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Domingo, 12 de septiembre de 2004
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Unas décimas

Por Alfredo Zaiat
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Unas décimas más, unas pocas menos de la tasa de desocupación no cambiará el diagnóstico, que como dice el ministro Roberto Lavagna hay que hacer primero uno bueno para encontrar luego soluciones viables. Y, la verdad, es que el mercado laboral tiene tal complejidad luego de los ‘90 que confiar en el modelo “dólar alto + planes asistenciales con capacitación” como dinamizador del empleo es una estrategia precaria e insuficiente. Como en la mayoría de las cuestiones económicas no existe una única causa ni exclusiva receta, sino que se presentan varios factores que han interrelacionado para definir un escenario determinado. Por lo tanto se requiere de políticas variadas para abarcar las diferentes particularidades que se presentan. En el caso del mercado laboral el panorama es aún más complicado. Resulta un reduccionismo la explicación oficial que el índice de desempleo, que se conocerá el próximo viernes, ha subido unas décimas porque más gente salió a buscar trabajo (tasa de actividad). O suena a excusa culpar a la crisis energética. Tampoco es suficiente la interpretación de Lavagna referida a que el cuello de botella de la economía es la escasez de mano de obra calificada para la industria.
La tasa de actividad, más allá de la leve caída estacional del relevamiento del primer trimestre del año, ha ido creciendo desde los ‘80. El promedio de esa década fue 38,5 por ciento de la población económicamente activa sobre la total, trepó a una media de 41,4 por ciento durante los años de la convertibilidad, para ubicarse ahora en 45,4 por ciento, según la medición enero-marzo 2004. Así se verifica en esa variable una tendencia constante al alza por factores históricos, económicos y sociales, y de esa forma se registra una mayor presión sobre el mercado de trabajo. Esa mayor presión se explica por la caída de ingresos familiares, que obliga a otros miembros a buscar empleo, y a la incorporación de la mujer al mercado laboral. De todos modos, no es nuevo ese último fenómeno, lo que sucede es que queda más en evidencia cuando la economía no puede absorber tanta mano de obra. Especialistas del mercado laboral explican que en las etapas iniciales de la revolución industrial las mujeres trabajaban tanto como los hombres. Cuando mejoraron las condiciones de vida, a fines del siglo pasado, las mujeres se retiraron del mercado de trabajo. A partir de las décadas del ‘20 y del ‘30, dependiendo de los países, comenzó una reversión y la mujer retornó al mercado. Fue una progresión general de la mujer, que ha tenido una participación creciente en el mercado de trabajo. Incluso en algunos países europeos la participación de las mujeres en el mundo laboral es casi igual que la de los hombres. La clave pasa, entonces, por observar la evolución de la tasa de empleo, o sea la capacidad de absorción de mano de obra por parte de la estructura económica.
Sin contar los Planes Jefas y Jefes de Hogar, la tasa de desocupación se ubica estructuralmente en un escalón muy elevado, cercano al 20 por ciento. Se trata de la “desocupación abierta”, como la denomina el Indec, que no toma en cuenta a aquellas personas que directamente no buscan trabajo puesto que hacerlo les implica un costo. Y un costo elevado para sus magros ingresos: comprar diarios, transporte y alimento. Ese “costo de la vagancia”, como muchos prejuiciosos lo denominan, se debe a que no tienen dinero para “invertir” en esos insumos de búsqueda de trabajo. O, en los casos en que puedan tenerlo, deciden no aportarlo a ese objetivo porque, en base a su propia experiencia, no esperan tener éxito. O sea, evalúan que el retorno de esa inversión será negativo, como analizarían expertos de la city. Ese comportamiento es lo que se conoce como “efecto desaliento”. Un aspecto esencial ligado a esos dos comportamientos anteriores se refiere al escaso “incentivo”, el monto del salario ofrecido, que en promedio se paga en la economía. Esto genera la siguiente reacción del desocupado: para el que forma parte de un programa de ayuda oficial, el costo de oportunidad no le es positivo puesto que aquí también los gastos de transporte y alimentación erosionan el ingreso a obtener hasta ubicarlo en los niveles de los planes Jefes. Además, debido a la ineficiencia en la difusión de las características de ese plan, tienen miedo de no poder recuperarlo en caso de perder el empleo a los pocos meses. Aunque la mayoría de los empresarios piense y no lo exprese públicamente –salvo el presidente de la Bolsa de Comercio, Julio Werthein– que “la gente no quiere trabajar”, lo cierto es que los salarios que pagan son miserables. Y ése es uno de los principales motivos de las distorsiones del mercado de trabajo.
Estas postales del panorama laboral no pintan todo el cuadro pero definen rasgos básicos de ese mercado. Este continúa bajo presión por el deseo de alcanzar mejores condiciones de trabajo debido a que dados los bajos ingresos los que están empleados aspiran a nuevas oportunidades laborales. Y los que no lo tienen están desalentados o desincentivados. A la vez la economía del “dólar alto” no muestra capacidad para generar fuentes de trabajo necesarias para satisfacer la demanda.
Quince meses puede ser mucho o poco tiempo. Depende de lo que se hace en ese período. Parece muy poco si en ese lapso se consigue desarmar la mayoría automática de la Corte, en un proceso correcto y transparente, empezando una imprescindible etapa de mejora en la calidad institucional. Parece muchísimo tiempo, en cambio, si en esos meses todavía no se pudo articular una política de empleo que pueda atender la complejidad del mercado laboral. Unas décimas más, entonces, es lo de menos.

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