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Domingo, 18 de febrero de 2007
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Por Manuel Fernández López

La mano que aprieta

Es inoportuno sin duda hablar, en pleno carnaval, de agredir con agua. Pero el agua es un bien consumido por todos y cada uno –un bien básico, diría Sraffa (toda producción insume vida y toda vida insume agua–, y una mano negra que contaminase el agua provocaría un daño universal. Al respecto recordamos el origen del LSD: el ejército del Hermano Grande (HG) buscaba una droga tal que, vertida en el agua consumida por una población enemiga, disminuyera sus reflejos y su capacidad de defensa. Experimentando con sus propios soldados, halló el ácido lisérgico. Pronto la droga se conoció y perdió su carácter secreto y estratégico, aunque el HG pudo seguir experimentando con otras drogas para el fin indicado o buscando otros caminos para el mismo fin; por ejemplo, caminos que no revelasen la mano del envenenador: en un producto perfecto, igual que en un crimen perfecto, no ha de notarse la mano de su autor. La población argentina, si bien nunca fue enemiga del HG, tampoco fue su fiel seguidora, salvo en cortos períodos: le frustró la conferencia panamericana de 1890; sus miembros, calificados de “incorregibles” por Roosevelt; reacia a colaborar en la Segunda Guerra Mundial; reacia a las instituciones de Bretton Woods (FMI y Banco Mundial); opuesta al ALCA en la conferencia de Mar del Plata, etcétera. Ahora que el mundo es unipolar –parecen pensar–, es propicio el momento para disciplinar la tropa, pero sin mostrar la hilacha; hacerlo a través de un país limítrofe, con raíces comunes, declarado partidario del ALCA y que se autocalifica como “hermano pequeño” (HP) en el Mercosur. La contaminación fluvial que se viene no fue pensada por el HP sino hecha posible por los 170 millones de dólares que puso el Banco Mundial, cuyo presidente practica la defensa de los intereses del HG en cada punto del planeta, y que salió de las áreas belicistas de los gobiernos republicanos: director del Sector Asia del Departamento de Estado en la presidencia Reagan; asesor de Dick Cheney cuando era ministro de Defensa en la Guerra del Golfo en la presidencia de Bush padre; director, junto a Donald Rumsfeld, de las guerras de Afganistán e Irak en la presidencia de Bush hijo. En las acciones humanas todo es posible, pero hay poca duda de que el Banco Mundial y su presidente decidieron apoyar al HP y golpear a la Argentina desde un ángulo bélico y bajo el lema filonazi de G.W. Bush: “With us or against us”.

Colapsados

La actividad de la construcción ha sido una poderosa palanca de la actividad económica general, por significar una demanda de mano de obra de mediana calificación y el requerimiento de insumos mayormente producidos en el país. Raúl Prebisch, en 1940 –cuando el reciente estallido de la Segunda Guerra Mundial amenazaba con provocar una recesión en el país, como había ocurrido con la Gran Guerra–, recomendó vivamente al gobierno incentivar la construcción de casas baratas, actividad en la que era máxima la creación de nuevo empleo y mínimos insumos importados. Hoy no puede desoírse ese consejo ya que, a pesar de la fuerte expansión en los últimos años, estamos lejos de tener un óptimo en cuanto a la calidad del empleo (alta proporción en negro), la pobreza y la indigencia. Sin embargo, aunque la mayoría considera beneficiosa a la industria de la construcción, prefiere que ella tenga lugar lejos de su barrio. Se acepta igual que la realización de rellenos sanitarios con basura, siempre que ello ocurra lejos de su casa. Esto vale especialmente para la construcción de torres, las cuales, al dar alojamiento a centenares de nuevas familias, crearían una demanda de agua y otros servicios imposibles de sostener. El gobierno de la Ciudad ha apoyado la posición de los vecinos al exigir que las nuevas construcciones sean avaladas por certificados de factibilidad técnica, que garanticen que la infraestructura ya existente permita el suministro de agua y desagües cloacales domiciliarios. Tal requisito es ultraconservador y contrario a la historia. Si hubiera existido en los siglos precedentes, Buenos Aires no tendría hoy más de diez manzanas. Fue necesaria la fiebre amarilla para dotar a la ciudad de obras de salubridad, y ello con ayuda del capital extranjero. Es la demanda insatisfecha la que obliga al gobierno a expandir el capital social básico. En el papel, lo ideal es el crecimiento balanceado, donde la expansión del número de viviendas fuese proporcional y simultáneo con el crecimiento de la infraestructura. Pero, en la práctica, es la demanda suscitada por la nueva actividad la que tracciona la expansión de los servicios necesarios. Como decía A.O. Hirschman: “Toda actividad económica no primaria inducirá intentos de abastecer los insumos necesarios en esa actividad a través de la producción nacional” (La estrategia del desarrollo económico, pág. 106).

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