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Domingo, 7 de diciembre de 2003
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QUE PASA EN EL SUR SI EL NORTE SE RECUPERA

Del patíbulo a la cárcel

Los vaticinios de una recuperación en el Norte industrializado se multiplican. ¿Es esto alentador para nosotros? No necesariamente.

Por Claudio Uriarte
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George W. Bush “refuerza la economía norteamericana” gastando más.
La economía de los países industrializados levanta vuelo –dice un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico divulgado esta semana– gracias a la reactivación en Estados Unidos y Japón, las dos primeras economías del planeta. De ser esto cierto, las economías atrasadas o periféricas se salvarían del abismo de una monstruosa deflación internacional, pero la noticia no necesariamente augura un futuro brillante.
Un dato importante es que ésta parece una recuperación muy extraña, llena de señales contradictorias, y que todavía no ha generado empleos en forma significativa, ni en EE.UU. ni en Japón. El Departamento de Trabajo norteamericano informó el viernes de una baja del desempleo, pero fue sólo de una décima de punto porcentual (de 6 a 5,9 por ciento) y la creación de nuevos empleos ha sido misérrima. Habrá que esperar las cifras del cuarto trimestre para tener una visión más clara. Pero, si el alejamiento del fantasma de la deflación salva al mundo de un colapso mucho peor que la Gran Depresión de los años ‘30 –por el grado multiplicadamente más alto de la interdependencia que existe ahora–, la reactivación de los países industrializados no significa necesariamente que los “mercados emergentes” volverán a beneficiarse del boom de la exportación de capitales que signó la década del ‘90. Es, en cierto modo, exactamente la circunstancia opuesta. Porque la Arcadia económica de los ‘90 resultó de una combinación sinergística de astringencia fiscal y la progresión geométrica de las nuevas industrias de alta tecnología, mientras esta “recuperación” de ahora –si se confirma– tendría como motor un fenomenal aumento del gasto público –y de los déficit– en EE.UU. y Japón. La decisión de Alemania y Francia de tirar por la borda el Pacto de Estabilidad que ellas mismas impusieron para el euro y de exceder alegremente el 3 por ciento de sus déficit públicos –instalado sobre todo por el Bundesbank, con su horror casi supersticioso a la mínima posibilidad inflacionaria– apunta en el mismo camino. Entonces, EE.UU. y Japón no exportarán capitales, sino que más bien los importarán, como modo de financiar sus deudas. Se convertirían en unas gigantescas aspiradoras de recursos, un poco al modo del EE.UU. de Ronald Reagan de los ‘80. Después, claro, tendrán que ajustar sus economías, lo que siempre es lento y políticamente doloroso (después de la fiesta de Reagan el reequilibrio presupuestario consumió la totalidad de los cuatro años de gobierno de George Bush padre y al menos la primera mitad del mandato de Bill Clinton) y eso, se sabe, suele tener la forma de remedios recesionarios. Las economías subdesarrolladas pueden haberse salvado de la pena de muerte, pero siguen ciertamente bajo cadena perpetua.

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