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Domingo, 12 de octubre de 2003
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Attenti al amor ciego

Por Alfredo Zaiat
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Les pido a los que tienen responsabilidades, no enamorarnos a ciegas de los números, y ver que en esta Argentina ha quedado gente absolutamente quebrada y dañada por el terrible proceso económico que nos tocó vivir en la última década.” Esa declaración de principios, que para un gobernante significa contar con un inusual sentido común, fue pronunciada por Néstor Kirchner al lanzar un plan habitacional hace un par de semanas. Pero la tentación en muchas ocasiones y más aún cuando se trata de mostrar indicadores económicos positivos es irresistible, incluso para alguien que convoca a los suyos a no autoengañarse con cifras de la recuperación. Como en todo círculo de poder existen los amanuenses que se entusiasman con estadísticas y gráficos con flechas para arriba. Que serán muchas en los meses próximos. Y distribuyen esos números como si fueran la verdad revelada de una economía que tiene muchos más matices que los que muestran datos positivos. Corren el riesgo de, pese a detestar la década del ‘90, imitar la estrategia Menem-Cavallo de construirse una imagen distorsionada alimentada en un proceso de crecimiento vertiginoso. Este debate se puede dar cuando la economía está avanzando y, resulta obvio, que es mejor estar transitando un sendero de crecimiento que uno de caída. Pero teniendo fresca en la memoria la devastadora experiencia de la fantasiosa bonanza de la convertibilidad, vale recordar que el crecimiento es condición necesaria, pero no suficiente para que haya una mejor distribución del ingreso. Y ése es precisamente el desafío si de lo que se trata es de evitar repetir el amor ciego de la década pasada.
La mayor virtud de Roberto Lavagna fue la de rechazar la receta de shock, alentada por los economistas dedicados a pronósticos errados, y optar por una gradualista. Esta, en los hechos, significó que el propio desarrollo de los acontecimientos desarticularía las presiones sectoriales. Política que tuvo un saldo exitoso. El discurso del ministro de la semana pasada en la cuna del cavallismo, la Fundación Mediterránea, es una esclarecedora pieza en ese sentido. La habilidad del ministro fue la de haber sabido leer el momento del ciclo en que se encontraba la economía luego de cuatro años de recesión y ya producida la salida traumática de la convertibilidad. Esa cualidad, que no es menor, también la expuso Lavagna en la negociación con el FMI, organismo desprestigiado y con una administración republicana en la Casa Blanca reactiva a Wall Street y a la burocracia de los organismos multilaterales.
Ahora bien, haber sabido aprovechar la inercia inicial del ciclo de salida de la crisis y eludido las presiones de bancos y privatizadas para transferir costos de la crisis al resto de la sociedad, no implica que los “sistemas de autorregulación del mercado” o de “auto organización”, como definió Lavagna, sean suficientes en la presente etapa. Existe el peligro de que se concluya en una sofisticada adaptación de la “teoría del derrame” de los ‘90. Si a lo que se aspira es a un crecimiento con equidad, se requiere mucho más que saber manejar expectativas positivas con indicadores económicos para incentivar un proceso de inversión y crecimiento.
De ese modo las perspectivas de la economía, como están presentados los supuestos macroeconómicos del Presupuesto del año próximo, implican un modelo de tasas bajas de crecimiento teniendo en cuenta el estado de degradación social en que vive un porción mayoritaria de la población. La opción de un crecimiento sostenido poniendo el mayor esfuerzo en ampliar el consumo de sectores medios y altos ingresos y en el dinamismo de exportaciones de carácter primario (la fórmula S+P: soja + petróleo), deja en el congelador la desigual distribución del ingreso vigente.
Es cierto que de la noche a la mañana no se rompe una perversa estructura de concentración de la riqueza. Lo relevante, entonces, es vislumbrar la tendencia que se marca en los hechos más que en las palabras en esa tarea de modificar esa pesada herencia. Y hasta ahora ha habido más gestos que cuestiones prácticas para alterar una dinámica que separa cada vez más a esas dos Argentinas que conviven en un mismo territorio.
Para aquellos que se entusiasman con los números de indicadores económicos, relativizando la cuestión de la distribución, aquí van algunas cifras para que la realidad no se deforme. Con la estimación de crecimiento y consumo estimada por el Palacio de Hacienda para el trienio 2004-2007 (en torno al 4 por ciento anual en cada uno de esos años), el Producto Interno Bruto de 2006 sería aún el 96,9 por ciento del de 1998 y el consumo, el 93,6. Recién en 2007 se alcanzarían niveles de producto y consumo similares a los de 1998. “Así la década 1998-2007 sería una década de notorio retroceso, ya que, dado el aumento de la población, el ingreso per cápita sería, en 2007, un 14 por ciento inferior al de 1998”, precisa un reciente documento del Instituto de Estudios y Formación de la CTA.
En caso de que no se mejore la pauta de distribución del ingreso, ese deterioro promedio será más pronunciado en los sectores más castigados. Dicen que el amor es ciego. Por ese motivo a veces es preferible encontrarse con el verdadero rostro para luego no desilusionarse.

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