Domingo, 23 de enero de 2005
EL CAMBIO DE PARADIGMA EN LAS INDUSTRIAS MILITARES
La guerra antikeynesiana
Estados Unidos libra en Irak una guerra donde la tecnologÃa le juega en contra, tanto en el campo de batalla como en las industrias que la sostienen.
Por Claudio Uriarte

Soldados con un tanque Abrams M1, diseñado para las guerras del siglo XXI pero en pleno conflicto neocolonial.
George W. Bush entró en su segundo mandato bajo una peculiar versión de la “carga del hombre blanco†de Rudyard Kipling: un Estado absolutamente disfuncional –Irak–, el costo de cuya ocupación ya alcanza los 300.000 millones de dólares, una economÃa paralizada por los atentados contra una infraestructura petrolera cada vez más difÃcil de reparar porque los contratistas huyen en masa ante la inseguridad y las ejecuciones –lo que a su vez redobla las tarifas de aquellos que se animan a quedarse–, más “fuerzas de seguridad†iraquÃes que lo único que saben hacer es huir ante el mÃnimo de peligro y un ejército norteamericano sobreextendido cuya misión oscila entre garantizar la seguridad de los comicios del próximo domingo –con ocupaciones sangrientas como la de Faluja, en noviembre– y la de garantizar la suya propia, evitando la peste de las bombas camineras o encerrándose dentro de los muros cada vez menos seguros de la “Zona Verde†de Bagdad. Claramente, quienes especulaban que la ocupación de Irak salvarÃa la economÃa norteamericana con el petróleo o el esfuerzo de guerra no entendÃan bien la situación.
Garantizar el petróleo hubiera sido mucho más fácil levantando las sanciones al régimen de Saddam Hussein, y ciertamente más barato que ocupar un paÃs de 22 millones de habitantes cuyas necesidades son imposibles de atender propiamente debido a la destrucción de la infraestructura. Pero, más crucialmente, la novedad en Irak es que se está ante el ejemplo más cumplido del pase de una guerra de tipo keynesiano –es decir, labor intensiva– a una guerra de alta tecnologÃa, y donde esa alta tecnologÃa resulta paradójicamente el punto de falla de los ocupantes. Por mucho tiempo circuló en la izquierda el mito relativo de que las guerras generan empleos, reactivan y crean riqueza. Bajo esta presunción radicaba la insinuación solapada –y no tan solapada– de que el capitalismo vive de las guerras y –sÖ de la producción de armas de destrucción masiva. Pero lo que podÃa ser parcialmente cierto en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, con la movilización de millones de hombres, se ha vuelto ahora un anacronismo. En realidad, lo que generó empleos en Estados Unidos durante la Segunda Guerra no fue sólo la guerra misma, sino la masiva inyección de fondos del gobierno federal de Estados Unidos para mantener en funcionamiento la economÃa civil, asà como una industria militar que requerÃa de una ocupación masiva para funcionar, sin olvidar el “subempleo†que podÃa ser considerado la movilización misma de los hombres, y el empleo genuino que se creó cuando las mujeres debieron salir a la calle a ocupar los empleos que sus maridos habÃan dejado por el campo de batalla.
Enfóquese la situación de Irak, y todo cambia. Es una guerra de bajo componente humano –150.000 fuerzas en su pico–, desarrollada con armas de alta tecnologÃa en industrias que necesitan pocos trabajadores –y especializados, para estrechar aún más el cÃrculo de beneficiados–, y donde el déficit creciente generado por la ocupación no va a la creación de empleos sino a la ocupación misma, que se parece cada vez más a un barril sin fondo. Porque en esta guerra antikeynesiana, la superioridad tecnológica del ocupante se vuelve en su contra y torna la cuenta cada vez más gravosa. VehÃculos de alta sofisticación como los tanques Abrams M1 o los blindados Bradley cuestan decenas de miles de dólares en mantenimiento solamente por semana, pero pueden ser fácilmente volados por unas bombas camineras de fabricación artesanal cuyo costo no sobrepasa los 10 o 20 dólares.
Donald Rumsfeld, secretario de Defensa norteamericano y arquitecto de la invasión, diseñó una guerra de alta tecnologÃa y bajo poder humano. Eso le rindió resultados espectaculares durante la invasión propiamente dicha, ya que los desharrapados, mal armados y peor equipados soldados iraquÃes simplemente no podÃan competir con unas fuerzas que, precisamente por ser ligeras, tenÃan una gran velocidad de desplazamiento, y armadas con unatecnologÃa soberbia. Pasada la invasión en sÃ, la ocupación convirtió estas ventajas en una vÃvida ilustración de la ley de los retornos decrecientes.
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