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Domingo, 1 de febrero de 2009
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Por Manuel Fernández López

“Si le va mal al campo”

No se come trigo en crudo, como sale de la planta, sin manufacturar. Ello liga a la agricultura con otras actividades: con sectores que la abastecen, como las fábricas de maquinaria agrícola y con sectores que requieren sus productos, como los molinos harineros. El conjunto de los primeros se llaman “eslabonamientos anteriores”, y el de los segundos, “eslabonamientos posteriores”. Tales eslabonamientos, anteriores y posteriores, siguen la suerte de la agricultura, en las buenas y en las malas –como en los matrimonios–. Si a una le va bien, lo propio le acontece a la otra. Un desastre agrícola no augura días felices, ni para los campesinos ni para los demás productores. Ello ya fue percibido hace bastante tiempo, por un coetáneo de Platón, el militar y escritor Jenofonte (430-350 a. C.), que escribió: “Si florece la agricultura, todas las demás artes prosperan con ella; pero cuando se abandona el cultivo, todos los demás trabajos se aniquilan al mismo tiempo”. Pero no sólo se aniquilan los sectores de la producción: también se resiente la actividad del Estado y todo lo que de él depende, pues un campesino quebrado deja de ser contribuyente al fisco. Tenemos un caso que nos toca de cerca, el del coronel J. D. Perón: surgido de la revolución de 1943, alcanzó popularidad como secretario de Trabajo y Previsión, con propuestas proto-keynesianas. En 1946 llegó al poder y su primera presidencia tuvo una amplia política de obras públicas y de crecimiento del salario merced a políticas de pleno empleo. En 1951 una gran sequía cayó sobre distintos países, entre ellos la Argentina. La sequía es un fenómeno meteorológico en cuanto al clima y físico-químico en cuanto al suelo, contra el cual poco pudo el hombre a lo largo de la historia. Perón tampoco pudo, y ante la caída generalizada, en 1952, y antes de asumir su segunda presidencia, que había obtenido con una resonante victoria electoral, tuvo que presentar al país un nuevo Plan Económico, nada keynesiano, en el que pedía al pueblo ajustar su cinturón, controlar más el uso de los bienes y restringir el gasto. La nueva presidencia tuvo una política económica de signo ortodoxo. Como se sabe, Perón debió abandonar la Casa Rosada en la mitad de su mandato, que muchos calificaron de falto de rumbo, que algunos atribuyeron a no tener a Evita al lado. Otros, más realistas, lo atribuyeron a los efectos de la sequía de 1951-52.

Paradoja de la frugalidad

Queremos sacar peces del agua, y no tenemos con qué; pero podemos construir algo útil a ese fin: tomamos un aro e hilo y lo vamos anudando al aro, uniendo extremos opuestos; el primer hilo divide al aro en dos sectores, y el segundo en cuatro. Todavía no será útil: un pez que entre al aro, no quedará retenido dentro de él. Es necesario pasar más hilos, tantos como para hacer una red cuya malla forme sectores lo bastante pequeños como para retener a los peces. Es claro que ninguno de los hilos, por sí solo, tuvo la virtud de retener (o pescar) pez alguno. Pero todos ellos, vinculados entre sí de cierta forma, sí pudo hacerlo. La sociedad –una suerte de partes interconectadas– tiene la facultad de poder generar ciertos procesos económicos que son incapaces de generar sus partes individualmente. Si Juan o Pedro deciden ahorrar más, y ello supone abstenerse de consumir o de renovar ciertos bienes, la sociedad no tiene por qué verse afectada. Pero si una gran porción de la sociedad disminuye sus consumos individuales, baja el nivel del consumo global; y con ello la demanda global, tanto como si hubiera descendido el nivel de la inversión o de las exportaciones o del gasto público. Y sabemos que estas magnitudes operan con un efecto multiplicador sobre el ingreso nacional, por lo que el resultado de sus caídas es la reducción del ingreso nacional. Parece magia, pero no es así, por lo mismo que se dijo sobre la red y los hilos. En efecto, quien incrementa su ahorro reduce su consumo, o gasto. ¿Compra menos tomate? ¿Difiere renovar su vestuario? En tal caso, será un poco menor el ingreso del verdulero o del sastre, respectivamente. Y en alguna medida, el verdulero y el sastre gastarán un poco menos, en proporción a la caída de su ingreso, y esa reducción se sumará a la que le dio origen. En el sistema económico todo gasto es ingreso de alguien, y toda reducción de gasto reduce el ingreso de alguien. La decisión de gastar menos ocurre entre la población ocupada que pertenece a estratos medios, es decir, con ingresos superiores a la subsistencia, aterrada por la posibilidad de perder su empleo, como ocurre cuando aparecen expectativas de una futura recesión económica. Un país con una extensa franja de clase media está sujeta a que su población ocupada reaccione así, sin que ninguna oferta de bienes de consumo durables le haga cambiar su decisión de hacer durar un poco más los que ya tiene.

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