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Domingo, 3 de julio de 2016
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La estrategia británica de cuidar a la City

El encanto de hacer la propia

Por Jorge Carrera *

Un proceso de integración económica entre países tiene distintos estadios. Área de libre comercio, unión aduanera, unión monetaria y finalmente una federación de estados. Cada peldaño implica crecientes cesiones de soberanía. El análisis de la integración desde el punto de vista económico se basa en comparar permanentemente los costos y beneficios de cada país de pertenecer o no a ese esquema.

Los beneficios son mayoritariamente microeconómicos. Se gana mucha eficiencia productiva por mayor escala y porque no hay barreras a los bienes, ni a los capitales, ni a las personas. Los costos son mayoritariamente macroeconómicos. Se pierden autonomía en el manejo de las propias políticas. Por ejemplo, regulaciones comerciales, cambiarias, financieras, fiscales, sociales, migratorias. Todo debe ser consultado y coordinado. Por lo tanto, la base de la integración voluntaria es que los beneficios percibidos superen a los costos.

Así es la teoría. Pero no es lo que percibieron mayoritariamente los votantes británicos. Las razones son varias. Una primera impresión vería el voto como un reflejo que rechaza a la UE por nostalgia del pasado imperial. Pero son las crisis económicas prolongadas como la que se vive desde 2008 ponen a prueba decisiones estructurales como la pertenencia a la UE. Poner la culpa en los socios es un comportamiento habitual en las crisis. Simultáneamente, y desde hace años, sobrevuela sobre toda Europa una extendida fobia a Bruselas; paradigma de la burocracia europea.

Por otro lado, el RU siempre fue reticente para incorporarse plenamente al “continente”. Tal es así que no adoptó el Euro en un referéndum anterior, guardándose la posibilidad de una política monetaria activa. De hecho, desde 2008 el Banco de Inglaterra la ha aplicado en forma más rápida y efectiva que el Banco Central Europeo. Post votación, la incertidumbre respecto a la futura reconfiguración de la relación RU-Europa será un golpe duro a ambas economías. El RU podría entrar en una larga recesión y la libra se devaluará consistentemente. Esto desinfla, lo que ya de por si era una muy débil recuperación del crecimiento europeo y aumenta el riesgo de deflación. Es de esperar que habrá más política expansiva del BCE por bastante tiempo. Este escenario tiene repercusiones globales. Janet Yellen oportunamente alertó sobre este riesgo y posiblemente no subirá la tasa en lo que resta del año. En los países emergentes habrá una mayor volatilidad cambiaria y se debilitará el precio de los commodities. Pero la gran duda respecto a estas políticas monetarias compensatorias es si alcanzará con repetir lo que hasta ahora fue insuficiente.

Ante este resultado vale preguntarse cuál era el objetivo del referéndum. Participando durante una década como delegado técnico en el G20 pude apreciar que el RU no siempre tenía las mismas posiciones que el resto de la UE en temas como la regulación bancaria, mercados financieros y guaridas fiscales. Ni tampoco en inmigración, impuestos y transferencias fiscales. La apuesta del partido conservador al platear el referéndum fue arriesgada pero muy valiosa para sus intereses. Les permitía generar espacio para negociar con la UE una relativa independencia para la City de Londres y su archipiélago de off-shores de las regulaciones financieras más duras que vendrían de Frankfurt y negociar un arreglo inmigratorio más restrictivo. Ese era el óptimo, mantener todo lo demás inalterado y ganar espacio en esos dos puntos clave para sus intereses profundos: inmigración restringida y sector financiero más libre.

Hacia el futuro es una incógnita qué rol tomará el sistema financiero del RU en el nuevo escenario. Además de mantener su independencia respecto a la regulación financiera europea, la City de Londres y sus off-shores necesitan un esquema que garantice su espacio diferenciado en el restringido oligopolio de grandes mercados financieros (Nueva York, Shanghai, Frankfurt, Tokio).

En lo comercial, el modelo a seguir puede ser Noruega o Suiza. Hay similitudes con la primera en la riqueza petrolera y con la segunda en ser un centro bancario y financiero para los acaudalados del resto del mundo. Ambas tienen tratados de libre comercio con Europa.

O sea que el objetivo final del establishment británico será el mismo, a pesar del tropiezo. Intentarán tener un acuerdo comercial y de inversiones, pero manteniendo libertad de elección de las políticas monetarias y financieras y re ganando la libertad en las políticas migratorias.

Enfrente, se abre un dilema muy relevante para los líderes de la UE. Por un lado, deberían castigar al RU y así mantener la reputación de que, salir tiene altos costos y pertenecer concretos beneficios. Pero, por otro, deberían evitar tomar medidas que empeoren la crisis actual. Nuevamente la necesidad coyuntural es enemiga de la consistencia de lago plazo.

* Ex jefe de Investigaciones Económicas del BCRA. UNLP.

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