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Domingo, 10 de junio de 2012
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Reserva de valor, unidad de cuenta y medio de pago

El valor de la moneda

El mercado inmobiliario está dolarizado y gran parte de los actores de esa actividad resisten la pesificación. Esa conducta se explica por costumbre y además porque un porcentaje de la compraventa de unidades no se registra ante el fisco.

Por Cristian Carrillo
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El dólar cerró a 4,50 pesos en una semana más tranquila.

El debate sobre la política económica se centró en los últimos días en la necesidad de avanzar hacia una pesificación. Sin embargo, la psicosis generada por las restricciones oficiales a la compra de moneda extranjera desvirtuó la discusión, que se refleja en buena medida en su impacto en el mercado inmobiliario. Los actores de ese segmento apuntan que las dificultades para comprar divisas están paralizando el desarrollo de este mercado dolarizado, y aseguran que su pesificación es muy difícil en un contexto inflacionario. Sin embargo, el peso logró cumplir el rol de reserva de valor mejor que el dólar en los últimos años.

La moneda de curso legal de un país debe contemplar tres funciones básicas: tiene que ser unidad de cuenta en la que se fijan las transacciones, circulante (medio de pagos) en que las mismas se cancelan y reserva de valor. El dinero es reserva de valor en la medida en que puede mantener su poder adquisitivo, es decir, puedo comprar los mismos bienes y servicios en el presente y en el futuro. Obviamente, eso sucede sólo si los precios se mantienen estáticos. En la Argentina el peso cumple sus funciones como unidad de cuenta y circulante, pero no es aceptado en el imaginario social como reserva de valor. Esto sucede porque la comparación se hace tomando el precio en pesos del bien o servicio en el presente y comparándolo con el pasado, una simplificación grosera que lleva a un error conceptual.

Dado que el dinero tiende a perder su valor en el tiempo, el análisis no puede dejar de lado el concepto de ahorro. El valor del dinero en el tiempo se explica por la recompensa de sacrificar consumo presente para poder llevarlo a cabo en el futuro, y la medida económica de esta abstinencia es la tasa de interés. También es necesario considerar la inflación, por lo cual la retribución estará dada por la tasa de interés real. Si no se toma en cuenta esto, podría argumentarse que ningún signo monetario es reserva de valor. Por caso, el dólar ha perdido terreno en los últimos años frente a otras monedas –aunque lo recuperó contra el euro– y, si se lo compara con el precio de las materias primas, su debilidad es todavía más evidente.

La tasa de interés real en los últimos años en el país es negativa. Esto no implica que la alternativa sea dolarizarse, como plantean los dueños de inmobiliarias para justificar el uso de la divisa en las operaciones de compraventa. Un relevamiento realizado por la consultora abeceb.com hasta el año pasado señala que si una persona hubiese ahorrado en dólares el 20 por ciento de un salario promedio durante los últimos seis años, sólo podría adquirir –de manera simbólica– 11,2 metros cuadrados (promedio). En cambio, si lo hubiese colocado a plazo fijo podría llegar a 12,2 metros cuadrados. Si no se toma en cuenta el retorno correspondiente a la inmovilización, con los pesos se compraría una superficie menor que con las dos opciones anteriores, aunque sólo a algunos gurúes se les ocurriría comparar este sinsentido.

La pesificación del mercado inmobiliario es resistida entonces bajo el falso argumento de la inflación –la cual existe–, aunque puede anticiparse mediante distintos mecanismos, como la indexación de contratos, siempre cuidando de que no se espiralicen los precios. Pero el mercado inmobiliario está dolarizado por costumbre, además de ser canal de flujo de dinero no registrado en el fisco, y la divisa no sólo es utilizada como una supuesta reserva de valor, sino que además es unidad de cuenta y medio de pago –se pactan y ejecutan en dólares– incluso en las operaciones que surgen de créditos hipotecarios

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