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Domingo, 17 de junio de 2012
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Anticíclica de manual

Por Claudio Scaletta
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La actual administración enfrenta una oposición mediática destructiva e insidiosa que agiganta cualquier traspié. Ese no es el problema. La oposición suele apuntar sus cañones en la dirección equivocada, lo que neutraliza su rol en una sociedad democrática: señalar lo que presuntamente está mal para su potencial corrección. A modo de ejemplo: en los últimos años, la oposición señaló a la inflación como el principal problema económico, una confusión entre causas y efectos.

La situación presente es muy diferente. La economía experimenta un freno sin precedentes en la post-convertibilidad. Según insinúan algunos indicadores, como la industria y la construcción, el parate podría ser mayor que el registrado en 2009. Entre el conjunto de razones en proceso para explicar el freno se destaca, con pocas dudas, la proximidad del primer clímax de la crisis mundial. Ya no se trata sólo de Grecia: la misma España se encuentra al borde del default. Un reflejo del panorama internacional es que commodities como el petróleo están en caída libre desde marzo. Desde alrededor de 100 dólares el barril a comienzos de año, ya apunta hacia los 80. Si bien el precio del crudo es volátil, es probable que otras commodities copien en sus cotizaciones la caída de la demanda mundial. Los futuros de la soja en Chicago, por ejemplo, están en baja tendencial, aunque con valores todavía altos en términos históricos.

Las señales de la crisis global alcanzaron a Brasil, demandante principal de muchas exportaciones argentinas que, para colmo, como el resto del mundo a excepción de Japón, devaluó su moneda. El dólar todavía funciona a escala planetaria como refugio de valor en momentos de crisis. Los sucesos recientes en el mercado cambiario local no pueden explicarse por la psicología o los hábitos culturales. Más allá de las particularidades argentinas, el fenómeno es global.

Dos problemas centrales de la economía local son, entonces, el freno en el crecimiento y la escasez relativa de dólares, esta última probablemente agigantada por el susto por el nivel de importaciones de combustibles de 2011 y por la paranoia inherente a los fuertes vencimientos de deuda de 2012.

Hasta esta semana, el centro de la escena lo ocupó la escasez relativa de divisas. La medida más esplendorosa para contrarrestarla fue recuperar la soberanía hidrocarburífera y tomar el control de YPF. La menos rutilante, la intervención de elefante en bazar en el mercado cambiario, un gigante que va en la dirección correcta, pero provocando daños innecesarios a su paso. No se trata de un juicio técnico sino de sopesar medidas y efectos. De acuerdo con fuentes del Banco Central, el llamado “chiquitaje”, dependiendo del rango de volumen de compras que se tome, representa entre el 10 y el 15 por ciento de las operaciones. El mercado cambiario es movido por grandes operadores, no por los pequeños ahorristas. La paranoia podría haberse evitado.

En segundo lugar, la matriz productiva local no puede cambiarse de un día para otro. No está mal curarse en salud, pero algunas trabas para insumos importados podrían traducirse en caída de la producción. Economistas muy cercanos al Gobierno creen que las restricciones y la pesificación creciente podrían haberse implementado de un modo menos ruidoso y manejando los tiempos. Dicho de otra manera, los efectos de la intervención pueden ser más desagradables que los caceroleros de Callao y Santa Fe.

Como se dijo muchas veces, el kirchnerismo no funciona en base a programas tipo Plan Quinquenal. Nunca tuvo, por ejemplo, un ministro de Economía anunciando un paquete económico para el mediano y largo plazo. La tónica siempre fue resolver los problemas de a uno.

En el camino, por la impronta de algunos funcionarios, no faltaron los desbandes ortodoxos. Hubo medidas que no tuvieron el mejor timing, como la amenaza de drástica disminución de subsidios en momentos en que asomaba la baja del ciclo económico. El mejor ejemplo de lo que pueden provocar decisiones de este tipo es la potente disminución de pasajeros en los subterráneos de Buenos Aires. Fueron tiempos en que desde el mismo Ministerio de Economía se hablaba de la necesidad de regresar a los mercados internacionales, arreglar con los holdouts, lo que finalmente se hizo sin resultados positivos a la vista, o pagarle con urgencia al Club de París.

El ascenso del viceministro de Economía, Axel Kicillof, parece asociado a un cambio de lógica. Su primera huella fue la recuperación de YPF; la segunda, el anuncio de una medida anticíclica de manual, como lo es el desarrollo de un plan masivo de construcción de viviendas. Claro que no de cualquier manual. En Europa, por ejemplo, el manual más leído es otro; precisamente el mismo que todavía repasa buena parte de la oposición local. Es el que insiste en que, frente a cualquier señal desfavorable de la economía, debe ajustarse el gasto. La Argentina, en cambio, continúa en la senda del keynesianismo básico. La construcción es una de las actividades con mayor efecto multiplicador sobre la economía, tanto por su capacidad de generar empleo directo como por su impacto sobre todas las industrias de insumos relacionadas. El objetivo se refuerza con el anuncio de que los créditos serán para edificación y no para adquisición de viviendas. No es una cuestión semántica. La mera adquisición de stocks existentes podría generar, en el límite, una burbuja de precios sin efectos expansivos.

Tras el anuncio del plan para construir 400 mil viviendas, que además de su fin económico satisface una demanda social pendiente, las voces opositoras volvieron a utilizar el comodín de “la caja”. Esta vez, reflotando el argumento falaz de “la plata de los jubilados”. El tema es un poco remanido, pero se trata de voces que se mantuvieron en absoluto silencio durante los años en que esa plata constituía realmente un fondo filtrado mes a mes por las AFJP. Un sistema de reparto, en cambio, se basa en flujos intergeneracionales; no hay tal cosa como stocks. Luego, los críticos simulan no entender el concepto de fideicomiso. No se trata de un “gasto” de un determinado stock de recursos que no se recuperan sino del Estado motorizando el funcionamiento de un sector clave de la economía, haciendo uso de instrumentos financieros elementales.

Una segunda crítica, más consistente, es que como medida anticíclica el plan anunciado puede ser lento. En efecto, la velocidad con que los anuncios se transformen en obras en marcha dependerá de la eficiencia del Estado en la gestión. Mientras tanto pueden usarse otros instrumentos para acelerar, entre ellos: el aumento de la Asignación Universal por Hijo o de la inversión pública en infraestructura. En materia cambiaria, dejar que la cotización del dólar acompañe más a la inflación seguramente desalentará la demanda de divisas de una manera menos traumática. Probablemente ello tenga hoy un bajo impacto de retroalimentación de precios. Fundamentalmente porque todo el mundo devalúa y existe una tendencia a la baja de los precios internacionales

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