u otro patrón de acumulación. Hoy, como en los ’70, frente a la amenaza de la restricción externa vuelve a hablarse de la necesidad de profundizar la sustitución de importaciones, de la integración de las cadenas de valor local y de la función de mediación e intervención del Estado en la conducción de este proceso económico. Hoy, como en los ’70, también aparecen facciones de la vieja oligarquía diversificada, y ahora también transnacionalizada, cuestionando el avance del proceso, poniendo el foco en la supuesta corrupción inmanente a la intervención estatal en algunas empresas y sectores clave, intentando hacer creer que la inflación es una causa y no un efecto, insistiendo en que lo realmente eficiente es dejar que el mercado sea el último árbitro y que la economía se especialice en agro, actividades extractivas y finanzas.

En paralelo, aparece también una diferencia cualitativa. Tras la experiencia histórica de un cuarto de siglo de neoliberalismo, con sobreendeudamiento y relaciones carnales, la sociedad civil ya no consume estos espejitos de colores y sabe que estas pocas ramas de la actividad jamás alcanzarían para generar empleo para una población que en esta década alcanzará los 50 millones de habitantes. Hoy no queda más alternativa que la salida hacia adelante, avanzar en el modelo superando sus propias contradicciones, no cambiando de canal.

Otra vez aparece aquí un debate de los ’70, la pregunta por el sujeto que llevará adelante los cambios. Hablar de la idealizada burguesía nacional del primer peronismo genera las mismas contradicciones que ya generaba hace cuatro décadas. Para sustituir, integrar cadenas de valor y generar mejores condiciones de empleo para una población creciente parece necesaria una burguesía que invierta y conduzca este de-sarrollo. Si esta clase no existe, la intervención pública tendrá el deber de ser mucho más potente.

Lamentablemente, para el desarrollo armónico del proceso, existen algunos indicios fuertes de las reticencias de esta clase a impulsar el mismo modelo en el que piensa el Gobierno. El primer indicio son los más de 18.000 millones de dólares fugados este año; el segundo es otro dato también marcado por la Presidenta en su discurso ante los industriales: la reticencia inversora de las principales empresas del país aun en un contexto económico muy favorable y en el marco de una muy alta rentabilidad promedio.

Sobre esta reticencia inversora resultan de interés las conclusiones de un reciente estudio del investigador de Flacso, Pablo Manzanelli, “Peculiaridades en el comportamiento de la formación de capital en las grandes empresas durante la posconvertibilidad”. Las 500 empresas de mayor tamaño, detalla el investigador, tuvieron entre 1993-2001 una tasa de inversión bruta del 24,7 por ciento, mientras que entre 2002-2009 la tasa fue del 14,7 por ciento. El comportamiento marchó a contrapelo del conjunto de la economía nacional, donde la inversión pasó del 20,7 al 21,0 por ciento entre estos dos períodos. Así, durante la década de 1990 la gravitación de las grandes firmas en la inversión total fue del 23,0 por ciento, “guarismo que se redujo más de 6 puntos porcentuales durante el septenio 2002-2009, alcanzando el nivel promedio de 17,4 por ciento”. El siguiente dato “peculiar” surge de la comparación de estas tasas de inversión con las tasas de ganancia. En el período 2002-2009, continúa Manzanelli, las grandes empresas internalizaron tasas de ganancia del 31,8 por ciento versus tasas de inversión bruta del 14,7.

La primera conclusión parece clara: a pesar del favorable contexto macroeconómico, las grandes corporaciones no son los agentes difusores de la inversión reproductiva y el crecimiento de largo plazo.

Manzanelli aporta algunas hipótesis interesantes sobre las razones de este comportamiento, entre ellas: a) el elevado grado de oligopolización, con lo que no necesitan ampliar significativamente la capacidad productiva para ganar posiciones en sus mercados; b) la fuerte extranjerización, con lo que sus estrategias globales no necesariamente coinciden con el contexto local; c) los “efectos no deseados” de la promoción industrial, dado que los beneficios a las inversiones aumentarían la masa de ganancias pero no la inversión potencial y, por último, d) factores políticos que no se circunscriben al plano estrictamente económico. Por ejemplo, el retaceo de inversión como herramienta de presión para obtener más subsidios, instrumentos de promoción o poder en las renegociaciones salariales.

La segunda conclusión, ya dejando la investigación de Manzanelli, es que difícilmente esta fracción de la burguesía diversificada y transnacionalizada conductora de estas grandes empresas puede ser el aliado natural de un modelo que busque la maximización del desarrollo local con inclusión. De hecho, en diversos momentos de la historia local, estas empresas se movieron siempre en sentido contrario, desde la última dictadura a la 125

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