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Domingo, 7 de julio de 2002
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AMERICA LATINA BAJO LA ADMINISTRACION BUSH

Cien años de soledad

La cumbre del Mercosur se diluyó en las buenas intenciones, mientras los conspiradores teorizan y Estados Unidos mira para otro lado.

Por Claudio Uriarte
Más que a una cumbre, se pareció a un funeral. En cierto modo –en modo político– la reunión del Mercosur esta semana en Buenos Aires estaba predestinada a ser eso: Fernando Henrique Cardoso, en Brasil, está sobre el fin de su mandato; Eduardo Duhalde, en la Argentina, sobrevive ya penosamente a la muerte de un mandato cuya autenticidad nunca dejó de estar en duda. Pero los problemas no fueron sólo políticos: la unión aduanera cruje y tambalea bajo el embate de la crisis argentina y de su contagio; los acuerdos parciales logrados estuvieron llenos de condicionantes; las diferencias entre los problemas y las economías de los socios impidieron la utopía duhaldista de un frente común para enfrentar la crisis, y más precisamente a Washington –una idea que siempre, siempre falla– y la presencia de Vicente Fox sólo logró agregar algo de inopinados colorido y retórica aztecas a lo que es esencialmente un proyecto devaluado.
Una teoría conspirativa que anda dando vueltas consiste en postular que Estados Unidos está precipitando a propósito la crisis del Mercosur para imponer su ambicioso Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA). En otras palabras, nos querrían usurpar nuestra preciosa soberanía de arruinados para imponernos la dinámica del libre comercio con Estados Unidos. Desde luego, se trata de una teoría absurda: Estados Unidos, en esta coyuntura, y particularmente bajo la administración Bush, no quiere el libre comercio con nadie, y menos con países que, como la Argentina, son exportadores de lo mismo que él exporta (productos agrícolas). Si fuera como dicen los teóricos del imperialismo del ALCA, Estados Unidos no estaría despilfarrando el dinero que no tiene en montar subsidios para sus agricultores a fin de ganar un voto más para la administración republicana en las elecciones legislativas de noviembre. Por el contrario, puede argumentarse que un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos sería un logro positivo, en la medida que lograría abrir el mercado norteamericano para nuestras exportaciones. Pero de momento, nada indica que eso vaya a suceder, y mucho menos el dato de que la economía norteamericana, pese a exhibir un incremento de arrastre del 6 por ciento en el primer trimestre, tiene registros mucho más melancólicos en el resto de los indicadores: el desempleo, por ejemplo, volvió a subir un décimo de punto porcentual (a 5,9 por ciento) en las cifras divulgadas por el Departamento de Trabajo el viernes.
Por cierto, y fuera de México –cuya economía se encuentra integrada de hecho en la norteamericana–, toda América latina parece condenada a un destino peor que la explotación, que es la soledad. Ni siquiera Colombia, que es un problema de seguridad estratégica para Washington, logró hasta ahora destrabar el Acta de Preferencias Arancelarias Andinas, que es el premio comercial con que Estados Unidos recompensa a sus aliados en la tarea de abolir los cultivos de coca. El hecho de que Colombia, en crisis económica y bajo el nuevo liderazgo de línea dura de Alvaro Uribe, se apreste a un gran enfrentamiento con la guerrilla de las FARC, tampoco ha hecho mella en la indiferencia de la nueva administración Hoover. Nada indica que los resultados vayan a ser espléndidos para Washington, pero para cuando la catástrofe ocurra –y el colapso de Brasil puede causar una crisis del tamaño de la del Sudeste Asiático hace cuatro años– la crisis de la región será aún irremontable que ahora, y con un Estados Unidos más insolvente.

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