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Domingo, 28 de julio de 2002
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Los Hermanos Macana

Por Alfredo Zaiat
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Forman parte del mismo gobierno, o sea son integrantes de la misma “familia”. Se pegan uno a otro subidos en el mismo auto, que en este caso es la crisis económico-financiera, con el objetivo de llegar a la meta de la carrera. Esta no es otra, para ellos, que la solución del corralito. Los Hermanos Macana del Gobierno de Duhalde son Aldo Pignanelli y Roberto Lavagna. Presidente del Banco Central y ministro de Economía, respectivamente, que están embarcados en una disparatada, por sus costos, pelea. A tal punto llegó el ridículo que hacen en público que al anuncio del mandamás de la autoridad monetaria de que irá a Washington a negociar con el FMI junto al titular del Palacio de Hacienda, el vocero de éste último le respondió con que “Lavagna no va a ningún lado”. Quién puede pensar que una economía con su peor crisis de la historia puede ser manejada por ese dúo que no tiene ni el más mínimo pudor de ventilar sus diferencias con espasmos adolescentes de un pésimo culebrón.
Más allá de los estilos de cada uno, Pignanelli mortificado porque se tuvo que ir insultado de la tribuna popular de su Lanús querido o Lavagna afligido porque no tiene tiempo de cuidar y disfrutar su amado jardín, lo que está en juego en esa pelea es el futuro del negocio bancario. En los hechos, cómo se distribuirán los costos de una ineludible reestructuración productiva y financiera asociados a la crisis. No hubo país, desde México del Tequila pasando por la explosión de los tigres asiáticos, Rusia y Brasil en el ‘99, que no haya tenido que asumir un costo fiscal por sus respectivas tormentas financieras. La cuestión se define, entonces, si el Estado tiene que hacerse cargo de pagar íntegra la cuenta del corralito, que se instrumentaría mediante un bono compulsivo o por un inducido canje optativo masivo. O si los bancos responden por gran parte de los depósitos con capital propio para atender el retiro de depósitos.
Como resulta obvio, una u otra alternativa no es indiferente a las perspectivas de crecimiento de la economía. El dilema no es sencillo. Sumar más deuda a la ya abultada que pesa sobre el Estado manda al archivo el objetivo de plantear un “plan sustentable de desarrollo”, como gusta ahora definir a los organismos financieros internacionales. Seguir con el engendro del corralito plantea no pocas trabas al financiamiento de la economía. Aunque, vale destacar, que el sistema financiero no ha sido un factor dinamizador del sector productivo en los últimos años. Más bien, ha sido todo lo contrario, obligando a la mayoría de las empresas a buscar vías alternativas de financiamiento. En la práctica, en los últimos meses se ha desarrollado un canal informal de crédito, muy similar al existente en la década del 80. De todos modos, en esos años había lo que hoy es inexistente como el acceso al crédito para capital de trabajo a través de descubierto en cuenta como la prefinanciación de exportaciones.
Así planteado el problema, si bien la guerra por el corralito es relevante, no deja de asombrar que éste se haya convertido en el tema excluyente de la agenda económica del Gobierno. Cuando se conocen las estadísticas del drama laboral y social el tema financiero se presenta como irrelevante. Y más absurda la energía desplegada por los Hermanos Macana.

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