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Sábado, 13 de julio de 2002
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Baúl I y II

Por Manuel Fernández López

Riesgos

A dos amos obedece el hombre, y de ellos es esclavo: el placer y el dolor. Lo escribió Jeremy Bentham, hace algunos años. Poco antes, Adam Smith había asociado, en cierta medida, al placer con el ingreso y a su magnitud con el tiempo invertido en capacitarse en determinada profesión: “Un hombre educado mediante el gasto de mucho trabajo y tiempo, para ejecutar alguno de esos empleos que requieren extraordinaria destreza y habilidad, puede compararse a una máquina costosa, que más allá y por encima del salario del trabajo común, le resarcirá el gasto total de su educación, con la menor ganancia ordinaria de un capital del mismo valor”. Pero al obtener educación y con ella la expectativa de un ingreso elevado, de suyo no aseguraba la obtención efectiva y permanente del ingreso: “El salario del trabajo en diferentes empleos varía según la probabilidad o improbabilidad de alcanzar éxito en ellos. La probabilidad de que una persona llegue a calificarse en el empleo para el cual se educa es muy distinta en las diversas ocupaciones. En la mayor parte de los oficios mecánicos, el éxito es casi cierto; pero es muy incierto en las profesiones liberales”. El ingreso que puede esperar un buen zapatero es bajo, pero muy seguro. El ingreso que puede esperar un buen abogado es algo, pero incierto. A cualquier nivel de ingreso que sea razonable esperar le corresponderá una probabilidad más alta o más baja de concretarlo. Y no sólo en los oficios considerados “decentes” sino también en aquellos que en mayor o menor grado se cumplen en toda sociedad, como el de ladrón, ya sea a mano descubierta o con guante blanco. Escuchamos hace poco por TV a ladrones profesionales decir que sus ingresos fluctúan según sean descubiertos o no por la policía, que les obliga a entregar las ganancias a cambio de no apresarlos. Esa fluctuación –entre haber robado $ 100 y quedar sin nada– es el riesgo anexo a su ingreso. Si un funcionario roba $ 100 a través de una partida contable, la probabilidad de tener éxito depende de que existan órganos de auditoría para controlar sus actos. En la sociedad, hacer riesgosas las ganancias de los ladrones, y de criminales en general, es misión de las instituciones de control. Por ello, quien sube al gobierno para robar, lo primero que debe hacer es disolver tales instituciones, o poner en ellas a compinches. Su historia diría mucho de los gobiernos respectivos.

 

Desnutrición

En estos días, un juez de Corrientes resolvió una acción de amparo a favor de un matrimonio de desempleados, padres de tres hijos, en estado de inanición y en riesgo de fallecer por falta de comida. Ordenó que el supermercado más cercano a la familia proveyese alimentos por valor de $ 190 semanales, a costa del Estado, el que debería pagarlos al supermercado o bien reconocer la suma como crédito fiscal, es decir, descontables como impuestos. El acto judicial, que es precario y tiene por fin sólo evitar un daño mayor, hasta tanto se dicte sentencia definitiva, se basó en una sabia combinación de derechos contrapuestos: el derecho de la infancia a ser protegida, incorporada a la Constitución Nacional reformada en 1994, y el derecho de propiedad, relativizado por la misma cuando razones sociales lo exigen. Imposible no conectar el caso con los mostrados hace muy poco de nacimientos con peso inferior al normal. En este caso, son las madres desnutridas que engendran bebés desnutridos; en el anterior, es el régimen económico que desaloja a millones de sus puestos de trabajo, sin volverlos a emplear y sin una acción oficial compensatoria. En una economía de mercado, donde todo lo que se necesita comprar tiene un precio, la falta de ingreso condena a los desocupados a un único destino: la muerte. En ambos casos, los más dañados son los niños, ya que las lesiones de su cerebro sólo en contados casos podrán revertirse. Pensar que Perón en 1974 nos aseguraba que con energía (petróleo) y alimentos éramos la nación del futuro. No tenía en cuenta que ni la energía ni los alimentos sondistribuidos por la naturaleza hacia quienes los necesitan sino que lo hacen los regímenes socioeconómicos que los hombres se dan a ellos mismos. ¿O no conocía Perón el feroz individualismo argentino, su irreductible defensa del derecho de propiedad a ultranza, o su ciega incapacidad para el altruismo? En el país del cereal y la carne, a un lado de la ruta los productores tiran a la zanja sus productos porque los precios no son rentables; y al otro lado de la ruta pululan pobres famélicos buscando algo para llevar a la boca. Y además, se aplican sanciones ejemplificadoras a quienes pretendan alterar ese orden. Uno diría, por lo del juez: ¡al fin una buena! Pero el juez era interino; actuaba como tal desde dos años atrás. Y ni bien dictó tal sentencia –¡oh, milagro!–, apareció otro titular para el cargo.

 

 

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