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Domingo, 9 de febrero de 2014
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Un mundo armado para el capital trasnacional

Globalización

Por Andrés Asiain y Lorena Putero

En un mundo donde los desarrollos tecnológicos han reducido el peso de las distancias geográficas, crecen las utopías de configuración de una aldea global. Anticipando un posible movimiento en esa dirección, los centros de poder mundial fueron plasmando su propia idea de sociedad global. Al calor de la imposición de políticas neoliberales que desregularon el movimiento del dinero y las mercancías a través del mundo (pero no de los seres humanos), empoderaron al capital trasnacional para que comande una nueva división internacional del trabajo cuyos principales resultados son la concentración de los ingresos en una elite planetaria, la especulación como forma de crear demanda y las frecuentes crisis económicas.

Las políticas neoliberales de desregulación de los mercados empoderan a la empresa trasnacional porque le permiten condicionar sus inversiones en cada región de acuerdo con las concesiones que realizan sus gobiernos en materia impositiva, laboral y ambiental. El país que más cede tiene más chances de obtener la localización en él de la inversión productiva y transformarse en una plataforma de exportación. Los que buscan mantener elevados estándares sociales serán víctimas del desempleo cuando sus fábricas cierren por el arribo de productos extranjeros producidos en peores condiciones sociales. Es así como las multinacionales han tendido a deslocalizar sus sectores intensivos en mano de obra en naciones consideradas reservorios de mano de obra barata, como China e India, presionando luego por la vía de la competencia mercantil sobre las condiciones de producción de los demás países. Los países más ricos han retenido eslabones de la producción más sofisticados por sus ventajas tecnológicas y otros donde los costos de transporte son elevados (y pesa más la cercanía al mercado). Africa y América latina surgen como los proveedores de materias primas de esa nueva división internacional del trabajo, excepto México y parte del Caribe, que pueden aspirar a producir maquila para el mercado norteamericano.

En el plano agregado de la economía global, el resultado de dichas políticas ha sido que el avance técnico-productivo fue acompañado de una rebaja del salario medio global, un incremento en la jornada de trabajo, la reducción de las cargas impositivas y de los controles ambientales. La esperable consecuencia fue una brusca baja en la participación del trabajador en los ingresos globales y una brutal concentración de los ingresos en una pequeña elite planetaria. Pero dicho esquema económico no se encuentra libre de contradicciones, ya que un puñado de ricos no es demanda suficiente para una creciente producción global. Nace allí una tendencia a la crisis por falta de demanda, en cuyo origen se encuentra la contradicción entre una mayor producción y una peor distribución.

La respuesta a la falta de demanda por una cada vez más desigual distribución del ingreso fue suplantar la demanda en base a los ingresos laborales por demanda generada mediante el otorgamiento del crédito. Es así como se estimula la especulación en hipotecas, bonos, acciones, que son formas de estimular el consumo de hogares, empresas y naciones endeudadas, para de esa manera tener mercado donde colocar una creciente producción. Por supuesto, el incremento del ratio de deudas sobre ingresos al llegar a cierto umbral se muestra insostenible y explota en una crisis financiera que luego se expande a la economía real. La crisis dura hasta que las pérdidas financieras sean asumidas (por las familias, empresas o gobiernos) y pueda darse inicio a una nueva fase de especulación

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