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Domingo, 3 de septiembre de 2006
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BUENA MONEDA

Cal y arena

Por Alfredo Zaiat
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Como sucede con un médico renombrado, hay que pedir turno para las mezcladoras de cemento. Las empresas que administran esas moles mecánicas que ocupan un carril de la calle los dan a un plazo de 30 días. Los pedidos de ladrillos huecos se deben realizar con bastante anticipación para contar con ese insumo clave de la obra. Algunos materiales, como cerámicas y griferías, muestran deficiencias debido a que los fabricantes están trabajando a pleno y, para cumplir con la orden de venta, han tenido que relajar el proceso de control de calidad. Ya no es tan fácil para las constructoras conseguir mano de obra calificada. Han resurgido las tradicionales inmobiliarias al tiempo que aparecieron decenas de nuevas firmas montadas en las incesantes operaciones de compraventa. El precio del metro cuadrado de la mayoría de los barrios de la Capital ya alcanzó el que había en la convertibilidad, y en las áreas top lo ha superado. En algunas zonas del área metropolitana no hay semana que no comiencen demoliciones de viejas casas, garajes o antiguos restaurantes. Y no hay reunión familiar o de amigos en que no aparezca el comentario sorprendido sobre el ritmo frenético que está teniendo la construcción. No se trata de un fenómeno de la Ciudad de Buenos Aires. En todos los grandes y medianos centros urbanos del país, y en especial en Rosario, el desarrollo de emprendimientos inmobiliarios es muy fuerte. En concreto, hay un boom de la construcción y no existen, por ahora, síntomas de agotamiento.

Ante el huracán de cemento y ladrillos que está modificando –con dudoso buen gusto y casi nula planificación pública– el paisaje urbano, el debate entre los economistas se concentra en la calidad de la inversión global, teniendo en cuenta que la construcción aporta poco más de la mitad de esa tasa que ya se ubica por encima del 23 por ciento del PIB. La convención entre esos analistas es que la inversión en construcción es de menor calidad que la destinada a actividades con efecto más intenso en materia reproductiva. Se trata de una cuestión a considerar, pero de ahí a concluir que por esa razón las bases del actual crecimiento es endeble hay una trecho de exageración. Esos mismos profesionales del saber económico ignoraban esa sutileza cuando elogiaban el renacer y luego la expansión acelerada de la economía española durante la década pasada. Crecimiento que hoy sigue sustentado en la construcción. En esos años, aconsejaban que el camino emprendido por España era uno a transitar, puesto que el modelo que se buscaba imponer era el de la flexibilización del mercado laboral al estilo hispano que, por cierto, fue un objetivo que tuvo éxito en estas playas. En ese entonces no se escuchaban alertas sobre que la recuperación de la inversión española era de calidad menor y que estaba lejos del nivel necesario para un desarrollo autosostenido, como se refieren ahora al proceso argentino.

Sin embargo, pese a que la inversión en construcción tiene un impacto menor en materia reproductiva, el actual ciclo positivo genera un sustancial efecto riqueza en los propietarios por la suba del valor de las propiedades. Esa percepción de mayor poder adquisitivo potencial incentiva el consumo y así, indirectamente, empuja al resto de los sectores a nuevas inversiones para satisfacer esa demanda creciente.

Otra debilidad de los centinelas de la calidad de la inversión se encuentra en que durante los noventa ponderaban los aportes de las privatizadas –que también eran, en ese momento, la base de sustentación para tasas elevadas de inversión– por su incidencia reproductiva, pero desconocían los efectos devastadores sobre el empleo en ese sector. El esquema sería el siguiente: “mejor” inversión (privatizadas) con desocupación en los ‘90 versus “peor” calidad de inversión (construcción) con creación potente de empleo en la actualidad. A esta altura, luego de padecer la crisis de la convertibilidad y de la caótica megadevaluación, no debería resultar difícil elegir entre esas dos opciones.

A diferencia de lo que se verifica en el resto de los sectores económicos en el presente ciclo de crecimiento, el de la construcción muestra una correlación perfecta entre aumento del nivel de actividad y creación de empleo. El índice de la construcción elaborado por el Indec está en su máximo valor histórico de la serie, superando así su pico anterior, de agosto de 1998, en poco más de un 20 por ciento. En tanto, los puestos de trabajo en relación de dependencia promediaron en el segundo semestre de este año los 344.322 empleos. Esa plantilla total es un 21 por ciento superior al mejor momento del sector previo a la crisis, en el cuarto trimestre de 1998, cuando la cantidad de empleados era de 284.500. Las tasas de variación de crecimiento y empleo han ido de la mano.

Este boom de la construcción se explica por cuatro factores principales, de los cuales ninguno está emitiendo señales de que se vaya a apagar en el corto plazo. Dos de esos elementos provienen del exterior: uno, el prolongado período de tasas bajas a nivel internacional, incluso la del 5,25 por ciento anual que duda en ajustar la Reserva Federal (banca central estadounidense); y el otro, los muy elevados precios de los inmuebles en las capitales de los países desarrollados, que motiva a inversores sofisticados a comprar propiedades en plazas inmobiliarias emergentes, entre ellas la argentina. Aunque parezca descabellado, para ese tipo de operadores es “barato” el metro cuadrado valuado en 4000 dólares en la zona más top de Buenos Aires (por caso, el edificio en obra Le Parc Figueroa Alcorta).

Los otros dos factores de raíz local tienen que ver con razones financieras y de seguridad. Después del colapso del sistema bancario con el corralito, que fue la gran crisis pero con antecedentes en otras varias de mayor o menor intensidad a lo largo de los últimos 20 años, la inversión en ladrillos es la que brinda más tranquilidad al universo de la población con excedentes. Por otro lado, son escasas las opciones financieras para ese capital, que tiene su origen en rentabilidades elevadas del campo y el comercio. Las tasas de interés por depósitos bancarios son negativas en términos reales con la inflación. Y las acciones y bonos no son una alternativa para la mayoría. Por ese motivo, la especulación financiera se ha convertido también uno de los motores de la construcción.

Finalmente, en ese contexto extraordinario de la actividad, ¿no se presenta como un disparate el plan oficial de destinar recursos fiscales, como la devolución anticipada del IVA para construcciones destinadas a alquiler, a un sector que está viviendo un boom?

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