Domingo, 1 de diciembre de 2002
El bien común
Por Alfredo Zaiat
Primera aclaración: los ahorristas que quedaron con sus depósitos atrapados en los bancos fueron estafados. Segunda aclaración: no fueron los únicos defraudados en este proceso de destrucción generalizada de riquezas. Hechas esas salvedades, para evitar confusiones e indignaciones, vale la pena reflexionar sobre ese conflicto, alejado un poco de las pasiones y de la tiranÃa del bolsillo. Primera conclusión: el eventual fallo de la Corte Suprema disponiendo la redolarización es un disparate, no jurÃdico, sino cuando se lo analiza en función del bien común, su contenido económico y sus implicancias sociales. Segunda conclusión: el desafÃo de los responsables de administrar una crisis de las proporciones como la que se vive en la Argentina es redistribuir en forma equitativa los costos ineludibles de una debacle. Si se asume como válidas esas aclaraciones y conclusiones, ¿los ahorristas tienen derecho a protestar por lo que consideran una expropiación? La respuesta es sÃ. A la vez, ¿deben tener una compensación total por el impacto de la devaluación en sus depósitos? La respuesta es no.
La economÃa argentina no estalló en mil pedazos cuando se abandonó la convertibilidad. Ya habÃa detonado varios meses antes, siendo el ajuste del tipo de cambio, en última instancia, el disparador para el reparto de sus esquirlas. No reconocer esa dinámica de la crisis es, simplemente, eludirla para evitar costos y querer transferirlos al resto de la sociedad. En esa redistribución de costos vale recordar que el Gobierno no abandonó a los ahorristas, como tampoco a los bancos y deudores. A los ahorristas les reconoció un valor inicial de 1,40 peso por dólar depositado ajustado por un Ãndice de actualización atractivo, como el CER, que es la inflación. Asà se mantiene el poder adquisitivo de ese capital en el paÃs en el que el ahorrista vive y gasta el dinero. Esa conversión ha sido financiada por el Estado, o sea por la sociedad, al emitir tÃtulos públicos para compensar lo que se denominó pesificación asimétrica.
Con ese 1,40 más CER hoy esas colocaciones equivalen a 2 pesos, todavÃa lejos de los 3,50 que cotizaba el dólar antes de la amenaza de la Corte, pero con una recuperación mucho más acelerada que, por ejemplo, la capacidad de compra de los salarios. Como se estima, además, que en una economÃa en vÃas de normalización los precios avanzarán más rápido que el dólar, esa ecuación riesgo financiero, implÃcito en una colocación en un banco, resulta bastante favorable para los ahorristas.
La ruptura de contratos fue generalizada. Y no podÃa ser de otra forma puesto que la profanación principal fue el hundimiento de la convertibilidad. El resto de los contratos no podÃa otra cosa que violarse, entre ellos los constituidos en plazos fijos entre ahorristas y bancos. Ante esa situación, ineludible ante el desarrollo de una economÃa ficticia del 1 a 1, aparece la puja de cada parte para minimizar sus quebrantos. Ante un Estado ausente y poder polÃtico débil esa lucha de intereses no se pudo resolver con autoridad y celeridad. Si la Corte, en un fallo que serÃa correcto si se lo separa del caos económico y social, restituyera las condiciones iniciales del contrato de los depósitos, por qué no hacer lo mismo con los contratos de alquileres pactados en dólares, con los créditos, con las tarifas de las privatizadas e incluso con los activos, como inmuebles o autos, que previos a la devaluación tenÃan valor dólar para su compraventa. Es un absurdo.
Una polÃtica de Estado esencial es recuperar la moneda doméstica, meta que deberÃa estar por encima, como bien común, de cualquier otro derecho. Porque es el derecho de los desprotegidos, de los trabajadores, que cobran y gastan lo que tienen con los pesos que reciben. Además, tener moneda propia brinda la oportunidad de poseer herramientas públicas de redistribución y mejora de ingresos para construir una sociedad mejor. El anhelo de la redolarización es querer retornar a la fantasÃa de la década del 90, que una clase media castigada no deberÃa aspirar sólo observando que más de la mitad de la población ha caÃdo en la pobreza como consecuencia de esa bonanza perversa de la convertibilidad.
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