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Domingo, 7 de marzo de 2004
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ECONOMIAS DE LA CAMPAÑA ELECTORAL NORTEAMERICANA

La campaña sucia de JFK

Los demócratas acusan a Bush de campaña sucia, pero el autor de esta nota se atreve a acusar de eso mismo a Kerry. Y se explica.

Por Claudio Uriarte
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John Forbes Kerry almuerza con una partidaria, haciendo caso omiso de si el aceite y el vinagre fueron fabricados en EE.UU.
Cómo? La campaña sucia... ¿de JFK? No querrás decir de John Forbes Kerry, el candidato demócrata anti-Bush, que defiende a los pobres, ataca a los regalos impositivos a los ricos y promete erradicar de Washington a los peces gordos del petróleo y los amigotes de la derecha religiosa de George W. Bush, ¿no?
Bueno, sí. Sin los recursos fenomenales (más de 150 millones de dólares), de la campaña de reelección del presidente, ni de sus obvias ventajas al frente de la Oficina Oval para definir la escena política, ni el cinismo sin par –aliado a una fe igualmente impar en el carácter sacrosanto de su mandato– de que hace gala Bush, Kerry se las ha arreglado para instalar en el eje de su campaña una enorme mentira: que la pérdida de trabajos por obra de la deslocalización o outsourcing es resultado de las políticas económicas del presidente, que han favorecido desmedidamente a los ricos por vía de los recortes impositivos. De esta manera, una conexión del todo ilógica entre recortes de impuestos y desempleo queda establecida como una verdad intachable, a lo que se agrega como prueba –también desprovista de toda lógica– los inéditos déficit fiscales de más de 500.000 millones de dólares causados por los recortes de impuestos y el alza del gasto militar decididos por el presidente. Eso es falso: el recorte de impuestos causó el déficit, pero ni el recorte ni el déficit son responsables por el desempleo, la deslocalización o el outsourcing, que eran tendencias que venían de tiempo atrás. Tampoco lo es el libre comercio –como Kerry y su ex competidor John Edwards han sugerido–, ese libre comercio del cual el nuevo JFK ha sido un ardiente defensor durante toda su vida política, y Bush, pese a su retórica, un partidario menos que tibio, como lo demuestran las sucesivas medidas proteccionistas (acero, textiles, automóviles, etcétera) tomadas bajo su reloj. Generalmente el gasto público contribuye a expandir y no a contraer la economía; Bush, al privilegiar a los sectores más ricos, puede haber descuidado el estímulo al consumo que se hubiera derivado de una redistribución más progresiva, pero no hay forma de demostrar con lógica que la reacción de un empresario al llenarse los bolsillos de dinero sea mudar sus fuentes laborales al exterior.
El motivo es más estructural (traducción: JFK va a ser incapaz de revertirlo) y es la célebre globalización e informatización que en tiempos de Bill Clinton avanzaron viento en popa. Por medio del tendido de cables submarinos de fibra óptica y banda ancha, de la proliferación mundial de computadoras personales y de la integración de los distintos programas, fue posible crear plataformas laborales en red global a un bajísimo costo comparado con las viejas economías nacionales de escala. El virtuoso JFK, pues, miente parcialmente, pero ya se sabe: la verdad a medias es el pan cotidiano de la política. Y de las campañas electorales.

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