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Domingo, 23 de marzo de 2003
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LAS CONSECUENCIAS ECONOMICAS DE LA GUERRA

Si hace ¡boom!, es crack

Después de los festejos en todos los mercados por el fin de la incertidumbre geopolítica, volverá la principal: la económica.

Por Claudio Uriarte
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Los bombardeos de shock y pánico causaron alivio en los mercados.
Los primeros días de guerra terminaron en un eufórico boom de los mercados. Al ritmo de los implacables bombardeos estadounidenses, y del no menos implacable avance de las fuerzas de tierra, el petróleo cayó un 20 por ciento, a 26 dólares el barril, y todas las Bolsas se dispararon. Por fin se acababa la interminable incertidumbre geopolítica de los últimos seis meses. El viernes, mientras los primeros bombardeos de “shock y pánico” se consumaban sobre Bagdad y otras ciudades iraquíes, todas las malas noticias de 2002 –los escándalos empresarios, la economía estancada, el desempleo, la desconfianza de los consumidores– parecían haber sido un mal sueño en Wall Street. Y, de la vereda de enfrente, todos los usuales teóricos de la conspiración volvieron a reflotar las teorías de la guerra como agente de reactivación económica.
Hay muchos motivos para que esto no sea así. La industria militar estadounidense no es labor intensiva ni lo que se invierte en ella tiene efectos reproductivos en otros lugares. Si otro fuera el caso, el presupuesto record de más de 300.000 millones de dólares de que dispone el Pentágono ya habría supuesto un sustancial “paquete de estímulo”, para usar el eufemismo favorito de la administración Bush cuando se trata de justificar un programa de despilfarro. Adicionalmente, los misiles, las bombas y los tanques que se están poniendo en juego en el ajedrez iraquí provienen de arsenales ya existentes, y las industrias militares –ligadas a la aeroespacial, que fue golpeada por el 11 de septiembre– tampoco pasan por un buen momento. La industria armamentista puede ser favorecida a largo plazo, pero la economía civil no está siendo estimulada; solamente se estimula el estado de ánimo de los ricos, que reciben unos regalos impositivos crecientes que no serán reinvertidos, simplemente porque la inversión no paga, debido a que el consumo se contrae. En los últimos días, las estadísticas de los medianos almacenes, llamados drugstores, a los que acude público de clase media y baja, reflejaron que en febrero las ventas sufrieron un descenso del 3,7 por ciento con respecto al mismo mes del año anterior. En enero, la caída fue del 1,3 %. Los resultados de otras cadenas muy populares, como Wal Mart, también fueron oscuros. De alzas medias del 6 por ciento mensual pasaron al 2,5 %. Para rematar, el índice de confianza de los consumidores de la Universidad de Michigan cayó en marzo 4,5 puntos, hasta el nivel de 75, cifra de hace una década. Y en febrero, las empresas dieron de baja 308.000 puestos de trabajo, la peor cifra desde los atentados del 11/9. Con esos resultados, los datos de empleo en tasa anual en 20 meses consecutivos han sido negativos. El índice de producción industrial del mes de febrero sólo subió un 0,1 %.
La baja del petróleo fue racional; después de todo, sólo había sido inflado por las demoras insoportables de la preguerra. Pero a medida que la guerra consolide sus triunfos militares, la pregunta ya no será si reactivará la economía, sino si la economía no se convertirá en el talón de Aquiles del plan de guerra.

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