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Sábado, 24 de diciembre de 2011
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Dos potentes disciplinadores de la sociedad

Inflación y endeudamiento

Centrados en la corrupción política y el fracaso de la convertibilidad, los análisis de la crisis de 2001 perdieron de vista dos factores recurrentes en la historia de la inestabilidad argentina. Alza de precios y deuda ha sido la dupla devastadora.

Por Matias Rohmer *
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Rohmer: “La sociedad quizás haya sabido comprender bien los efectos de la crisis de 2001”.

La sociedad argentina afrontó, desde mediados de los años ’70, dos dramas que no dejaron de incrementarse desde entonces y hasta 2001: una inflación perturbadora y un endeudamiento externo que se convirtió en un corset para los gobiernos desde el retorno democrático y para el desarrollo. A diez años de 2001, tanto esta última gran crisis como las anteriores pueden explicarse a través de estos dos problemas, relacionados entre sí, y a veces subestimados en su poder devastador y en su posterior efecto disciplinador.

En “la foto”, la crisis de diciembre de 2001 marcó el derrumbe accidentado del modelo de la convertibilidad y el abrupto final de la modesta esperanza renovadora prometida por la Alianza. Viendo “la película”, fue el segundo hito de un ciclo más largo de crisis de la economía cuyo punto previo fue la hiperinflación de 1989 y 1990. Esa crisis hiperinflacionaria fue controlada por la convertibilidad de los ‘90, pero ésta no hizo sino agudizar y volver inmanejable la ya pesada carga de la deuda externa. Así entonces, la crisis de 2001 puede ser interpretada como la contracara de aquella de fines de los años ‘80, como el segundo e inevitable estallido terminal de una economía que con el 1 a 1 había dominado el viejo drama inflacionario al alto costo de ahondar el trauma de la deuda. Fue, en definitiva, la descomposición final de un Estado insolvente, agobiado y cautivo de una deuda que le imponía insalvables límites políticos y económicos.

En ese juego latente de inflación y deuda, tanto la crisis del ‘89 como la de 2001 habilitaron procesos de profundas transformaciones en la economía y en la sociedad. En efecto, los gobiernos que administraron sus salidas tuvieron una enorme capacidad de disciplinamiento social. Si la terrible hiperinflación del ‘89 habilitó el inicio del ciclo neoliberal de diez años, la crisis de la deuda de 2001 dio paso al nuevo ciclo que ya cumple también una década dentro del cual el kirchnerismo ha sido el actor principal. Entonces la pregunta es: ¿fue más disciplinadora la hiper del ‘89 o la crisis de 2001, que habilitó un cambio más radical en las estructuras sociales y económicas? A contramano de tantas opiniones que suelen presentar al 2001 como “la peor crisis de nuestra historia”, se puede considerar que la primera fase de esta larga crisis, la hiperinflacionaria, marcó una huella más profunda en la conciencia colectiva o, en otras palabras, fue la fase más “personal” de la larga crisis, encarnada de mayor manera en la vida cotidiana de cada argentino.

La hiperinflación castigó sin distinción a toda la sociedad. Cuando un ama de casa iba al almacén, cuando un empresario pagaba sueldos, cuando un obrero cobraba su salario, todos sufrían el aumento de los gastos y la desvalorización de los ingresos. Sólo cabe recordar que entre mayo de 1989 y marzo de 1990, Argentina sufrió once meses con una inflación mensual superior al 50 por ciento. Y el promedio de aquellos dos años arroja la terrible cifra de un 3000 por ciento de inflación. Por ello también aquella crisis tuvo tanto efecto disciplinador. Como secuela de ella, por temor a ella, la sociedad aceptó dócilmente, en los ‘90, la más fenomenal transformación económica del siglo XX. Decenas de empresas públicas privatizadas, pérdida de derechos laborales históricos, aumento del desempleo, desindustrialización, desinversión pública, incremento de la desigualdad social, pobreza, marginalidad. Todo, o casi todo ello, fue aceptado o soportado en pos de sostener un esquema de convertibilidad que –se aseguraba– había alejado al país del terrible y aún presente fantasma de la hiperinflación.

Tras aquella dramática experiencia se entiende que para el ciudadano común leer una noticia acerca de que el Estado emitía deuda por, digamos, 2000 millones de dólares a pagar dentro de unos 15 años, fuera un hecho frío y lejano a su realidad. Mientras que la inflación fue una experiencia claramente personal e inmediata, el endeudamiento externo aparecía como algo ajeno (un problema del Gobierno) y alejado en el tiempo. Así, en los años ‘90, la sociedad fue legitimando y avalando –con sus placeres consumistas incluidos– un sistema de tipo de cambio que aseguraba la estabilidad de precios mientras silenciosamente hundía al país en un sistemático y perverso ajuste que aseguraba el pago a los acreedores externos. Mientras, la inversión pública en educación, salud, transporte, energía, investigación científica o el pago a jubilados se reducía a niveles indignos.

La sociedad quizás haya sabido comprender bien los efectos de la crisis de 2001. El “corralito”, los saqueos, los bonos provinciales, la feroz represión están todavía presentes. Pero no así sus verdaderas y profundas causas. En el fondo, muchos pueden estar aún convencidos de que el 2001 fue la simple consecuencia de una dirigencia corrupta (“que se vayan todos”) o la incapacidad de decisión de un presidente dubitativo. Pero, otra vez, la explicación no llega un paso más allá: al perverso círculo de endeudamiento que financió el enriquecimiento de poderosos propios y ajenos mientras ahogaba al Estado y empeoraba la calidad de vida de la mayoría de la población.

En esa comprensión social más superficial de la crisis de 2001 tal vez se encuentre su menor capacidad de disciplinamiento social, comparada con los años posteriores a la crisis por la hiperinflación. Es necesario decir que las políticas económicas posteriores a 2001 –y sobre todo las iniciadas a partir de 2003– escaparon de la mera lógica disciplinadora social. Por caso, la reestatización del sistema previsional puede apuntarse como un verdadero giro respecto de los legados noventistas. Y la política de desendeudamiento externo, como un primer y fundamental paso para obtener mayores márgenes de autonomía en la adopción de políticas macroeconómicas. Aun así, en los últimos tiempos no han faltado las voces, surgidas desde distintos sectores políticos y mediáticos, que al tiempo que alarmaban sobre los actuales riesgos inflacionarios, proponían a la ciudadanía una nueva aventura de endeudamiento. En pocas palabras, parecían reclamar: “Inflación no, deuda sí”. Con ello, parecían esclarecer cuáles son los mayores miedos que aún arraigan en amplios sectores de nuestra sociedad fruto de aquellas crisis pasadas. Pero demostraban asimismo desconocer no sólo el trágico pasado más reciente, sino también el inmenso logro que ha sido para nuestra sociedad escapar de aquel nefasto círculo de endeudamiento que estalló en 2001, y cuya superación es uno de los mayores frutos del actual ciclo político revalidado en las urnas en octubre de este año

* Licenciado en Ciencias Políticas (UBA).

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