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Domingo, 13 de julio de 2014
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Pro y contra de compartir bienes y servicios a trav茅s de la red

驴Imperialismo digital?

El nuevo modelo se debate entre la descentralizaci贸n del control de los recursos y una reconcentraci贸n a nivel transnacional de las ganancias. El caso de la aplicaci贸n para celulares llamada Uber.

Por Esteban Magnani
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Hay una tendencia entre viejas y nuevas modalidades de consumo a partir de Internet.

Un fantasma recorre el capitalismo global a trav茅s de redes wifi, 3G, fibra 贸ptica o cualquier otro sistema de transmisi贸n de datos. Por all铆 circula una nueva forma de econom铆a de pares que puede destruir el sistema vigente tal como lo conocemos, o simplemente reinventar el colonialismo econ贸mico para prolongar la historia del capitalismo. El nuevo modelo se debate entre la descentralizaci贸n del control de los recursos y una reconcentraci贸n a nivel transnacional de las ganancias, a煤n m谩s pronunciada que la vigente. Esta vez el imperialismo podr铆a venir en formato digital y disfrazado de aplicaciones.

Uber y los taxistas

Desde hace meses taxistas de varias ciudades europeas realizan sistem谩ticos paros exigiendo el bloqueo de una aplicaci贸n para celulares llamada Uber. El sistema es simple, amigable y facilita la vida de los usuarios, como debe ocurrir con cualquier aplicaci贸n exitosa: se instala en el celular y queda lista para pedir desde limusinas hasta personas particulares dispuestas a brindar un viaje por unos euros. Gracias a la geolocalizaci贸n el sistema se encarga de buscar los coches m谩s cercanos y avisarles del pedido sin necesidad de un operador humano y con una eficiencia inmejorable. Como la aplicaci贸n utiliza tarjeta de cr茅dito, ni siquiera es necesario contar con efectivo para pagar el servicio. Adem谩s, el precio resulta m谩s econ贸mico que el de mercado, sobre todo en Europa, donde los taxis suelen ser bastante caros. Confort, practicidad, moda, la asepsia de no tocar dinero: Uber re煤ne todo lo necesario para que las sociedades m谩s digitalizadas se suban a la nube masivamente. La empresa, con sede en San Francisco, Estados Unidos, cobra una comisi贸n por el servicio, cuyas tarifas var铆an tambi茅n seg煤n la demanda y la oferta.

La contracara es que el 茅xito masivo en el Viejo Continente afecta a las ya vapuleadas finanzas de los taxistas, quienes han hecho paros y marchas, algunas incluso con destrucci贸n de autos 鈥渃arneros鈥. Ante todo reclaman que sus competidores no pagan impuestos, no siempre tienen licencias y ni siquiera se les exige un seguro para realizar el transporte, que se parece m谩s bien a un arreglo entre privados, casi 鈥渁migos鈥, que comparten una red social. Lo cierto es que Uber ofrece varios tipos de choferes, algunos de ellos debidamente registrados de acuerdo con las normas locales, pero tambi茅n personas con auto y ganas de ganar alg煤n dinero extra. Si bien puede parecer poco confiable subirse al auto de un desconocido, los pasajeros eval煤an a los choferes, quienes luego de unos pocos viajes ya contar谩n con referencias. Estos sistemas con controles de pares han demostrado su 茅xito en sitios como Mercado Libre o eBay, donde se venden millones de art铆culos sin controles centralizados. Los intermediarios, considerados imprescindibles para que el proceso econ贸mico se d茅 en un marco de confianza, se reemplazan con la evaluaci贸n entre pares gestionada por medio de una aplicaci贸n.

Tendencia

Uber es una peque帽a muestra de una tendencia m谩s amplia y un ejemplo de lo que probablemente se transforme en una guerra permanente entre viejas y nuevas modalidades de consumo. El n煤mero de ejemplos es m谩s largo de lo que se vislumbra desde el Tercer Mundo, todav铆a m谩s afecto al cara a cara que a los v铆nculos econ贸micos digitales: existen servicios con millones de usuarios como Couchsurfing o Airbnb que permiten a cualquier persona ofrecer un cuarto extra por el tiempo que se desee, hasta otros como TechShop para alquilar herramientas en lugar de comprarlas, o YardShare para compartir un trozo de tierra y cultivar una huerta comunitaria.

El argumento b谩sico es simple y se puede visualizar con un ejemplo: se calcula que cerca de 50 millones de hogares estadounidenses cuentan con una perforadora que, en el mejor de los casos, se usar谩 algunos minutos por a帽o. 驴Qu茅 sentido tiene poseer ese bien con el costo econ贸mico y ecol贸gico que conlleva? Compartirlo resulta m谩s razonable; con una aplicaci贸n y una red que permita un registro simple de los bienes compartidos disponibles, adem谩s de su geolocalizaci贸n, se puede resolver el intercambio de manera simple y econ贸mica.

Adem谩s, el ejemplo de Uber toca nada menos que a los autos, un s铆mbolo de estatus que toda persona que se precie deber铆a poseer. Pero es justamente este tipo de recurso el que m谩s se est谩 socializando, es decir, que se prioriza el 鈥渦sar鈥 por sobre el 鈥減oseer鈥, algo que, a priori, parece ir contra el capitalismo, que valora el 鈥減oseer鈥 incluso por sobre el 鈥渦sar鈥. Los coches se comparten de numerosas formas: desde viajes puntuales hasta servicios que permiten alquilar autos en minutos y con sistemas muy amigables que se resuelven 铆ntegramente por Internet, como Zipcar, fundada en el 2000 y muy exitosa en otros pa铆ses, pero que a煤n no lleg贸 a la Argentina. De esta manera se reducen significativamente los costos tanto en la compra como en el mantenimiento. Compartir es un h谩bito que existe desde los comienzos de la humanidad: lo novedoso es la escala alcanzada gracias a herramientas inform谩ticas responsables de asignar los recursos.

La otra cara

La ecuaci贸n, vista desde una perspectiva de usuario, ecol贸gica o incluso social, parece m谩s que positiva, aunque genera tambi茅n sus perdedores al menos hasta que el sistema se estabilice nuevamente y cada uno encuentre su nicho. Mientras tanto, es de esperar una reacci贸n cada vez m谩s enconada. Alcanza con ver lo que ocurri贸 con Napster, una aplicaci贸n que a fines de los 鈥90 permiti贸 compartir pel铆culas, m煤sica, libros y dem谩s archivos. El contraataque de la industria ha sido virulento, pero no ha logrado detener el fen贸meno. El 鈥渃ierre鈥 de Pirate Bay en Argentina es una prueba de lo limitados que pueden ser los intentos de control en Internet. Por su lado, las redes sociales como Facebook o los m煤ltiples servicios de Google muerden cada vez m谩s porciones de la torta publicitaria que era de los medios tradicionales.

Pero probablemente lo m谩s grave de estas redes distribuidas es que, parad贸jicamente, concentran la ganancia cuando la hay: la mayor铆a hace un uso muy eficiente de los recursos compartidos a cambio de una comisi贸n que, adem谩s, les permite invertir en su crecimiento. Uber, por ejemplo, retiene el 20 por ciento del monto del viaje por el servicio, aunque durante per铆odos cr铆ticos, como luego del hurac谩n Sandy, la redujeron. El sistema es el siguiente: la comunidad ofrece el servicio, la gente lo reserva por s铆 misma e incluso autogestiona el control sobre los miembros de manera autom谩tica. La empresa se limita a difundir y mejorar el sistema, adem谩s de recoger la ganancia y llevarla hacia los pa铆ses centrales.

Es cierto que no todos los servicios de participaci贸n comunitaria exitosos tienen fines de lucro y es all铆 donde algunos ven una posibilidad disruptiva. Existen muchas redes para socializar juguetes, muebles, herramientas, compras comunitarias y dem谩s, que no cobran a sus usuarios, pero suelen tener problemas cuando crecen demasiado. Un ejemplo de esto es la exitosa Wikipedia, que tiene problemas para seguir adelante s贸lo con donaciones.

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