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Domingo, 24 de noviembre de 2002
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El baúl de Manuel

Por Manuel Fernández López

Desnutrición

Era miércoles 13 en San Miguel de Tucumán y comenzaba la reunión anual de la Asociación Argentina de Economía Política, institución en la cual ha prendido fuerte la corriente económica conocida como “fundamentalismo de mercado” o “neoliberalismo”. Esta tendencia, que se remonta a Adam Smith, adjudica a los mercados la capacidad de proporcionar a los consumidores los bienes requeridos para sus necesidades, con lo cual automáticamente divide a los posibles consumidores en incluidos y excluidos, según sean solventes o no, respectivamente. Como esta doctrina no asegura que todos tengan trabajo y obtengan un ingreso para ir a los mercados, en situaciones de amplio desempleo se convierte en un arma letal, al privarles del sustento a los desocupados y sus familias. No todos pueden resistir igual, ni por el mismo tiempo. Los primeros que caen son los más débiles, los niños. Como para que nadie pudiera hacerse el distraído, murió un chico por cada día que duró el congreso: Héctor DiBenedetti, de 5 años, Miriam Campero, de menos de 2, y Brian Jesús Herrera. Todos infectados de parasitosis, con padre desocupado, sin luz eléctrica ni agua en el hogar. ¿Será ésta la “integración de los niños a la aldea global”? ¿O será necesario que muera aquella franja de niños que no pueden integrarse, para que puedan hacerlo los restantes? De Smith podrá decirse mucho, pero no que haya mentido: “Aunque la pobreza retrae del matrimonio, no impide contraerlo. Parece incluso que favorece la procreación. Es común que mujeres hambrientas de las Highlands den a luz más de veinte hijos. Pero aunque la pobreza no impide procrear, es muy desfavorable para criar los hijos. La tierna planta nace, pero en un suelo tan frío y un clima tan crudo, que no tarda en agotarse y morir. No es raro en las Highlands de Escocia que a una madre que ha dado a luz veinte hijos no le queden sino dos con vida. Hay lugares en los que la mitad de los nacidos mueren antes de cumplir los cuatro años; en muchos lugares, antes de los siete; y en la mayor parte de los sitios, antes de los nueve o diez años de edad. Pero esta gran mortalidad se encontrará sólo entre los hijos de la gente del pueblo, que no puede permitirse atenderlos con el mismo cuidado que las clases acomodadas. Los matrimonios de los pobres son por lo general más fecundos que los de la gente elegante, pero sólo una parte menor de aquéllos llega a la edad madura”.


 

Irse

Que se vayan todos ...los productos.” La frase recoge el deseo de todo vendedor: lograr colocar todas sus existencias. Mientras están inmovilizadas en estantes, son capital que no recupera el valor añadido en la producción, que no cierra el círculo entre vendedor y comprador, en el que a la entrega de un bien sucede el pago de una suma monetaria por el valor entregado más la ganancia. Los inventarios deben viajar o “circular” hacia los compradores, para devolver con ganancia su valor. De ahí su nombre de “capital circulante”. En tanto no salen de los estantes, no son capital circulante, son clavos, que no producen ganancia alguna. Los primeros economistas pensaban que los mercados producían la magia de hacer coincidir lo que se produce con lo que la gente piensa comprar. Por lo tanto, bastaba que los productores supiesen interpretar bien las señales de los mercados, produjesen en las mismas proporciones en que los particulares deseaban obtener los distintos bienes, y ya se aseguraba que todo lo producido hallaría demanda. De ahí la frase inventada por Keynes y atribuida por él a Juan Bautista Say: “La oferta crea su propia demanda”. Así dicha, la frase nunca se halló en las obras de Say, quien hablaba de “salidas” (“debouches”, en francés; “vents”, en inglés). Al rompecabezas le faltaba una pieza: la gente, para comprar, tiene que disponer antes de un ingreso, es decir, un empleo. De ahí que, modernamente, la Ley de Say fue reformulada en escritos sobre desarrollo económico por Rosenstein-Rodan y por Nurkse: una comunidad con alto número de desocupados puede dar un gran salto de crecimiento tomando a esos desocupados –y pagarles salarios– para expandir la producción de bienes en las proporciones correspondientes a la estructura de la demanda de dichos trabajadores. Se llamó a ésta la teoría del “gran impulso” (big push), que, sin embargo, tiene la dificultad de ser estática. Aun en comunidades cerradas, los precios de los distintos bienes pueden estar moviéndose todo el tiempo, y las respuestas de la demanda son distintas para distintos bienes: para bienes de primera necesidad, la demanda es poco reactiva (poco “elástica”), mientras que para bienes prescindibles la demanda es más volátil (más elástica). La Ley de Say, junto a la “mano invisible” de Smith, fue uno de los tantos mitos sobre los que se construyó la tan venerada economía de mercado.

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