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Domingo, 6 de julio de 2014
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Ingresos y gastos del presupuesto

“La economía nacional es como la familiar”

Por Andrés Asiain y Lorena Putero

Una estrategia utilizada por los economistas ortodoxos para dar apariencia de sentido común a sus argumentaciones es la de realizar analogías entre el funcionamiento de la economía nacional y la familiar. Los déficit públicos son rechazados bajo el argumento de que una familia que gasta más de lo que gana termina mal. El fomento del consumo es censurado señalando que, así como cualquier familia debe reducir sus gastos para ahorrar más, lo mismo sucede con la economía de un país. De esa manera, los gobiernos con déficit presupuestario que fomentan el consumo nacional son condenados como si se tratara de malos padres de familias que dilapidan la economía de su hogar.

El problema del argumento ortodoxo es que en ningún momento explica por qué la economía nacional sería igual que la familiar. Como señala el economista norteamericano John Kenneth Galbraith en el libro El dinero, “la comparación con la familia es poco convincente. Que algo tan masivo, diverso, complejo, amplio, como el gobierno de los Estados (...), esté sujeto a las mismas reglas y constreñimientos que el hogar de un asalariado es algo que, como mínimo, tiene que probarse. Y no es una prueba decir, como se hace con frecuencia, que tiene que ser así”.

Comenzando por la cuestión del déficit presupuestario, una diferencia que pasan por alto los economistas ortodoxos es que, mientras que un Estado nacional tiene el poder de emitir moneda, un hogar no lo tiene. De esa manera, el presupuesto de un hogar y el de un Estado están sujetos a diferentes tipos de restricciones y, por lo tanto, las consideraciones a tener en cuenta respecto de si es o no conveniente sostener un déficit son diferentes. Mientras que para el hogar es primordial saber si logrará conseguir financiamiento y si el mismo es sostenible para su nivel de ingresos; para un Estado lo relevante es saber si el déficit es compatible con el nivel de empleo de las fuerzas productivas y las posibilidades de absorción monetaria de la economía. De esa manera, un gobierno puede juzgar conveniente sostener un déficit que impulse la actividad económica permitiendo un mayor nivel de empleo y uso de la capacidad instalada en las empresas, si evita que la dolarización del excedente presione sobre el mercado de cambios.

Tampoco la cuestión del ahorro es similar en el ámbito familiar y nacional. Una familia normal tiene un nivel de ingresos que es independiente de su volumen de gasto y, por lo tanto, sólo puede ahorrar más reduciendo el consumo. Por el contrario, en el ámbito de la economía nacional es el volumen de gastos el que determina el nivel de ingresos y, por tanto, las posibilidades de ahorro. De esa manera, una política de austeridad podría derivar, paradójicamente, en una baja de las ventas que lleve a las empresas a reducir personal y posponer sus planes de inversión, provocando una baja en el nivel general de los ingresos, que termine derrumbando el ahorro nacional. Como señaló el economista alemán Friedrich List al criticar la teoría ortodoxa del ahorro en su Sistema de Economía Nacional, “esta teoría del ahorro, buena para el mostrador de un negociante, llevaría a una nación a la pobreza, la barbarie, la impotencia, la disolución. Allí donde cada uno ahorra no hay ningún estimulante para producir. Allí donde cada cual no piensa sino en la acumulación de valores de cambio, desaparece la fuerza intelectual que exige la producción. Una nación compuesta de estos avaros extravagantes renunciaría a defenderse para evitar gastos de guerra; cuando todo su caudal hubiese sido presa del extranjero, comprendería que las riquezas de las naciones se adquieren de modo muy distinto de las de los rentistas”.

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