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Domingo, 16 de junio de 2013
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La tragedia de Bangladesh y el comercio administrado

Competencia desigual

La liberalización del comercio internacional de textiles e indumentaria de baja calidad y bajo costo impulsa a muchos países, entre ellos Argentina, a proteger sus industrias mediante licencias no automáticas de importación.

Por Silvia Lilian Ferro
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El derrumbe de una fábrica en Bangladesh provocó la muerte de más de 600 trabajadores.

Las muertes de trabajadores en Bangladesh, la mayoría trabajadoras, llegó a su máxima expresión en Rana Plaza, en el pasado mes de abril, al derrumbarse una fábrica de nueve pisos que mató a más de 600 trabajadores. El hecho se suma a una seguidilla creciente de muertes por negligencia patronal y omisión de controles estatales. Mohammad Yunus, bangladeshí y Premio Nobel de Economía, los califica como masacres de trabajadores. Y metáfora del derrumbe de las instituciones estatales y de control social a la industria textil y de la indumentaria en Bangladesh. En toda la región sur de Asia se han conformado clusters de exportación de producción textil y de indumentaria a bajo costo, no por sus insumos, sino por mano de obra barata, explotada, precarizada, en reclusión forzosa y otras modalidades lejanas de lo que la OIT define como trabajo decente. Las importadoras de esa producción son las grandes cadenas comercializadoras de marcas globales de Occidente, especialmente de Estados Unidos y la Unión Europea, y se vende al público masivo en grandes superficies comerciales de origen multinacional.

Si bien Bangladesh es un comprador de oleaginosas de Argentina, especialmente de soja de las provincias pampeanas, es más que un exótico nombre de un país al norte del subcontinente indio. Las masacres de trabajadores que cierta prensa exculpatoria de la negligencia patronal califica como “tragedia” tienen mucho que aportar a la reflexión sobre las políticas de comercio exterior e interior administrado que la Argentina viene adoptando y profundizando en la última década. Para ponderar esta vinculación cabe señalar que el entonces GATT –hoy OMC– mantuvo por casi 40 años reglas de intercambio comercial que permitieron a los países más desarrollados proteger sus industrias locales de la entrada masiva de importaciones de prendas y textiles de bajo costo provenientes de países cuyas industrias usufructúan mano de obra barata en las condiciones señaladas. El comercio internacional de textiles y de indumentaria se rigió, en esa etapa que se inicia en los ’70, por el sistema de cuotas, llamado de “contingentes” (Multi Fibre Arrangement). Este permitía establecer cupos máximos y ritmos de entradas de esa producción para que descalabrara no solo las industrias locales, sino también las políticas laborales y salarios. En la misma etapa, en países desarrollados como Italia, Bélgica y Francia se conforman clusters en sentido contrario: producción de textiles y prendas de alto valor agregado por el diseño, alta calificación laboral, salarios razonables y la integración vertical con la industria de la moda orientada vía exportaciones al consumo suntuario de alto poder adquisitivo de todo el mundo.

El caso regional de Emilia Romagna es paradigmático en ese sentido. Es un período de asimetrías Norte-Sur en la competencia en el mercado internacional de textiles e indumentarias: costos “altos” de producción y alta diferenciación del target consumidor en producción de países del Norte Global, y mercancías de bajo costo importadas desde países del Asia y del Sur Global para el público masivo de los países centrales. Estas asimetrías de calidad y costos de producción se resolvieron mediante la segmentación del consumo a escala global. Con el proceso de eliminación de políticas de cuotas o contingentes que se consolidó en 2005 en la OMC e implicó una total liberalización del comercio internacional de estas mercancías, se inicia una nueva etapa, que beneficia enormemente a China en desmedro de otros países, a excepción de México y países maquileros centroamericanos. La maquila mexicana y centroamericana se emparienta íntimamente con las factorías de la región sur asiática, en su conformación y relaciones laborales: mayoría de trabajadores que son mujeres, bajísimos salarios, trabajo en precarias condiciones de infraestructura y en jornadas diarias de sobreexplotación, impedimentos patronales y estatales a la sindicalización, fuerte promoción estatal a la alta productividad de ese tipo de industrias destinadas a producir equilibrios o superávits en sus balanzas comerciales nacionales. También implicó en esos países que muchas mujeres desplazadas de los medios rurales se incorporen a la salarización, que mejora en algún grado sus condiciones de vida anteriores. Es por eso que Yunus apela a la no demonización de Occidente de la industria textil bangladeshí, apelando a la responsabilidad de los consumidores del Norte Global, los que aceptando un mayor precio por cada prenda de origen bangladeshí que consuman participarían de la generación de un plus dinerario que permita mejorar salarios y condiciones laborales con control civil y compromiso gubernamental bangladeshí. Idea de difícil prospecto dada la crisis que asuela a los consumidores del Norte de Occidente y a la voracidad patronal de ganancias demostrada en las masacres de Bangladesh.

A partir de la completa liberalización de las reglas del comercio internacional de textiles e indumentaria de baja calidad y bajo costo, muchos países, entre ellos Argentina, adoptaron medidas protectivas de sus industrias locales: las llamadas licencias no automáticas de importación, que implican una ralentización (de hecho, son un freno) de las entradas masivas de las “mesas de liquidaciones” de textiles y prendas pugnando por ser vendidas a precios de remate por exceso de stock dada la disminución del poder adquisitivo de consumidores del Norte Global. Dentro de nuestras fronteras nacionales existen sectores que intentan reproducir la dinámica industrial de la indumentaria de bajo costo, orientada al mercado interno y mediante la modalidad de la subcontratación, iniciando la cadena de producción de las prendas con trabajo a destajo, en condiciones de cuasi esclavitud, híper precarizado, en negro y con retribución indigna, en lo que se conoce como talleres clandestinos de confección.

En muchos casos las autoridades estatales han detectado trabajadores/as cuya situación se encuadra en el tipo penal tipificado como trata de personas con fines de explotación laboral, especialmente con víctimas provenientes en su mayoría de países limítrofes. En los casos detectados, esa modalidad de producción es usufructuada por importantes marcas nacionales que venden a públicos de sectores medios y especialmente altos, intentando reproducir a escala local clusters domésticos que combinan explotación laboral con consumo suntuario. Además de su ilegalidad, el reducido tamaño de los talleres clandestinos domésticos detectados, que se eslabonan hasta terminar en la vidriera de diseño de autor en barrios exclusivos y en shoppings, tiene que ver con que en Bangladesh o México la estrategia exportable de textiles e indumentarias baratas merced a bajo costo laboral es promovida por los Estados, en sentido opuesto al Estado argentino, que alienta exportaciones de alto valor agregado, entre ellos el del empleo formal cualificado y la innovación tecnológica.

Las lecciones de Bangladesh deberían ser accesibles a la comprensión de comerciantes y consumidores, de economistas del establishment y de medios de comunicación cuando pregonan y propalan descontento social con las “restricciones a las importaciones”. Bangladesh es una lección de que el comercio exterior administrado a través de las Licencias No Automáticas es parte de ese timoneo en el viento de frente que implica el presente del mercado internacional

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