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Sábado, 30 de abril de 2005
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La burguesía nacional

Por Alfredo Zaiat
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María “Mema” Amalia Lacroze de los Reyes Oribe viuda de Fortabat, como es presentada en el libro Los dueños de la Argentina, de Luis Majul, precipitó el debate sobre “la burguesía nacional”, al decidir vender la cementera Loma Negra a la brasileña Camargo Correa. Varios popes del mundo empresario local trataron de disuadirla de desprenderse de esa compañía, y en el Gobierno cayó muy mal esa operación. Entre las banderas discursivas del kirchnerismo se encuentra la reconstrucción de la burguesía nacional, cruzada en los noventa por el huracán extranjerizador. La idea predominante en esa campaña oficial se resume en que la economía puede tener un mejor desarrollo si cuenta con ese sujeto social en una posición ofensiva. Del mismo modo que lo tiene Brasil, Chile y México, que reúne las cualidades de ser pujante, innovador, con vocación de inversión en proyectos productivos y comprometido con el destino de la Nación. Así presentada se parece a una aventura bastante ambiciosa teniendo en cuenta los actores de reparto.

En ese proyecto estratégico del gobierno de Kirchner, el capital nacional es preferible al extranjero por dos principales características:

1. El comando de las operaciones está instalado en el país, lo que implica que el Gobierno puede tener un interlocutor directo –el dueño de la compañía– y no tener que enfrentarse a un gerente que reporta a su casa matriz. En momentos de crisis implicaría una diferencia sustancial en función al compromiso sobre lo que está sucediendo en el país.

2. A nivel macroeconómico, se evitaría el drenaje de divisas por giro de utilidades y dividendos de filiales de multinacionales con actividad en la Argentina a sus accionistas extranjeros. En un país con recurrentes crisis de su cuenta corriente no es una cuestión menor. Al respecto, durante el año pasado las ganancias giradas al exterior por filiales casi triplicaron el volumen de 2003, al pasar de 868 a 2342 millones de dólares.

Ahora bien: ¿cómo se reconstruye una burguesía?, ¿un actor social puede recrearse simplemente con vocación política?, y ¿por qué sería más conveniente empresarios nacionales que manejan un fondo de inversiones para comprar compañías que una multinacional? No son interrogantes de respuestas fáciles, pero una aproximación a esas dudas permite al menos observar las restricciones que existen a ese anhelo oficial.

Brasil es el modelo envidiado, con un grupo de empresarios fuertes, consustanciado con el desarrollo económico y con aspiración a ser líderes regionales. Lo que los manuales del capitalismo moderno definen como una “verdadera burguesía”, consciente de pertenecer a una clase social y partícipe de un proyecto nacional. La comparación de la burguesía brasileña con el comportamiento de los que en los ochenta se denominaron “Capitanes de la Industria” es demoledora. Ese diferente rumbo de esas dos burguesías, ¿es simplemente porque los Pérez Companc, Macri, Fortabat, Soldati, Grüneisen, Acevedo, Bulgheroni, Reyes Terrabusi, Núñez (Bagley) y Zorraquín tienen una cultura rentística? O será que en la expansión de la globalización y apertura económica, que implica el avance de grupos económicos más poderosos sobre los más débiles, a los argentinos les tocó el lugar de los perdedores.

A lo largo de las últimas décadas quedó en evidencia que a esos personajes del mundo de los negocios les resultaba más cómodo la valorización financiera que la inversión productiva. También que se sienten más relajados manejando autos antiguos por las rutas del sur que buscando petróleo, comprando y luego empeñando cuadros de pintores famosos que produciendo cemento, o jugando a la carrera de caballos en el Hipódromo que vendiendo galletitas. Pero eso sólo no explica el repliegue de un sujeto social del núcleo de decisiones económicas. A lo largo de décadas,el Estado ha contribuido a la conformación de un determinado tipo de burguesía mediante prebendas, protecciones imperfectas, subsidios, estatización de deudas, promociones industriales fraudulentas. El Estado siempre interviene, de una u otra forma, en la expansión de los grupos económicos, como lo hace Brasil a través de su banco de desarrollo (Bndes). Pero lo hace a cambio de compromisos explícitos que favorezcan el crecimiento económico global. No han dejado librado, como aquí se hizo, a que el proyecto de país sea definido por el grupo más poderoso de empresarios, que, como ha quedado en evidencia, ese destino nacional fue traducido por ellos en cuentas bancarias abultadas en el exterior.

Los economistas de la CTA Ana Rameri y Tomás Raffo, en una investigación sobre la cúpula empresaria argentina, concluyeron que “la ausencia de lo que suele denominarse burguesía nacional al interior de la cúpula empresaria, el carácter depredador de los recursos naturales y excluyente en términos sociales de la lógica económica vigente, obligan a reiterar la necesidad del debate acerca del papel del Estado y la regulación pública sobre el ciclo de acumulación de estos capitales”. Y recomiendan que “la recuperación del manejo público de la infraestructura privatizada y la decidida conformación de un área de economía pública y social que actúe como el motor de desarrollo se instituyen así, como ejes fundamentales para un debate serio sobre el futuro de la Argentina”.

Es lo que hay es el comentario resignado de un destacado funcionario de la Casa Rosada cuando se le apunta que el proyecto del Gobierno de recrear la burguesía nacional se intenta realizar con muchos de los personajes que en los noventa bailaron en la primera clase del “Titanic” del menemismo. Al respecto, el economista Claudio Katz, en un reciente artículo, menciona que los “proyectos nacionales” están resucitando en América latina. Pero advierte que “la experiencia de un siglo indica que esos intentos aparecen, fracasan, resurgen y vuelven a decaer”. Y explica que “esa dinámica refleja la debilidad estructural y el oscilante comportamiento de las burguesías nacionales, que son empujadas a buscar desahogos de su marginal ubicación en el mercado mundial”. Katz concluye que “la incomprensión de esa contradicción conduce a dos equivocaciones simétricas: sobrevalorar la fuerza de ese sector en los períodos de euforia e imaginar su extinción en las etapas de repliegue”.

En fin, Amalita y, fundamentalmente, sus herederos disfrutarán de los 850 millones de dólares que les pagarán en cuotas por Loma Negra. A propósito, Majul sospecha en su libro que el testamento de Alfredo Fortabat desapareció el día de su muerte y gracias a esa pérdida Amalita pudo quedarse con toda la fortuna. Más allá de ese culebrón de millonarios, ahora sí la fijación monopólica del precio del cemento –mediante acuerdos con la competencia– será motivo de indignación nacional, porque será un grupo brasileño y no la viuda de Fortabat la “burguesía” responsable de no comprometerse con el desarrollo económico de la Argentina.

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