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Domingo, 24 de julio de 2005
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CONTADO

Roberto y Rodrigo

Por Marcelo Zlotogwiazda

La semana pasada se señaló en esta columna lo ridículo del ejemplo de los porteros que había escogido Roberto Lavagna para atribuir a los aumentos salariales el pequeño rebrote inflacionario. El lunes pasado, el ministro ha superado el ridículo casi risueño para incurrir en una aberración patética. Durante una de sus frecuentes visitas al programa de cable de Charly Fernández, Lavagna dijo: “Los argentinos que somos un poquito mayores nos acordamos del Rodrigazo. Y de cómo empezó; por un pedido de aumentos de salarios que supuestamente no iba a generar inflación”. O al ministro le falla la memoria, o la distorsiona adrede, o está exhibiendo una veta ideológica que hasta ahora disimulaba muy hábilmente.

Cualquiera con buena memoria recuerda que el Rodrigazo no fue lo que dice recordar Lavagna. No hay tampoco libro de historia de signo alguno que avale una versión tan simplista y sesgada como la del ministro. Puede consultarse, por ejemplo, el reciente ensayo que escribió el colega Néstor Restivo de Clarín junto con el compañero de este diario Raúl Dellatorre, titulado El Rodrigazo, 30 años después; un ajuste que cambió al país. Allí se explica que, lejos de haber sido causado por la presión de los sindicatos, el plan del lopezreguista Celestino Rodrigo y de su ideólogo ultraderechista Ricardo Mansueto Zinn (que en los ‘90 fue mano derecha de María Julia Alsogaray y de José Estenssoro en las privatizaciones de ENTel e YPF, y luego falleció junto con el presidente de la petrolera en un oscuro accidente de avión) se aplicó en un país desbordado por una inflación que se comía día a día el poder adquisitivo, por culpa de un déficit fiscal incontrolable y de una situación política inmanejable, donde tras la muerte de Perón la democracia se disgregaba en medio de la salvaje violencia política que en los doce meses previos se había cobrado la muerte de unas quinientas personas a manos de la Triple A y de las organizaciones armadas. La brutal devaluación con aumentos de tarifas de tres dígitos porcentuales aceleró la escalada de precios y sirvió, junto al clima represivo, a frenar la recomposición de las fuerzas populares y como aperitivo para lo que se venía con la dictadura y Martínez de Hoz. En todo caso, si de simplificar se trata, los salarios fueron víctima y no causa del Rodrigazo.

Cabe preguntarse a qué obedece semejante exabrupto de Lavagna, que increíblemente pasó desapercibido hasta para analistas políticos que protagonizaron y sufrieron en carne propia aquellos tristes días, y que no mereció el más mínimo reproche público de ninguno de los funcionarios kirchneristas que aún reivindican la resistencia de aquellos tiempos a la reacción que tuvo en el Rodrigazo uno de sus puntos de partida.

Antes de ensayar respuesta conviene considerar otra de las lucubraciones que Lavagna expuso en esa última aparición televisiva. Con su conocida veta irónica, argumentó por el absurdo contra los que afirman que en la actual coyuntura incrementos salariales no tendrían por qué trasladarse a precios diciendo: “Si eso es así, dupliquemos, cuadrupliquemos o multipliquemos los salarios por diez”. Apeló con pretendida picardía a lo que en lógica básica se conoce como falacia: un vaso de agua es pura salud, dos también, pero seguramente que tomar cuarenta litros de agua sin parar ahoga.

Es comprensible que Kirchner y Lavagna estén asustados por el pequeño rebrote inflacionario, y hasta saludable que en algún punto sobreestimen actitudes conservadoras. Pero a esta altura va quedando bastante en claro que tienen una concepción sobre la cuestión distributiva no tan diferente a la tradición dominante.

La existencia de margen para reacomodamientos salariales no inflacionarios se puede observar con diferentes enfoques. Por empezar sobresale la exuberancia fiscal de la primera mitad del año, que arrojó sobrantes para financiar reajustes de jubilaciones, asignaciones y/o salarios estatales. En cuanto a la industria, vayan los siguientes datos: el salario en el sector de manufacturas subió post-convertibilidad un 67 por ciento mientras que los precios aumentaron un 122 por ciento, de lo que surge que el costo salarial real se redujo en promedio un 25 por ciento; a lo que habría que agregar que la productividad de la mano de obra rinde un 9 por ciento más.

Y en cuanto al temor y las precauciones ante una inflación provocada por exceso de demanda (que fue el motivo para frenar el ajuste del 10 por ciento a los jubilados que adelantó Página/12 el fin de semana pasado), es oportuno tener presente que si hay demanda excedente es porque hay faltante de oferta, y que la escasez de oferta es consecuencia de una insuficiente tasa de inversión. Carencia que puede explicarse por diversos factores, menos por ausencia de rentabilidad.

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