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Domingo, 7 de noviembre de 2004
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QUE SE TRAE W2 BAJO LA MANGA EN SU NUEVO MANDATO

Hay más torta para todos

Los votantes no sólo recompensaron a Bush por la guerra antiterrorista sino porque les permitió consumir. Pero EE.UU. ha estado viviendo de prestado. ¿Por cuánto tiempo más?

Por Claudio Uriarte
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George W. Bush en medio del fervor y la aprobación popular... por la cantidad de dinero despilfarrada en dulces.
La economía, esa ciencia famosamente inexacta, está en el primer plano de todo frente a la segunda administración Bush, que asume en poco más de dos meses y medio. De entrada, dos enormes déficit están en el horizonte, y el famoso reloj del endeudamiento está de vuelta en marcha en Times Square para informar a los despavoridos neoyorquinos de los cientos de millones de dólares que se acumulan en el rojo con el paso de los minutos: el déficit presupuestario llegó a un nivel record de 413.000 millones de dólares este año, y el comercial a una altura también sin precedentes de 600.000 millones en el tercer trimestre. En otras palabras, la superpotencia única está viviendo de prestado, pero también es cierto que lo puede hacer porque prestarle a la superpotencia única tiene sus privilegios.
Los prestamistas en jefe son China, Japón y Corea del Sur, cuyos bancos centrales encierran enormes superávits comerciales con Estados Unidos y que se han estado comportando un poco al modo de esas cadenas de electrodomésticos que emiten tarjetas de crédito especiales para sus consumidores favoritos, que entonces pueden retirar productos a precios y en plazos especiales. El peso de los déficit no se ha sentido hasta ahora, debido a una combinación de crecimiento de la productividad, precios bajos de las materias primas y una inundación de importaciones baratas. Los impuestos –cortesía de la economía ofertista de W1– han estado cayendo, y el endeudamiento ha sido barato, parcialmente debido a tasas de interés históricamente bajas, que este año llegaron a estar al mismo nivel –1 por ciento– de 1960. Como consecuencia, y en diametral oposición a lo que ocurría durante el tramo final del gobierno de Bush padre, los consumidores han estado consumiendo cada vez más. Como resultado hay una sólida recuperación respecto de la recesión del 2000-2001, y una tasa de crecimiento de la economía de 3,5 por ciento o más. Vista desde este ángulo, la reelección por avalancha de Bush no puede sorprender; la pregunta es si W2 podrá ahora pagar por sus promesas de campaña –privatización parcial del sistema de jubilaciones, drástica reforma impositiva y eternización de los recortes impositivos para los más ricos, para no hablar de sus propuestas extraeconómicas, como la guerra antiterrorista– antes de que los prestamistas empiecen a sospechar que algo huele mal en la Reserva Federal.
Bush gusta presentarse como un virtuoso conservador. En realidad, ha sido el padre de familia que más ha malcriado a sus hijos desde los tiempos de Lyndon B. Johnson y sus masivos programas de promoción social, cuando –para citar un título del periodista Gay Talese– “las calles estaban pavimentadas de oro”. Para ganar su reelección –y porque es un hombre que cree en lo que dice–, Bush ha vuelto a escena con otra inmensa cesta de regalos. Uno consiste en permitir que los trabajadores inviertan en cuentas libres de impuestos las contribuciones jubilatorias que ahora van a un fondo central administrado por el gobierno. Los demócratas dicen que eso sometería las jubilaciones de los norteamericanos a los vaivenes del mercado de valores; Bush, que permitirá a esos mismos norteamericanos “conservar su propio dinero en vez de que se lo lleve el gobierno”. Cualquiera sea la verdad, los dos acuerdan que este programa de privatización parcial va a costar entre 1 y 2 billones de dólares durante un largo período de transición.
Y las señales no tienen todas el color verde. El ascenso de la productividad se está desacelerando, y los precios del petróleo, del que Estados Unidos importa más de la mitad de lo que consume, están en firme ascenso. La Reserva Federal teme que los inversores y los bancos centrales del exterior dejen de comprar acciones estadounidenses y bonos del gobierno, en cuyo caso debería subir las tasas de interés más rápidamente –la próxima decisión en este sentido será este miércoles–, lo que subiría el costo del crédito y de las hipotecas para los consumidores, pinchando la burbuja inmobiliaria y deteniendo el crecimiento. Bush, un cristiano ferviente, deberá rezar para que así no ocurra.

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